Desafortunadas resultan ser para el campo colombiano, las apreciaciones del primer mandatario. Se puede interpretar que con un poco de plata se compra al campo, se solucionan los problemas, y listo –algo así como un padre irresponsable–. No habló nada de política agropecuaria.
Para los productores del campo la protesta de ahora se origina fundamental- mente en el incumplimiento de los compromisos adquiridos por el Gobierno, el alto precio de los insumos agrícolas y por la desventaja en que ubicó al sector agropecuario las negociaciones de los TLC.
Sin embargo, el problema tiene más de fondo que de ancho. La verdad es que con o sin TLC, detrás de la discusión subyace el problema de la pobreza y la miseria en Colombia, la cual se agrava con la baja capacidad de la economía para generar ingreso y empleo.
Efectivamente, la discusión sobre el impacto de la entrada paulatina de los diversos TLC ha permitido hablar de crisis financiera y costos, pero no se ha centrado en cómo superar la miseria y la pobreza, ni en las responsabilidades que le compete al Estado. Hoy no se puede desconocer, por ejemplo, que esa crisis ya está presente en las áreas urbanas. Los mayores niveles de violencia e inseguridad, problemas de falta de vivienda, cinturones de miseria, insuficiencia de servicios públicos, creciente empleo en los semáforos (por aquello de estar de acuerdo con las metodologías del Dane), y el literal “canibalismo” de la población en un “todos contra todos”, son apenas un síntoma de esa realidad que el Gobierno mira de soslayo.
Es una mirada distorsionada, gracias al lente de las estadísticas. Los indicadores de pobreza y miseria han mejorado a punta de cambios en las metodologías. Igual ha ocurrido con el cálculo de la tasa de desempleo. Se ha olvidado que el tema es generando riqueza –para que haya que distribuir- y no esparciendo la pobreza. Los estudiosos del tema nos habían dicho desde la época de Samper, que la economía debería crecer a un ritmo sostenido del 6%, lo cual no ha ocurrido así.
Pero además la estrategia de los TLC ha resultado mal. Nos quedamos “sin el collar y sin el perro”. La apuesta era tener un sector manufacturero competitivo que creciera y generara empleo e ingresos para todos los colombianos, y que el sector agropecuario se le utilizaría, como en su momento bien lo denunció el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie Rivera, como moneda de trueque. Hoy los dos sectores económicos van a pique irremediablemente, y nuestro país está sentado sobre una bomba de tiempo, mientras que para el presidente no hay razones objetivas, simplemente están tratando de moverle su silla. Hay que hacer un alto y mirar que está pasando. El aplazamiento de los TLC, tal como lo advierte ahora José Félix Lafaurie R., es un imperativo social y ético para el Gobierno.