Es lógico que en una democracia los ricos paguen más impuestos que los pobres. Eso es de elemental justicia. Pero no como castigo por ser ricos sino por solidarios
El primer problema que plantea una reforma tributaria contra los ricos comienza con su propia argumentación. Comienza con el mensaje que deja en la sociedad: algo así como que los ricos son malos y por eso deben pagar la justicia social.
Es una verdad sabida que a nadie le gusta pagar impuestos. Y eso está mal. Mal porque, por excelencia, los impuestos son expresión de la solidaridad social en la democracia.
Lo que pasa es que este concepto, abstracto como todo concepto, comienza a tropezarse con obstáculos cuando aproxima su aterrizaje en una realidad que tiene qué ver con la vida de la gente. Es decir, cuando comienza a tropezar con eso que llamamos la verdad verdadera.
Yo no sé qué pasa con los seres humanos, que pareciera que cuando llegan a los cargos del poder es como si se les olvidara lo que les pasaba y lo que pensaban cuando eran gente común y corriente.
Pues el primer problema radica en que no deberían olvidar que las reformas tributarias nos toca pagarlas a la gente común y corriente que no pensamos como si estuviéramos en los altos puestos del poder.
Es que cada vez que tienen que argumentar la reforma tributaria, salen los ministros a decir que es para la justicia social y que la tienen que pagar los ricos, dando por hecho que apretar a los ricos está justificado de ante mano por el hecho de que son ricos. De alguna manera, parten de la base de que apretar a los ricos está legitimado.
Solo que no han tenido el cuidado de explicar el origen de esa supuesta legitimación.
Tratándose de la izquierda colombiana, uno podría suponer que la legitimidad de esa actitud de graduar de injustos a los ricos podría provenir de las genéticas marxistas. Basta con recordar que para el marxismo toda rentabilidad empresarial nace con un pecado original: el pecado original que deriva de las relaciones de producción del capitalismo y su correspondiente propiedad privada sobre los medios de producción. Aunque la izquierda ya no habla tanto de acabar con la propiedad privada, a veces da la sensación de que les quedó grabada en la memoria atávica la percepción de que la riqueza es inmoral y, en tanto inmoral, los ricos son los primeros inmorales a los que resulta legítimo meterles la mano al bolsillo para que paguen las reformas tributarias.
Para Marx el fundamento de las relaciones económicas del capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. Luego la sociedad no tiene más opciones que la de los explotadores y la de los explotados. En el fondo, la de los inmorales y la de los morales.
Yo supongo, sin embargo, que es posible que los lenguajes de la izquierda hayan cambiado con el paso del tiempo. Es posible que ya no hablen de exploradores y explotados sino de explotadores y explotadoras y explotados, explotadas y explotades.
La cosa se pone un poco más complicada cuando llegamos a la nueva definición de rico. Según ellos, un explotado deja de serlo y se convierte en rico cuando pasa de los diez millones de pesos mensuales (más o menos dos mil dólares).
Eso me parece un tanto errado como planteamiento. Por lo menos, errado políticamente.
Si uno se pone a mirar, todos los líderes de la izquierda colombiana ganan más de diez millones. Es decir que ya no serían explotados sino ricos. Error que podría llevarlos a dos situaciones indeseables para ellos: la primera, que sus compañeros de militancia los acusen de haberse convertido en traidores de clase. La segunda, que les toque pagar más impuestos.
Se los advierto porque existe una diferencia entre los izquierdistas y la gente común y corriente: a los izquierdistas les encanta ser ricos pero que no se los digan; en cambio a la gente común y corriente le encanta que se crea que son ricos, pero nunca lo logran de verdad.
La gente común y corriente se mantiene con el agua al cuello. Inclusive muchos de los ricos que ganan más de diez millones. Los ricos de diez millones se mantienen pagando las universidades privadas de los hijos, más las cuotas de la hipoteca del apartamento, más todas las cuentas que hay que pagar por tener un carrito. Hasta las hamburguesas y el cine que tienen que pagarles a los hijos por el pecado de dárselas de ricos.
Al final, es lógico que en una democracia los ricos paguen más impuestos que los pobres. Eso es de elemental justicia. Pero no como castigo por ser ricos sino por solidarios. No porque se los señale como malos sino porque se les reconoce que son buenos. Buenos para la sociedad y buenos para sus familias.
Entiendo y comparto éticamente la prioridad de enfrentar el mal de las inequidades crecientes de nuestro tiempo histórico. La inequidad como flagelo del mundo de hoy. Pero la lucha legítima contra la inequidad no puede pasar por pretender legitimar las mitologías marxistas que han llevado al desastre económico y moral de quienes las han intentado.