Estas traumáticas palabras del Zaratustra de Nietzsche casi nos obligan a una nueva comparecencia de la memoria para adivinar los tiempos que corren:
En los cortísimos 4.000 años que conocemos de nuestra historia cultural (excavaciones arqueológicas, manuscritos, archivos y textos), que es lo mismo que decir un suspiro o un segundo en el tiempo cósmico, sabemos de acontecimientos que han sacudido nuestros cimientos y estremecido nuestro centro de gravedad. Y cuando digo centro de gravedad me refiero a una explicación del mundo que nos proporciona seguridades y certezas en las que nos apoyamos para que el suelo no se nos venga abajo.
Todos estos acontecimientos traumáticos son terremotos devastadores que parecen sumirnos en un caos y en una encrucijada en el que perdemos cualquier expectativa del futuro.
Cuando el loco gritó en la plaza la “muerte de Dios” nos anunciaba la impactante metáfora del final de la metafísica escolástica y el nacimiento de la razón científica de la Ilustración. De una concepción teocéntrica saltamos a la modernidad antropocéntrica en la que el hombre era la medida de todas las cosas.
Y cuando el hombre asumió esa “cesión de propiedad” del mundo y de la nueva verdad también asumía las enormes equivocaciones que suponen la gran responsabilidad de construir su propio destino. Desde entonces el destino del mundo ya no era más que una sucesión de culpabilidades antropocéntricas y errores con un solo actor. ¿Podíamos culpar a Dios después de Auschwits?
La ciencia, la tecnología, la razón práctica, la razón ajustada a finalidades nos han proporcionado un mundo de bienestar espectacular, pero siguen persistiendo enormes dudas sobre los delirios de un animal enfermo. Un animal disipado por las emociones, por la dificultad comunicacional, por las ideologías y por los abismos entre el grupo social y la identidad del individuo.
Alguien, que no recuerdo, dijo que “un amigo debería ser el peor enemigo” o que “pensar es, siempre, pensar contra otro”, lo que sugiere un desalentador escenario de contradicciones y confrontaciones de una Humanidad como un “todo complejo” sin solución.
¿No tienen, Uds., la preocupante sensación de que algo se está cocinando en el mundo que, a una enorme velocidad, puede estar desplazando todo nuestro centro de certezas y de modo de “estar en el mundo”?
Y no me refiero a las inercias del conocimiento científico y los desarrollos tecnológicos que tienen su propia inercia. Me refiero a la sociedad civil y todos sus fantasmas. A una polarización social que se crispa y se convierte en insufrible, antipática e insoportable. Es como si en medio de las sociedades más avanzadas y educadas de la historia de la humanidad persistiera la pulsión más lesiva de la destrucción y la exterminación del diferente, del contrario, del disidente, …la pulsión aniquiladora del “homo primitivus”.
Es cuando la memoria parece ser inútil, cuando la razón deja de ser práctica y cuando parece que las viejas reglas nos condenan a perder las nuevas batallas.
Hemos superado catástrofes e imperdonables equivocaciones, pero hemos continuado el camino; un camino que parece bifurcarse por un sendero de populismo comunitarista y otro sendero que quiere preservar las ambiciones del individuo. La de un Estado muy grande que nos quiere a todos pequeñitos o la de un Estado pequeño que quiere a individuos grandes.
¿Cómo vamos a reiniciar el mundo después de la pandemia? ¿Debemos preservar la continuidad de nuestro estado democrático y constitucional? ¿Cómo evitar el sometimiento del Poder Judicial y el ataque a la legalidad?
Cuando las economías acarician la ruina siempre subyace una invitación al pragmatismo que ofrecen los partidos de derechas contra los delirios “edénicos” de los populismos.
Existen inmorales, desaprensivos e indecentes pescadores que agitan las aguas para enturbiarlas y atrapar peces despistados mientras muchos insistimos en aclarar las aguas de la libertad, eliminar los anzuelos para que los peces puedan tener alas.
Navegamos en aguas turbias, la memoria es a veces endeble y olvida los muros que levantaron los totalitarios y los asesinos de la libertad.
El desaliento y el desfallecimiento serán el dolor y el sufrimiento de nuestros nietos y por eso son innegociables.
Lo más antiguo y reaccionario es el pensamiento de izquierdas y procede recordar la parábola de Mateo, Marcos y Lucas del “vino nuevo en odres viejos”:
“Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para arreglar un vestido viejo, como, tampoco, nadie echa un vino nuevo en odres viejos” (…)
…Uno de mis grupos de culto, The Doors, ya nos decía: “Riders on the storm”
Luis León
(…desde algún rincón de Madrid)