Sin embargo, jamás compartí su creencia de que el consumo de sustancias psicoactivas (marihuana, cocaína, bazuco, éxtasis) debería permitirse en las dosis mínimas, acudiendo al “libre desarrollo de la personalidad”. Siempre me pareció un contrasentido.
¿Cuál es la “dosis mínima” para un adicto? En mi caso, como adicta que soy, la mínima no existiría, porque siempre necesitaba más. Viví en carne propia lo que fue el “libre desarrollo de mi personalidad” cuando consumía. Como cada día me iba sumiendo en el caos, la depresión, los ataques incontrolables de ira, la vida ingobernable, la ausencia absoluta del deseo de vivir, la angustia de ver amanecer, la rabia al escuchar el canto de los pájaros, la ausencia de mis hijos porque no podía acercarme a ellos emocionalmente aun amándolos con desespero…
Mi personalidad quedó atrapada, encarcelada, estrangulada por las sustancias que se fueron convirtiendo en mi único dios. Perdí todas las batallas y ellas se ganaron todos los trofeos. Descubrí el infierno. Lo viví, lo sentí y jamás pensé que podría apartarme de ellas, porque se convirtieron en mi razón de existir.
Las conocí ya adulta y parida. No era una adolescente. Era una mujer ya “hecha y derecha” con un carácter estructurado dentro de unos parámetros y valores morales firmes y una educación privilegiada. En mi familia nuclear jamás vi consumir alcohol ni mucho menos otras sustancias. Tenía los cuatro ases en la mano. Y el inicio, primero social y luego frecuente, llegó a ser diario y el único motor de mi vida. Quedé en bancarrota espiritual, física y emocional. Sobredosis, lagunas, intento de suicidio… y otras yerbas.
Fue un proceso duro, doloroso, el de la recuperación. Recaí después de siete años y creí que jamás podría parar. Tuve que iniciar mi vida de cero otra vez y casi no lo logro. De eso hace ya 20 años. Me sirve el “Solo por hoy” y asistir a los grupos de apoyo.
Cuando veo en parques, clubes o salidas de colegios a jóvenes que están apenas iniciando su vida consumiendo su “dosis personal” y ejerciendo su derecho al “libre desarrollo de su personalidad” me llora el alma… Muchos serán afortunados y no pasarán de un consumo esporádico. Otros caerán en las garras diabólicas de la adicción. Pero todos están destruyendo sus neuronas, alterando sus emociones y atacando lo más sagrado que tenemos, que es, precisamente, la libertad de desarrollar la verdadera y auténtica personalidad. ¡No hay mejor droga que un cerebro limpio de drogas!
Una cosa muy diferente es la legalización de las plantaciones de coca y marihuana para acabar con el narcotráfico, que cada día aumenta, y otra muy diferente aceptar la “dosis personal” en jóvenes que no saben qué es “libre desarrollo de la personalidad” y se están jodiendo la vida al menudeo.
**El Espectador - Opinión
12 de septiembre, 2018**