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La heroica, gabito y la eternidad

Por CONtexto ganadero - 07 de Junio 2016

La Universidad de Cartagena acogió para siempre en el Claustro de la Orden de La Merced (1617) las cenizas de Gabriel García Márquez entregadas por Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo.

La Universidad de Cartagena acogió para siempre en el Claustro de la Orden de La Merced (1617) las cenizas de Gabriel García Márquez entregadas por Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo.   El acto fue sencillo y lleno de símbolos. Las brisas vespertinas del mar cercano nos traían las añoranzas del alma estremecida por los recuerdos. ¿Por qué Cartagena? En una bella tarde mexicana, cuando hablamos horas sin parar, se me reveló su amor por Cartagena, evidente en muchas de sus obras.   Recordamos “la casa de la Pepa en el Pie de la Popa”. Recordamos los juegos de beisbol en La Matuna. Recordamos sus tertulias con Ramiro de la Espriella y el poeta Bossa Herazo en las que les leía una de las mil versiones de La Hojarasca. Recordamos la labia alegre de Gabriel Eligio. Recordamos a Hermógenes Sol, “el hombre providencial” en los duros días de la Cartagena de 1951.  Recordó (lo recordé en los instantes que lo contaba) que de la mesa del altillo donde dormíamos tomé monedas para el bus que supe que eran de él cuando papá me dio “la semana” a la hora del almuerzo. A mi regreso me dijo: “Los grandes también somos pobres”. Entonces… recordó el lento e inexorable punzón de la pobreza diaria. Recordó el sepelio del tuerto López, quien “parecía más muerto cuando estaba vivo”.  Recordó agradecido a Ibarra Merlano y la primera visita a El Universal. Recordó a Luisa Santiaga y sus premoniciones… y remató con el amor arrugado: “para los efectos del corazón tú y yo somos de Cartagena”.   El busto en bronce de la escultora Katie Murray se develó a la “luz malva de las seis de la tarde”. Ya en el pedestal, erigido sobre el aljibe centenario y ornado con flores amarillas, se habían guardado las cenizas. Miles de mariposas amarillas volaron hacia el cielo del amor. Y sonó la Pequeña Suite de Adolfo Mejía, con el mensaje tierno de la tierra paterna. Y se oyó el ritmo acordeonero de El Mochuelo en la voz de Adolfo Pacheco que hizo recordar una de las más bellas “boutades” García-marquianas: “Me gustaría más cantar que escribir”.   Nadie quería despedirse ni alejarse de ese momento de eternidad y magia de La Heroica y del Caribe de sus amigos, sus amores, sus andanzas y sus sueños. Plantados como árboles Juan Gossaín, Carlos Villalba, Jaime Abello, Salvo Basile, Jaime García Márquez, Cristo Osorio, Gustavo Tatis, oíamos recitar páginas y páginas de “El amor en los tiempos del Cólera”, “Del amor y otros demonios”, de “Vivir para contarla”…   La carga emocional se hizo lágrimas cuando al conjuro benigno de La Sierpe escuchamos la voz de Gabito que leía: “algo de su gracia divina debía quedarle a la ciudad, porque me bastó dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza… [lo que] “iba a conducirme a resolver con el corazón en la mano que era allí donde quería seguir mi vida”... y así sucedió el 22 de mayo del año de gracia de 2016.