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José Félix Lafaurie Rivera

Foto: Fedegán FNG

columna

La rampante corrupción

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

Se ha vuelto lugar común hablar de las magnitudes que ha alcanzado la corrupción. Si se conversa con un taxista, por ejemplo, empieza a contar sobre la corrupción en x o y obra pública, señalando como el promotor a la clase política. Si se va a una reunión, el tema es el mismo. 

“Todo se lo roban”, es la frase más común, y agregan, con tono de rabia, que ahora el desfalco pasa el 100 %, indicando que también se roban las adiciones, que es una práctica que se entronizó en la contratación pública. No hay contrato que se ejecute en el plazo estipulado, ni con el presupuesto acordado.

Y no es una situación de unas ciudades. Es una generalidad nacional. Más aún, en algunas regiones se señala con nombres propios, a funcionarios, encabezando la lista, casi siempre, el alcalde, el gobernador o el concejal.

Y casi siempre se señala, como para afirmar la tesis, los enriquecimientos que esa corrupción ha generado. Fulanito de tal entró sin nada y a la vuelta de unos pocos meses ya hacen parte de su patrimonio y en el de muchos de sus familiares y amigos más cercanos, fincas, casas, carros y apartamentos.

La metamorfosis que sufre un funcionario es, igualmente, desproporcionada. De la humildad propia que le deja la contienda electoral –en donde debe codearse con todo el mundo y en la que ha feriado su futuro- pasa al asiento del poder, en donde por arte de magia, la prepotencia domina su ser. Ya no camina... levita, selecciona a dedo a quien atiende y a quien no. Va cerrando el círculo de lo que llamara Álvaro Gómez Hurtado, “el régimen”.

En el entretanto, las entidades encargadas de la vigilancia y control, no paran de proferir anuncios de presuntos hallazgos y detrimentos patrimoniales por sumas multimillonarias. Son recalcitrantes en señalar los cientos de faltantes y fallas, pero a la hora de resultados concretos, las cifras de la recuperación son nimias. ...porque también se volvió costumbre gobernar con anuncios de prensa. Ha hecho carrera que primero se condena o se enaltece o se distorsiona en público, que en las instancias correspondientes. No es una actuación solo del Gobierno actual, ha sido una práctica inveterada que cada día se utiliza más, y que atiza el ambiente de más desconfianza e incertidumbre que reina en el país en torno de las actuaciones públicas. No se sabe cuánto de los presupuestos públicos se llevan los medios de comunicación en esa alocada carrera de lustrar imágenes y condenar a priori.

A la par también ha hecho carrera de “para qué pagar impuestos, si todo se lo roban”, lo que demuestra que los cimientos morales de nuestra sociedad se han trastocado y se tiene una excusa para evadir responsabilidades. Ahora que se posesionan los recién elegidos alcaldes, se repite el ciclo, y en el entretanto sigue haciendo carrera desde el mismo Estado y en cabeza del presidente el mensaje distorsionado de “la mermelada”.