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columna

Los 10 mandamientos de Juan Manuel Santos

por: Eduardo Mackenzie- 31 de Diciembre 1969

¿Santos pretende substituir la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿Pretende imponer al aparato escolar colombiano el estudio de un texto diferente, revisionista y subversivo?

¿Santos pretende substituir la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿Pretende imponer al aparato escolar colombiano el estudio de un texto diferente, revisionista y subversivo?

En pintoresco acceso de megalomanía tropical, el presidente Juan Manuel Santos leyó o hizo leer, ante unos premios Nobel de la Paz invitados a Bogotá, la “carta de Colombia, 10 principios para la paz”. Santos le atribuyó a ese decálogo un valor “universal”. Según el jefe de Estado colombiano, estamos ante un enunciado de “principios y valores” que deben “guiar la conducta humana”. Nada menos.   En realidad, los 10 mandamientos de Santos, que lanzó en el Teatro Colón como un Moisés en Everfit, no desde el monte Sinaí, en medio de truenos y relámpagos, sino delante de un cartón gris de una Cámara de Comercio, no son más que una colección de tópicos, de máximas mal digeridas, de frases hechas pacifistas. Pero es algo más: ese texto vehemente y confuso (y hasta mal escrito) contiene la ideología nefasta que Santos ha aplicado y quiere imponerle definitivamente a Colombia.   Desnudemos ese curioso galimatías para ver qué alcances tiene y por qué debe ser repudiado. Examinemos el texto desde 2 prismas: lo dicho y lo hecho, las frases de la carta y lo que Santos hizo bajo el pretexto del “proceso de paz”.   1.  LA PAZ ES UN DERECHO: La paz es el derecho de nacimiento de cada persona y el derecho supremo de la humanidad.   La paz es un derecho, es verdad, pero no es “el derecho supremo”. El derecho supremo es la libertad. Puede haber formas de “paz” en un contexto político y social desastroso, sin libertades. Las dictaduras, sobre todo las más organizadas y violentas, transcurren en contextos de “paz”. Paz sin libertad, sin derechos, es el objetivo de todo tirano. Eso es lo que tranquilamente proclama Santos, en ese primer punto. Y lo que hace en el proceso de paz. De hecho, en sus 10 preceptos Santos no emplea la palabra libertad. Ni una sola vez. Ni habla de los derechos naturales del hombre (la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia a la opresión). ¡Qué extraño decálogo!   La paz es una noción potente, muy utilizada por los demagogos y por los enemigos de la paz. Kant, gran exégeta de la paz, jamás separó esa noción de otra noción central: el derecho, lo que él llamaba “la constitución civil”. Santos subvierte ese enfoque haciendo de “la paz” una noción-isla que se basta a sí misma. Esa paz sin derechos recíprocos y equivalentes es lo que Kant llamaba “un dulce sueño que puede convertirse, en la práctica, en el gran cementerio de la especie humana”.   Al lanzar eso de que la paz es un “derecho supremo”, Santos levanta un muro contra aquellos que ven que la paz no es una panacea. Si es un valor “supremo” nada puede estar por encima de él. Así impone un error y obstruye toda posibilidad de discusión. La tiranía de “la paz”, la que sumerge todo lo demás, todos los derechos, aparece como un gran paso de la civilización. Ante tal absolutismo la persona humana pierde sus derechos más básicos, como el derecho a la vida, a la libertad individual, a la libre expresión de ideas y opiniones, a la propiedad. El sofisma que planea sobre esa frase es: si las otras libertades ponen en peligro el “derecho supremo a la paz”, las otras libertades deben ser abolidas. Con ese enfoque Lenin, Hitler, Mao, construyeron su universo totalitario.   2. SOMOS UNO: La Humanidad es una sola familia y compartimos el don de la vida sobre este frágil planeta. Lo que le pasa a uno, nos pasa a todos.   Lo común en la humanidad no es la vida. Si lo fuera, los animales y las plantas harían parte de la humanidad. Lo común de la humanidad es el espíritu, la razón. Pero esa definición es insuficiente. ¿Qué es el hombre? Un animal con dos pies y sin plumas, respondía Platón con ironía. Es un animal que razona, decían los escolásticos.  Es un animal que piensa, decía Descartes. Que juzga, decía Kant.   El reduccionismo es extremo cuando Santos dice que “la humanidad es una sola familia”.   La humanidad no es una familia, es una filiación, una realidad plural, desigual, no uniforme.  