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columna

Los muertos del futbol

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

No me refiero a los “cero muertos” del absurdo parte de éxito de la alcaldesa después del partido en Bogotá, en el que exclama satisfecha: “La final más pacífica desde hace años, lo logramos”, sino a los muertos que vendrán, quién lo duda, camuflados en la imposible trazabilidad de las redes de contagio.

Basta escuchar el clamor de médicos y especialistas epidemiólogos, para asegurar que esos jolgorios sin control alguno, con familias con niños, consumo de licor, quema de pólvora y la expansión invisible de saliva a borbotones, a través de vuvuzelas y gritos exaltados, tendrá, irremediablemente, su costo en contagios y en vidas.

Después de lo sucedido en Cali con el “partido de ida”, las principales asociaciones médicas advirtieron lo que vendría con el “de vuelta” en Bogotá y, con toda la autoridad moral y científica, exigieron medidas para evitarlo. Las medidas fueron atropelladas e insuficientes y lo que tenía que pasar, pasó.

Suspender el servicio de Transmilenio fue un atropello contra los bogotanos que necesitaban movilizarse, la ley seca fue burlada por los fanáticos ante las cámaras y el toque de queda de media noche —en Cali fue desde las 9:00 p.m.— fue un chiste que permitió el desenfreno.

Las explicaciones de la Alcaldesa rayaron en el absurdo y la falta de sentido de realidad: “Más que las aglomeraciones, queremos que la celebración sea pacífica”, anunció antes del partido. Y claro, no solo toleró las aglomeraciones sino que las organizó; se puso de acuerdo con las barras para que “en vez de que estuvieran dispersos en celebraciones difíciles de controlar, tuvieran dos puntos”, o sea, dos grandes aglomeraciones; todo lo contrario a lo que establecen las normas sobre distanciamiento y el sentido común.

Se equivocó, porque el asunto no era de riesgo de violencia sino de contagio y muerte; y porque, además de las normas dictadas por la pandemia, el Código de Policía prohíbe las fiestas en el espacio público, y lo que vimos fue dos grandes fiestas, mientras la Policía, simplemente…, miraba.

Después del partido se atrevió a afirmar que “5.000 personas —ese es su cálculo— es una mínima parte de lo que hay en un centro comercial todos los días, así como tampoco hemos cerrado los centros comerciales, tampoco íbamos a impedir que hubiera celebración organizada”. Lo de “celebración organizada” es otro chiste, como el de comparar el flujo ordenado a un centro comercial, con ¡5.000 personas! gritando, bebiendo y abrazándose sin tapabocas siquiera.

Me produjo indignación ese espectáculo grotesco, sobre todo porque, días atrás, la misma alcaldesa no les permitió a los paperos de Cundinamarca y Boyacá vender su producto en las calles de la ciudad, que ni iban a ser 5.000 ni iban a generar semejante desorden.

Pero hubo más culpas: la mezquindad del negocio impidió que los partidos fueran vistos por televisión abierta, como pidió el alcalde de Cali, limitando ese privilegio a los suscriptores de un canal cerrado de propiedad del grupo RCN y DirecTV, del que también es socia la Dimayor. No estaban obligados a nada, pero hay algo que se llama “responsabilidad social empresarial”.

Al final, la alcaldesa, como siempre, le echó la culpa al Gobierno Nacional, escurriéndole el bulto a sus responsabilidades como Jefe de Policía y, sobre todo, con la salud y la vida de los bogotanos. Al final, Cali y Bogotá llorarán los anónimos muertos del futbol.

Nota bene. Comienza otro año difícil, pero con la esperanza de la vacuna, la recuperación y el fin del aislamiento. Recibámoslo con los cuidados que protegen y el optimismo que construye.

@jflafaurie