Por haber sido, en dos ocasiones, durante mi vida profesional, líder gremial, tengo cierta perspectiva para evaluar la labor que hoy cumplen en la vida económica y nacional. Los gremios, como los partidos políticos, las asociaciones, los medios de comunicación o las redes sociales, son herramientas de representación ante el poder público.
Su función es defender los intereses legítimos de quienes no forman parte del gobierno y que requieren vocería ante las instancias institucionales. En Colombia, donde el Ejecutivo ejerce la totalidad del poder real, los gremios son fundamentales para transmitir las preocupaciones de sus afiliados por un canal formal y permanente. En su escala y en su área de interés, los gremios son un contrapoder, y por ello son importantes en una democracia. A medida que la concentración de poder fue aumentando en manos del Presidente, los gremios entendieron que oponerse podía traer consecuencias negativas. El Ejecutivo aprovechó los fondos parafiscales como un mecanismo de presión para callar las críticas de los gremios a su gestión. Como el Estado definía los montos y participaba en su administración, los gremios entendieron que no tendrían recursos si no se plegaban a los mandatos del gobierno de turno. Quien no estaba con el gobierno no tenía acceso al poder ni presupuesto. Santos llevó al extremo esta teoría, nombrando a exfuncionarios de Palacio en la cabeza de varios de ellos para asegurarse que le debieran el favor y que fuesen cercanos a sus políticas. Los afiliados, temerosos de las represalias y asustados de perder los beneficios otorgados por el gobierno, convirtieron sus asambleas en foros de aplauso para el gobierno. Abandonaron su papel de contrapoder para asumir el de áulicos de los ministros y le dieron la espalda a su responsabilidad con sus afiliados. El descontento de muchos de sus miembros llevó a la proliferación de minigremios y a las divisiones internas, hábilmente explotadas por los políticos y funcionarios públicos para sus fines personales. Mientras la economía nacional se debilitaba hasta llegar al casi estancamiento actual, los gremios permanecían silenciosos. Sobre el proceso de paz, que tanto va a afectar la capacidad de crecimiento de la economía, no dijeron ni una palabra de fondo. Respaldaron las tres reformas tributarias de la actual administración, las cuales han tenido consecuencias muy negativas sobre sus negocios. Nunca protestaron por los cambios en las reglas de juego ni criticaron al gobierno que repartía, a manos llenas, recursos presupuestales, pagados con impuestos de sus afiliados, en corrupción y mermelada. Se han prestado para todos los manoseos del gobierno, cada vez que este necesita titulares de prensa. A Fenalco, que con coraje ha denunciado el debilitamiento de la economía, a Fedegan, que ha sido perseguido sin piedad por advertir los riesgos del proceso de paz, y a Fedepalma, que se considera demasiado cercano a la oposición, el presidente los ‘castiga’ ignorando sus peticiones y ausentándose de sus eventos. Muy en el espíritu vindicativo de esta administración, se premia a los dóciles y se castiga a los que tiene carácter. ¿Para qué sirven entonces los gremios? Si renuncian a su papel de defender a sus afiliados y criticar las malas políticas a cambio de presupuesto y prebendas, dejan de tener sentido e importancia. Portafolio, Bogotá, 15 de agosto de 2017.