Tuvo que venir una catástrofe sanitaria global como la actual para darnos cuenta de la importancia de nuestro campo, de lo estratégico que es estar abastecidos y garantizar la seguridad alimentaria de nuestra población.
Hasta dirigentes como el presidente de Francia Emmanuel Macron han considerado que el sector agropecuario debe tener tratamientos diferenciales, incluso excluyéndolos en alguna medida de la pura acción del mercado. Esa será otra discusión.
Lo que si es claro es que, históricamente buena parte de los países del mundo, han marginado al campo de las políticas de desarrollo. La misma dinámica poblacional contribuyó a que fuera así, pues encontraban mayor posibilidad de educarse y encontrar empleo en las ciudades dados los fenómenos de industrialización.
Fue mejor el acceso a salud y la disponibilidad de bienes públicos en las ciudades, incluso la seguridad y orden público, en casos como el de nuestro país. Pero hoy nos damos cuenta de que lo rural, lo agropecuario, nuestro campo, merece otro tratamiento para corregir las inequidades que ha tenido frente a otros sectores de la economía, los sectores ubicados en las urbes.
La primera corrección debe enfocarse en la educación. Para generar desarrollo social y económico es necesario mejorar los procesos de aprendizaje y transferencia de conocimiento de nuestros niños y jóvenes rurales. La experiencia del COVID19 ha hecho evidente, de nuevo, el proceso de desconexión entre campo y el resto del mundo, pero así mismo ha puesto a la vista varias oportunidades.
Una de ellas es la de tener cobertura universal con el servicio de internet en áreas rurales. ¿Para qué? Para llevar conocimiento y formación de capacidades a través de la red, además de suplir la carencia de muchos libros y útiles escolares.
No hay ni siquiera que establecer una red cableada para hacerlo pues ya diferentes empresas ofrecen la prestación del servicio a partir de globos de helio. Una genialidad de bajo costo: El Proyecto Loon.
Eso implica que nuestros niños rurales puedan tener un computador en sus manos. Debe existir entonces una política de Estado, en conjunto con diferentes empresas que elaboran hardware y software, para lograr el cubrimiento total. Pero además implica que la cantidad de profesores que llegan a las áreas rurales deban ser más y mejor remunerados que los de las áreas urbanas.
Debe haber además una segunda corrección: la de la generación de empleo. Una empresa agropecuaria debe estar sujeta a una estructura tributaria diferenciada a las de las áreas urbanas. Empezando por las tarifas de impuestos de renta y de riqueza. Pero además las estructuras tarifarias de servicios públicos deben ser completamente diferentes, a lo que se debe sumar las cargas parafiscales laborales notablemente reducidas.
A partir de estos dos aspectos, que sumados a otros que espero compartir próximamente, es preciso darle el lugar que se merece a nuestro campo y sus pobladores. ¿Será que dejamos pasar esta oportunidad de hacer algo novedoso?