En Colombia, los hombres públicos han cruzado todos los límites aceptables. La política y el poder desfiguran a las personas. Cuántos entran en la vida pública llenos de entusiasmo creyendo que pueden cambiar las cosas y años después son seres mañosos, llenos de compromisos, proclives a la mentira y corrompidos. ¿Qué pasó con los sueños y la voluntad de ser agentes delcambio? ¿Dónde quedaron los principios y la ética? ¿Por qué el interés general cedió el camino a la ambición personal?
La política ha sido siempre un juego ambivalente en el que las ideas y los intereses entran en conflicto. Esto es verdad en Colombia y en todas partes; en el pasado, en el presente y en el futuro. Como todo en la vida, el problema es de equilibrios inestables. La política la hacen hombres y mujeres, con sus virtudes y defectos; con sus momentos de grandeza y su vacíos de carácter. La política desfigura pero a algunos los vuelve monstruos. En Colombia, los hombres públicos han, en su inmensa mayoría, cruzado todos los límites aceptables. Ya no les importa si producto de sus acciones corruptas los niños se mueren de hambre, los hospitales se cierran o los votos se compran. El ciudadano común considera que cualquiera que entra en la política lo hace para hacerse rico, abusar de las instituciones y obtener privilegios. Por ello cada vez hay menos credibilidad en quienes ejercen esa actividad. Uno termina por creer que las generalizaciones son injustas. Pero cada día trae su decepción. De mi generación, uno de los hombres mejor formados, con mayor experiencia y con todo el bagaje moral de una buena familia, era Mauricio Cárdenas. Lo ha tenido todo: dinero, educación, oportunidades, privilegios, salud, incluso figura y estampa. Ha podido estudiar los temas, ejercer dignidades como varios ministerios, en pocas palabras es un consentido del poder y de la vida. Una persona con todos los atributos positivos al que la política ha venido desfigurando. Convencido de que la primera magistratura es un derecho que es suyo, rompe todos los límites que convierten al político en un ser sin escrúpulos. La economía nacional se debilita mientras él solo piensa en posicionarse como candidato del santismo y del conservatismo enmermelado. Un hombre que podría ser admirable termina repartiendo recursos públicos sin vergüenza ni pudor a cambio de votos. La política podría ser una función noble y hermosa. Pero también desfigura aún a aquellos que podrían ser excelsos. Muy triste.