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Los policías: ni héroes ni villanos

Por Carlos Alonso Lucio - 12 de Julio 2021

La Policía atraviesa serios problemas de credibilidad atados al tema de fondo de la corrupción que no podremos discutir mientras se siga con la cantaleta del CIDH

La Policía atraviesa serios problemas de credibilidad atados al tema de fondo de la corrupción que no podremos discutir mientras se siga con la cantaleta del CIDH

Tal vez el tema en el que se muestra con mayor exposición la irracionalidad a que han llegado la política y el debate público en Colombia es el de la Policía.

Por un lado están los que decidieron parapetarse desde una trinchera para dispararle a todo aquel que se atreva a formular alguna crítica; para ellos cualquier crítica a la Policía es hacerle el juego al comunismo internacional y atentar contra lo más simbólico de las instituciones.

Y, claro, por el otro extremo se atrincheran los que por cuestiones de sus principios ideológicos consideran que el policía es su enemigo por excelencia. Esos próceres de la seudorrevolución que sienten que siguen cumpliendo con sus deberes religiosos cantando una vez por semana los salmos de Mercedes Sosa sobre los estudiantes “que no se asustan de animal ni policía”.

Lo cierto es que tanto los unos como los otros no alcanzan a imaginarse el daño que nos están causando con esa actitud. Con esa irracionalidad desbordada y contagiosa lo único que están haciendo es impedir que se adelante con seriedad y serenidad una de las discusiones más urgentes: la de la seguridad.

Por ese despeñadero de la insensatez llegamos al absurdo en que nos encontramos hoy, que no es otra cosa que haber terminado por reducir el debate sobre la Policía a lo que digan los ilustrísimos filósofos de la CIDH. Resulta que ahora, para los políticos y los periodistas, todo se reduce a si los policías cumplen o no con los llamados estándares de la CIDH.

Una vez más caímos en la trampa de sustituir la realidad por lo “políticamente correcto”, la trampa de cambiar la verdadera razón de ser de las cosas por cualquier embuste ideológico.

La razón de ser primerísima de la Policía no es ni la protección de las instituciones ni la presentación de rodillas en los confesionarios de la CIDH. La razón de ser fundamental de la Policía es la seguridad de la gente. Sí, de la gente de carne y hueso, de la ciudad y del campo, de la de los niños y los adultos y los viejos hasta que se mueran de viejos.

La razón de ser de la Policía es que cualquiera pueda vivir sin miedo, sea líder social o no; que podamos dejar ir a los niños a jugar en los parques por las tardes, que podamos ir al trabajo en un bus o en una bicicleta sin tener que padecer porque sabemos que en cualquier recodo nos pueden pegar una puñalada, que no quedemos desvelados cuando los hijos jóvenes salen a tomarse una cerveza el viernes por la noche.

No puedo dejar de confesar la angustia que siento cuando observo que por estar trenzados en esa puñalera política los gobiernos y los dirigentes políticos se quedan como ciegos frente a la tragedia de inseguridad que nos asola.

Las dos últimas semanas las pasé en Bogotá y en Cali. A cual más peor en materia de inseguridad.

En Bogotá, prácticamente todas las personas con quienes hablé habían sido víctimas de algún asaltante. Unos porque les quitaron el celular, otros porque los atracaron en el bus donde iban, otros porque se les metieron a sus apartamentos y los secuestraron mientras los saqueaban, otros porque los desvalijaron cuando hacían su caminata por un cerro.

De Cali, ni hablar. Las calles de Cali están tomadas por el hampa. De lo que pasa en Cali no tiene sentido hacer una enumeración de testimonios tal como la hice con Bogotá.

En Cali ocurre algo peor: en Cali manda el hampa y todo el mundo lo sabe. En Cali todo el mundo sabe que sale a la calle por su cuenta y riesgo y que no puede esperar que nada ni nadie lo proteja.

En Cali todo el mundo sabe que debe hacer hasta lo imposible por no parar en los semáforos, y menos de noche; y que si le toca parar y se le acercan a pedirle plata lo mejor es que la dé para que no le vayan a romper un parabrisas con una piedra.

En Cali todo el mundo sabe que allá mandan las bandas ligadas al narcotráfico y a la minería ilegal.

En Cali todo el mundo sabe que las economías ilegales que operan en el Cauca y en el Pacífico hicieron de Cali su capital político-administrativa y criminal.

En Cali todo el mundo sabe que allí no mandan ni el gobierno nacional ni el municipal y que no pueden esperar a que la policía y el ejército los defiendan.

¡Por favor! Gobierno nacional y gobierno municipal: ¡Hagan algo!

Sabemos que la inseguridad está disparada en todo el país. Pero hago un llamado para que acudamos a atender a Cali con conciencia.

Y a todas estas seguimos asfixiando la discusión sobre la policía en el pantano de la ideologización de las todas cosas.

Están tan mal y tan enajenados en esta discusión, que es preciso volver a comenzar por el abc de la cosa.

Comencemos por volver a preguntarnos si una sociedad como la nuestra, con este grado de desarrollo social, político, económico y humano, necesita de la policía o si por el contrario podemos considerar la posibilidad de prescindir de ella.

-En mi humilde opinión sí la necesitamos.

Y no crean que lo digo como una ironía. Lo digo porque hay fuerzas políticas importantes que claramente hacen hasta lo imposible por acabar con la Policía.

Otra pregunta elemental: ¿está la Policía cumpliendo bien con su tarea?

-En mi humilde opinión, no.

Esta vez tampoco vayan a creer que lo digo como una ironía. Lo planteo porque hay dirigentes importantes que claramente sostienen que a la policía hay que dejarla cómo está.

Necesitamos una reforma urgente de la policía. Una reforma para fortalecerla y no para acabarla. Una reforma que la conduzca a garantizar la seguridad de la gente. Así de simple y así de complejo.

Una reforma que restaure el fundamento que debe soportar a toda Policía: la legitimidad. Sí, la legitimidad. Por la sencilla razón de que la verdadera autoridad se soporta sobre la legitimidad. El uso de la fuerza requiere de legitimidad y la legitimidad también requiere del uso de la fuerza.

Esto tampoco lo digo por ironía ni por caer en la antipatía de lo obvio. Lo digo porque todos sabemos que la Policía atraviesa por serios problemas de credibilidad y que esto tiene que ver con otro problema que no podremos discutir mientras se siga con la cantaleta del CIDH y la policía.

Creo que debiéramos comenzar por abordar el tema que más obstáculos opone en la relación entre la policía y la gente: la corrupción.

Es que la corrupción en la policía es particularmente grave porque pone a trabajar a muchos de sus miembros para el crimen, lo cual es inversamente proporcional a la tarea de proteger a la gente, precisamente del crimen.

Todos sabemos que el tema es grande y no es nuevo. Pero es un tema de fondo.

Yo sí creo que en la Policía hay héroes y muchos. A ellos los admiro, los quiero y les estoy profundamente agradecido.

Pero también sé que se ha llegado a niveles desbordados de corrupción que hoy se traducen en que tengamos ciudades y regiones enteras bajo el imperio y la dictadura del crimen.

Por eso hoy no se trata de si los policías son héroes o villanos. De lo que se trata es de que construyamos la Policía que necesitamos.

Por lo pronto, sé que recojo un gran clamor cuando les pido que reúnan lo mejor de sí y de la experiencia vivida recientemente para impedir que las amenazas que nos tienen planteadas para el próximo 20 de julio se vayan a convertir en un nuevo caos y un nuevo dolor para la gente.