Generaciones no han entendido que lo suyo proviene del sudor y lucha de millones. ¿Será por eso que algunos salen a destruir todo, como si no hubiera costado nada?
Digan lo que digan y pase lo que pase, la gratitud ha sido, es y seguirá siendo un valor imprescindible de la sobrevivencia social.
Claro, nunca han faltado las voces un tanto melindrosas que se refieren a la gratitud como un aderezo bonito de las buenas personas. Por lo general, esas voces tienden a convertir en simples cualidades lo que, mirados en serio, son los fundamentos de la convivencia social. Para ellas, por ejemplo, es “bonito” ser sinceros y no confían, “del todo”, en su jefe porque les parece un tanto hipócrita. A veces comentan que Perencegito es una “belleza” porque es de lo más solidario y que Perencegita tiene admiradores y detractores porque es “demasiado” puntillosa con eso de no hacer trampas.
No creamos que se trata de otra “banalidad” de nuestra época, de otra moda más que nos deslumbra -en el estricto sentido de quitarnos la luz-. La banalización de los principios termina en la banalización de las culturas y, con ella, en el comienzo de la atomización que ha dado al traste con naciones y civilizaciones enteras. Prácticamente todas las civilizaciones que se extinguieron, comenzaron por transfigurar sus fundamentos en algo “light”, en algo así como lo “políticamente correcto” que llaman ahora.
Hoy nos abruma una ignorancia lamentable respecto de la valoración social de los valores. No se sabe su verdadero significado ni tampoco por qué se llaman valores. Se ignora que aquellas llamadas virtudes humanas y sociales han llegado a serlo a lo largo de la Historia, de la larga experimentación del ser humano y de su vida en sociedad. Solidaridad, Perdón, Valentía, Honradez, Alegría, Misericordia, Humildad, Dignidad… no son simples adornos que cuadran en una educación glamorosa; son pilares fundamentales sin los cuales la vida humana no hubiera prosperado. Basta caer en la cuenta de que la lucha de la vida por preservar la vida es mucho más antigua que el Cambio Climático.
La lucha de la vida por la vida es, tal vez, la lucha más antigua de la Historia.
Es tanta la ignorancia que nos aqueja que la ley que establece que vuelvan a dictar la cátedra de Historia en nuestros colegios sigue engavetada en el Ministerio de Educación. Si los gobernantes y los dirigentes políticos actuales fueran un poco más humildes frente al espejo tendrían que aceptar sin dilaciones la falta que les han hecho esas clases de Historia que han debido recibir y nunca recibieron.
Porque, además, hubieran aprendido que esos valores esenciales son una educación y no un instinto. Que es a fuerza de una buena educación que los valores llegan a convertirse, esta vez sí, en una especie de instinto de conservación social.
—¿Quién lo hubiera imaginado? No han entendido estos políticos algo tan elemental como que una mala educación termina produciendo unas generaciones de maleducados.
Unas generaciones maleducadas en Historia que inevitablemente terminan siendo maleducadas en valores, luego en Gratitud. Generaciones que ignoran que hubo generaciones que las antecedieron y que con base en esfuerzos milenarios han construido hasta llegar a lo que ellas disfrutan. Generaciones que creen que todo apareció como por arte de magia y que lo único que tienen que hacer sus padres es ir a traérselos del supermercado o pedírselos a las carreras por internet. Generaciones que no tienen ni idea de hubo épocas en que no había ni luz, ni agua, ni celulares, ni televisión, ni hamburguesas, ni centros comerciales, ni automóviles, ni Estado, ni libertades, ni empresas, ni empleos, ni médicos, ni transmilenios, ni guaro. Generaciones que no tienen ni idea de que son la generación que mejor ha vivido y que más ha tenido en la Historia. Generaciones que no han entendido que todo eso que tienen, tanto lo material como lo inmaterial, es el resultado de los sudores y las luchas y la sangre y la investigación y el trabajo y los desvelos de millones de seres humanos a lo largo de miles de años.
—¿Será por eso que algunos de esas generaciones, ante la complicidad muda de otros de esas generaciones, salen a destruir cuanto se les ocurre, como si eso no hubiera costado nada y como si no valiera nada?
Pero la culpa no es solamente de los maleducados. También es la culpa de los “maleducadores”, incluidos, claro está, todos nosotros.
Qué bueno sería que el Niño Dios nos traiga una buena dosis de Gratitud como regalo del alma.
—Muy importante para las decisiones que vamos a tener que tomar el año que viene.
Ser conscientes de todo lo que hay que cambiar y de todo lo que tenemos que proteger y cuidar.
—Ahí sí como decía Pizarro: “nunca crea en un malagradecido”.
¡¡¡Feliz 2022!!!