Viajar es una inmejorable oportunidad de cuestionar nuestras certezas. Es un momento para contrastar lo que vivimos con las realidades de otros pueblos con los que podemos sentirnos muy distantes. Mientras más fuerte es ese choque, más interesante resulta la experiencia. Siempre me interesó el sureste de Asia, lo que en tiempo colonial se denominaba Indochina, por encontrarse a mitad de camino entre esas dos inmensas naciones. Se cumplió mi sueño de poder visitar ese conjunto de naciones (Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya, Singapur, Vietnam e Indonesia) que están en las antípodas de Colombia y con las cuales tenemos muy pocos puntos comunes. A pesar de estar situadas en una latitud ecuatorial similar a la de Colombia, tener como base alimenticia el arroz y niveles de desarrollo no muy diferentes al nuestro, casi nada más es común. Son sociedades de fuerte influencia del hinduismo y el budismo, sus idiomas y alfabetos no tienen nada similar, no utilizan el mismo calendario y tienen una estructura social diferente a la nuestra. De nuevo, se puede desmontar el mito, muy colombiano, de que hay inseguridad porque hay pobreza. En estas naciones, como en otras de África, hay mucha pobreza, pero son seguras. No hay robos, ni atracos, ni secuestros. La gente puede pasear por las calles sin temor, retirar dinero de los bancos y vivir sin mayores angustias diferentes a la necesidad de salir adelante en la vida. Qué alegría produce poder sentir esa tranquilidad que la izquierda nos ha hecho creer que es imposible en nuestros países por la pobreza circundante. Se puede también cuestionar la idea de que Colombia es un país con vocación agrícola. La dotación de recursos de estas naciones es mucho más pobre que la nuestra, con tierras ácidas, torrenciales periodos de lluvia y sequías. Pero no desperdician un centímetro de tierra sin cultivar. Con grandes limitaciones, sin maquinaria ni tecnologías, utilizan su potencial agrícola de forma admirable. Superan las mayores dificultades con ingenio, conocimiento tradicional y trabajo. Cuando se observa el estado de postración de nuestro sector agropecuario y la bajísima productividad del campo, la experiencia del sureste asiático resulta admirable. Pero, sin duda, lo que más sorprende de estos países es su capacidad de concentrar los esfuerzos en prioridades. Ninguna de ellas es una democracia como la entendemos en el concepto occidental. Hay restricciones de libertades fundamentales y un sistema político con limitaciones. Impresiona la poca importancia que la sociedad parece darle a estas restricciones. Están más preocupados por trabajar y salir adelante que por el debate sobre las libertades y derechos humanos. Entienden que la política no es lo importante, sino la fuerza del tejido social. Sus organizaciones familiares y comunitarias son mucho más significativas que los vínculos políticos, aun en naciones como Vietnam o Camboya, que tienen terribles pasados comunistas. El modelo chino, que combina una estructura política comunista y mercados libres, produce una gran dinámica comercial en medio de un control social estricto. Con su impresionante diversidad, la densidad poblacional que los caracteriza, sus dificultades y limitaciones, estos países parecen estar mejor encarrilados para salir del subdesarrollo que nosotros. Tienen la coherencia, consistencia y focalización que tanto nos hace falta a los colombianos. Es una importante lección de humildad. Portafolio, Enero 9 de 2017
Lecciones de humildad
Por Miguel Gómez Martínez - 11 de Enero 2018
Cuando se observa el estado de postración de nuestro sector agropecuario y la bajísima productividad del campo, la experiencia del sureste asiático resulta admirable.