Sin esa pluralidad, no hay humanidad. “La humanidad no es una esencia que hay que contemplar, ni un absoluto que hay que venerar, ni un Dios que hay que adorar: es una especie que hay que preservar, una historia que hay que conocer, un conjunto de individuos que hay que reconocer y, en fin, es un valor que hay que defender”, escribe el filósofo André Comte-Sponville.   Concebir la humanidad como una familia es verla como un simple hecho natural, sin alcance espiritual. Se nace hombre y este se hace humano.  Sí, pero a la vez, como escribía Montaigne, “Cada hombre lleva la forma entera de la condición humana”.  No es fácil reducir la humanidad a un substantivo. La humanidad es algo que recibimos, antes de ser algo en sí. “El hombre no es un imperio dentro de un imperio”, decía Spinoza: el hace parte de la naturaleza, cuyo orden respeta, hace parte de la historia, que él hace o le hacen, hace parte de una sociedad, de una época, de una civilización. Él es capaz de lo mejor y de lo peor. Es un animal que va a morir y que lo sabe.   Al decir que “compartimos el don de la vida sobre este frágil planeta”, Santos pone el acento sobre “frágil planeta”. El evoca así, indirectamente, la principal tesis de la ecología negativa. La naturaleza es la causa suprema, el hombre es el cáncer de la tierra y el capitalismo es la forma más destructiva de esa enfermedad. Eso explica las posiciones anti desarrollo, anti industria, anti nuclear, pro decrecimiento, y la hostilidad ante la propiedad privada, del ecologismo punitivo. Para esa ideología el progreso es tóxico. La “frágil tierra”, dice, no soporta más tantos habitantes, tanto consumo, sus recursos se agotan, la naturaleza está muriendo. En consecuencia, las políticas antinatalistas y eugenistas son el horizonte, tras bambalinas, de esa gente.   En el fondo, esa construcción caprichosa y acientífica tiene una sola meta: obtener el control de la especie humana y supeditarla a la naturaleza. Es un nuevo panteísmo, una idolatría como el de la paz a ultranza: busca la dominación del hombre así ello implique la reducción de sus derechos. Quiere erigir unos principios supranacionales que entierran el humanismo, la cultura, la genialidad humana para poder decidir sobre cualquier tema individual. El argumento es: “lo que le suceda a uno le sucede a todos”. Todo ello anuncia, según los adeptos, la aparición de una “nueva era”, de una “nueva civilización”.   3. SOMOS DIVERSOS: La diversidad enriquece a nuestra humanidad. Es un patrimonio que debemos honrar y cuidar.   Este párrafo, aparentemente inocuo, mete de contrabando la ideología de género. Enuncia el concepto de “diversidad” para que no choque con la falsa “igualdad” del punto anterior. Acá “diversidad” apunta sin decirlo hacia temas específicos: a la revocación de la familia tradicional, de la filiación natural (el derecho a un padre y una madre). Refuerza, demás, las herramientas preferidas del Foro de Sao Paulo para instalar su comunismo en América latina: la disolución de la nación con sus valores comunes en tribus, etnias, razas, clases, todas antagónicas, con sus particularismos y su “diversidad” intocable. Así motivados, los grupos minoritarios, étnicos, sirven de tropas de choque para la conquista del poder.  Pretende dividir el país en áreas de “diversidades” que nadie tiene claras.   4. DEBEMOS SEGUIR LA REGLA DE ORO: El principio moral de tratar a los otros como queremos ser tratados nosotros mismos debe ser aplicado no solo a la conducta de las personas sino también a la conducta de las religiones y naciones.   La Declaración Universal de los DH trata el tema de la religión de manera precisa, como una libertad, como un derecho de la persona, lo que incluye el derecho a practicar un culto y cambiar de religión y de convicción. El nuevo decálogo pone a “las religiones” en el terreno de la reciprocidad moral. El fenómeno religioso es complejo pues afirma la existencia de una realidad transcendente, sobrenatural. El cristianismo, y las religiones reformadas, distinguen religión y Estado. El islam no. El catolicismo, el protestantismo, el judaísmo tienen un estatuto jurídico en Colombia. El islam, gran religión de aparición reciente en nuestro país, no tiene aún un estatuto jurídico. Para ésta la charia está por encima de la ley nacional. Es un error abrir las puertas a un tratamiento idéntico, no por la vía del derecho sino de una reciprocidad moral.   5. DEBEMOS EVITAR LA GUERRA: La guerra destruye el tejido humano y representa un fracaso para la humanidad. Siempre debe ser la última alternativa.   