“La economía, estúpido” es una frase que se atribuye al asesor de Bill Clinton, James Carville, y que buscaba que el candidato demócrata se concentrara durante su campaña en temas de interés directo para los ciudadanos. Clinton derrotó a Bush padre que venía de ganar la primera guerra contra Irak y que parecía imbatible en las urnas.
La semana pasada, el Gerente del Emisor y el presidente de la Andi advirtieron del daño que la polarización política podía estar causando al desempeño económico. Sorprende que estos dos importantes voceros de la economía, grandes partidarios del gobierno Santos y del proceso de paz, hubiesen guardado hermetismo cuando en la anterior administración se tildaba de enemigo de la paz, se discriminaba e incluso perseguía legalmente a quienes manifestaban sus válidas reservas frente al proceso en La Habana. Tampoco se escucharon sus voces cuando se rifaban cientos de miles de millones de pesos en publicidad oficial, contratos escandalosos y se adelantaba la feria de la mermelada presupuestal.
Ahora, preocupados porque no resultó cierto aquel absurdo pronóstico de que la paz de Santos nos permitiría, de forma automática y mágica, crecer por encima del 4,5 % anual, elevan sus voces pidiendo cordura y moderación de las fuerzas políticas. Tal vez no ligan que la actual crispación proviene de haber ignorado el resultado del referendo y las advertencias sobre la total impunidad garantizada a las Farc. Debieron, en su momento, preguntarse si el Acuerdo podía ser financiado presupuestalmente y si la economía no quedaba hipotecada al tener que cumplir muchas de las absurdas concesiones otorgadas al terrorismo en aras del anhelado nobel.
Dicho lo anterior, tienen razón el Gerente del Emisor y el presidente de la Andi. La estúpida política le hace daño a la economía. La oposición ha decidido atrincherarse en la protesta para defender el cuestionado proceso de paz. La evidencia de ello es la inaceptable protección de un narcotraficante como Santrich. Es su derecho democrático y lo están ejerciendo con vigor. El gobierno, que no posee la concentración de poder que tenía Santos, ni persigue judicialmente, ni utiliza el presupuesto para comprar apoyos, tiene que jugar otras estrategias. Pero la sensación es que, después del 7 de agosto, vamos de una crisis a otra y que el desgaste institucional es elevado.
Algunos creen que el gobierno debe abrir la llave de la mermelada y obtener una gobernabilidad fácil. Ceder a esta tentación profundizaría la crisis de nuestra democracia. Fue mucho el daño que se le hizo a la separación y el equilibrio de los poderes durante los ocho años anteriores. La idea de que todo se puede comprar y que cualquier precio es aceptable, es la causa intrínseca de la polarización actual. Duque resiste a la presión creciente de quienes creen que un buen político es el que reparte el poder a cambio de apoyos. Es la corrupción rampante, que resulta de esta forma de gobierno, la mayor amenaza de un sistema político con baja legitimidad y prestigio.
El Gobierno debe desenmascarar la estrategia maximalista de una oposición reaccionaria al cambio que el país reclama en el proceso de paz. Y debe también desnudar a los clientelistas, que hoy posan de estadistas, cuando lo que quieren es tanquearse de mermelada.
**Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com**
Portafolio, mayo 28 de 2019