Los señores Pablo Catatumbo e Iván Márquez pueden seguir perorando desde La Habana. Pueden afirmar lo que quieran sobre el carácter “altruista” de las Farc. De nada les servirá. Al final, los jefes de las Farc tendrán que vérselas con la justicia y con la cárcel. Tarde o temprano. Puede que la justicia, ya sea la colombiana, ya sea la internacional, tarde en llegar, pero les llegará. Con acuerdo de paz o sin tal acuerdo, la justicia los atrapará. Les pedirá cuentas. Y los sancionará. Las leyes de “punto final” o los acuerdos de impunidad total, llamados ahora “acuerdos de paz”, ya no tienen vigencia en el mundo civilizado. Las dictaduras de los Castro y de los Maduro no durarán eternamente. Cuba y Venezuela volverán a ser países democráticos y no refugio de apátridas y asesinos.
Por el momento, los señores Catatumbo y Márquez pueden insistir y repetir 1.000 veces que las Farc no han maltratado a nadie, que los crímenes de lesa humanidad y los crímenes de guerra y los crímenes contra la paz que les reprochan fueron cometidos por otros, no por ellos. Pueden decir lo que quieran: que sus matanzas de civiles y de uniformados y que sus destrucciones de la infraestructura económica de Colombia fueron actos “necesarios”, cometidos para “expandir la democracia”. Que nunca han secuestrado a nadie, que sus víctimas desaparecidas son invenciones del uribismo. Podrán seguir con la monserga, reiterada ayer ante una delegación de mujeres, en La Habana, que las Farc “nunca han utilizado la violencia sexual como arma de guerra”. Sigan perorando así, señores Catatumbo y Márquez, con idéntica energía y cinismo, con ese goce obsceno que no logran ocultar y que al mentir ante sus víctimas les empapa la cara. Todo ello es inútil. De nada les servirá. La justicia los bajará un día de esa nube, los podrán en su sitio y ante la realidad de sus atrocidades. Pues los hechos son los hechos. Están ahí. En la cabeza y en el corazón de las decenas de miles de víctimas que sobrevivieron. En miles de expedientes. En las páginas de 50 años de prensa colombiana. En las bibliotecas. En la memoria de los colombianos. Nadie podrá borrar de la faz de la Tierra los crímenes de las Farc. Ninguna mentira logrará evaporarlos. Ninguna superchería los transformará en actos virtuosos. Sigan, pues mintiendo. Todo eso es inútil.
Algunas veces la justicia llega rápidamente, otras no, o no llega. Todo depende del estado de las sociedades. Siete meses después de la capitulación del III Reich, los altos jefes de la Alemania de Hitler fueron juzgados en Núremberg. Diez de los condenados fueron ahorcados, siete se fueron a la cárcel y tres quedaron en libertad. En otras latitudes, algunos de los grandes criminales del totalitarismo escaparon a la justicia, pero terminaron mal. El jefe comunista Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, quien planificó y supervisó la exterminación de 2 millones de personas, la cuarta parte de la población de Camboya, entre 1975 y 1979, huyó cuando su régimen cayó pero siguió al frente de una guerrilla. Esta se desintegró en 1996 y él fue arrestado. Un “tribunal del pueblo” lo condenó a prisión perpetua en su casa. A los 73 años, huyó de nuevo. Pero Ta Mok, una de sus fichas, intentó entregarlo a las autoridades. Perdido en la manigua, al lado de la frontera de Tailandia, Pol Pot murió de infarto (algunos dicen que fue envenenado), el 15 de abril de 1998. Como su cadáver fue incinerado, nadie pudo probar que el muerto era efectivamente Saloth Sar.
Uno que no logró escapar del todo fue un brazo ejecutor de Pol Pot: Kaing Guek Eav, alias Douch, 69 años. El hombre desapareció durante 20 años. Lo buscaban por haber torturado y exterminado a 12 mil 380 prisioneros, incluidos miles de mujeres y niños, en el centro de detención S-21, bajo su control durante tres años y medio, desde el 17 de abril de 1975. Aunque se ocultaba bajo la máscara de un predicador evangélico, este jefe comunista fue finalmente capturado y juzgado en Phnom Penh por un tribunal internacional respaldado por la ONU. El 26 de julio de 2010 fue condenado a 30 años de cárcel. Para tratar de atenuar sus crímenes, el exjefe Khmer Rojo pidió perdón durante el proceso. Sus víctimas rechazaron ese gesto. Como la pena fue reducida a 19 años, las víctimas se quejaron y los fiscales apelaron la sentencia. Douch consideró que la pena era excesiva pues decía que el único culpable era Pol Pot. Le fue peor: el 3 de febrero de 2012 fue condenado a cadena perpetua, por asesinato, tortura, violación sexual y crímenes contra la humanidad. Otros exjefes del pavoroso Khmer Rojo faltan por juzgar. El régimen post totalitario de Camboya no es un Estado de derecho. Este prefiere enterrar el pasado. Empero, muchas víctimas quieren que se abran otros juicios. Un sobreviviente de los campos de muerte, Ong Thong Hoeung, explicó que el proceso de Douch era un mensaje para las víctimas, para los genocidas y para el Gobierno pues “los horrores cometidos un día acabarán por ser castigados y esos crímenes no quedarán en la impunidad”.
Los jefes de las Farc, copartidarios de Pol Pot y de Douch, saben que ellos agravan su caso al tratar de negar sus crímenes. Un proceso de paz edificado sobre una montaña de cadáveres, mutilados y huérfanos, sobre una cordillera de mentiras y sobre una declaración infame de impunidad, no traerá la paz a Colombia ni les permitirá a los verdugos comunistas escapar a la justicia. Santos puede firmarles el acuerdo más ventajoso creyendo que su destino personal será enaltecido. Se equivoca. Nunca lo logrará. La vanidad de un hombre no puede ser abonada con el dolor de miles de víctimas. La justicia alcanzará a los verdugos. Aunque sea 20 años después, como a algunos de los genocidas de Camboya.