Evitar la guerra: tópico indiscutible. El pacifismo, sin embargo, puede ser fuente de calamidades, como el guerrerismo. Buscar la paz a ultranza, no es una noción irrefutable. Los pacifistas ven la guerra, en toda circunstancia, como un “fracaso”. Para evitar ese “fracaso” muchos apoyaron las peores dictaduras. Muchos pacifistas europeos de izquierda apoyaron a Hitler y la Ocupación de Francia pues preferían la sumisión a la resistencia armada contra el opresor alemán.   Para evitar la guerra, Santos pretende entregar la soberanía nacional al narco terrorismo. La rendición del Estado liberal a los bandidos: tal perspectiva es aceptable a la luz de esa idea: evitar la guerra al precio que sea, imponer el “derecho supremo” de la paz y tratar “al otro” como queremos que nos traten.   6. DEBEMOS SER LEGALES: La paz y la estabilidad del mundo requieren la adhesión y el respeto a las normas internacionales y el Derecho Internacional Humanitario, así como a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.   ¿Este párrafo pretende disimular que esa carta es una desviación de la Declaración Universal de DH? “Debemos ser legales”. Obvio. ¿Pero qué es “ser legal”? Lo legal no es siempre lo justo. Legal no es sinónimo de virtud, ni de correcto. Ni sinónimo de jurídico. Unas veces las 2 nociones coinciden. Otras veces no. Ciertos actos pueden ser “legales” pero injustos y hasta contrarios al derecho. “Las leyes de los hombres son determinadas por la naturaleza del Gobierno”, explicaba Montesquieu. Thoreau decía: “La ley no ha hecho jamás a los hombres un ápice más justos”.  Lo que cuenta no es “ser legales”. Lo que cuenta es la preservación del Estado de derecho. Escribir en una ley que el cultivo y tráfico de drogas alucinógenas es un delito excusable, “conexo con el delito político”, es una cosa. El gobernante de turno puede hacer esa ley. Pero esta no es virtuosa. Convertir en norma el principio de que los crímenes atroces (sobre todo de guerra y de lesa humanidad) pueden ser amnistiados, puede ser “legal”. Y el régimen puede exigir el cumplimiento de tal norma. Pero eso no será jurídico. Hay leyes absurdas, leyes liberticidas. Lo “legal” puede no siempre coincidir con lo moral, con lo justo. La legalidad del Gobierno Santos no es un Estado de derecho. Especialmente cínico es exigir “el respeto a las normas internacionales y el Derecho Internacional Humanitario”, cuando lo que ha hecho Santos en Colombia es desconocer las normas internacionales y el Derecho Internacional Humanitario que prohíben amnistiar los crímenes imprescriptibles, de guerra y de lesa humanidad.   7. DEBEMOS HABLAR: Siempre que sea posible, los conflictos deben terminar mediante el diálogo. La comunidad internacional debe apoyar medidas efectivas para prevenir y limitar las guerras.   Ojalá Santos le hubiera hablado a los colombianos y no únicamente a las Farc en Cuba, en la mal llamada “negociación de paz”.   “Los conflictos deben terminar mediante el diálogo”. Esa variante de la ideología pacifista no resiste el análisis. No respeta los hechos. Hay conflictos que no pueden terminar sino por la fuerza, aliada al derecho, por la neutralización o destrucción del agresor. No mediante un “diálogo”. La palabra “conflicto” es capciosa. Conflicto es utilizado aquí como un sinónimo de guerra, de violencia (palabra que aparece una sola vez en el decálogo de Santos) ¿Qué es un conflicto? ¿Toda guerra es un conflicto? Hay confusión deliberada de conceptos. El hitlerismo alemán, el fascismo italiano, el militarismo japonés, terminaron gracias a la guerra, a la guerra legal y justa de los Aliados, no gracias a un diálogo, ni a una negociación. El comunismo soviético se derrumbó gracias a las presiones materiales y políticas, internas y externas, militares y diplomáticas, que sufrió ese sistema. No fue derribado por un diálogo ni por una negociación política.    Los diálogos de paz, sobre todo durante el Gobierno de Santos, fueron la principal herramienta para desestabilizar de manera rápida a la nación. Le permitió desorganizar la fuerza pública, encarcelar a los militares, perseguir a la oposición, blindar de impunidad a los bandidos y tratar de reconstruir un orden institucional abyecto. Un diálogo de paz puede ser lo contrario: una guerra disfrazada de paz.   8. DEBEMOS RESPETARNOS: Aun dentro del conflicto, debemos reconocer a todo enemigo como un ser humano que merece respeto, cuyas motivaciones deben ser entendidas. La eliminación o humillación del adversario es la semilla de más violencia en el futuro.   ¿”Respetarnos”? ¿Santos respetó a los colombianos cuando barrió de un manotazo lo que los colombianos habían decidido en el plebiscito del 2 de octubre de 2016? Él no respetó al país, a sus mayorías, representadas en ese voto contra su triste acuerdo con las Farc y representado por los millones de colombianos que rehusaron ir a las urnas ese día para decirle sí a su pacto liberticida con las Farc. “Debemos respetarnos”, clama Santos. Pero él no respeta a nadie. “Yo hago lo que me da la gana”, ese es su verdadero credo.   9. DEBEMOS EDUCAR: Hay que promover la tolerancia, la solidaridad, la compasión, el respeto a las diferencias y a los derechos de las minorías, para crear una cultura global de paz. Una educación basada en estos valores debe implementarse en todo el mundo.   Habla de “minorías” y de “cultura global”. La idea subliminal es: hay que imponer a la sociedad los valores de las minorías. Eso, para Santos, es ser “tolerantes” y “compasivos”. La tolerancia, en realidad, es no perseguir a otro por sus convicciones y sus prácticas religiosas o políticas.   Las minorías tienen derechos, pero estas no pueden hacer valer su particularismo como cultura global. Lo que pretende esta cláusula es hacer pasar los valores del narco comunismo, minoritario, como la “cultura global de paz” de la sociedad. En lugar de exigirle al narco comunismo adoptar los valores de las mayorías democráticas, o reconocerlos, al menos, como la verdadera cultura global del país, Santos intenta revertir la visión política aceptada.   La “cultura global de paz” de las Farc incluye la idea de que la violencia armada y moral, y la mentira, son una vía legitima para alcanzar la paz. Y que solo hay paz real cuando se destruye la esfera institucional democrática, destrucción que no ha de ser discutida con el pueblo sino en estrechos círculos de conjurados. Dice ese párrafo que es necesario controlar la educación para poder enraizar tales “valores”. Someter el derecho de las mayorías (las “masas proletarias”) a los caprichos de la minoría (la “vanguardia del proletariado”) es la esencia del leninismo.   10. DEBEMOS ENTENDER: Todas las vidas son tan valiosas como nuestra propia vida. Si entendemos esto con nuestros corazones y nuestras mentes, podremos construir y mantener la paz en el mundo para nosotros, para nuestros hijos y las generaciones por venir.   Obvio: todas las vidas son tan valiosas como nuestra propia vida.  Pero Santos no obra en consecuencia. ¿Las vidas de las víctimas del narco terrorismo son tan “valiosas” como las de los Timochenko y compañía? ¿Por qué ellos van a recibir, como premio por su violencia de masas de más de 50 años, libertad, tierras, subsidios, salarios, equipos técnicos y hasta los honores y privilegios que reserva la vida institucional democrática a sus representantes elegidos? Mientras tanto las víctimas de esos criminales no tienen derecho a nada.  Ni a que se haga justicia.   El papa Francisco –en su mensaje, que agradecemos, a esta Cumbre– dijo que los esfuerzos de paz de Colombia pueden inspirar al mundo. Así que –colegas laureados– les propongo apoyar y avalar esta Carta de Colombia, estos 10 principios que cualquiera puede compartir y entender, que pueden ser memorizados, que pueden ser estudiados por los niños y jóvenes en las escuelas, difundidos en los murales y las bibliotecas, porque son más grandes que nosotros.   Santos pretende implantar esta barbaridad como tema de educación obligatoria en Colombia y en otros países. En lugar de eso debería proponer el estudio de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano, un documento histórico, sabio, completo, mejor redactado y sin imposturas ideológicas.   Los postulados de Santos no son más que una enorme camisa de fuerza para impedir que el país piense y actué en consecuencia. Quiere revertir los valores, controlar la nación, desvalijarla de su identidad cultural, de sus leyes, de sus principios morales, éticos y religiosos, para que acepten sin sospechar siquiera el carácter nefasto de la “cultura global de paz” de las Farc.   Porque tienen la fuerza del amor que vence al miedo. ¡Tienen la fuerza de la paz que destierra la guerra!   Lo contrario es lo cierto. El miedo cunde en el país ante la prepotencia del proyecto Farc, ante el aclimatamiento de un partido armado y de una “justicia especial” al servicio de unas ambiciones totalitarias.