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columna

La guerra que se acabó

por: Fernando Londoño- 31 de Diciembre 1969

La guerra que se acabó no comenzó nunca. Se la inventó Santos para entregarle el país a un cartel de droga, a unos facinerosos derrotados a cuyo alrededor bulle el enjambre de los comunistas, nunca victoriosos, que siempre trataron, inútilmente, de apoderarse de este país.

La guerra que se acabó no comenzó nunca. Se la inventó Santos para entregarle el país a un cartel de droga, a unos facinerosos derrotados a cuyo alrededor bulle el enjambre de los comunistas, nunca victoriosos, que siempre trataron, inútilmente, de apoderarse de este país.   Para terminar la guerra, había, pues, que fingirla. Y a eso se dedicó este Gobierno, empezando por rescatar las especies náufragas de un terrorismo vencido. Y para eso eran menester 2 condiciones: debilitar la Fuerza Pública legítima de la Nación y darle alas al narcoterrorismo.   Para la primera tarea se valió de un par de militares que no merecen su nombre. Los generales Rodríguez y Flórez, los más mediocres que llegaron a lucir tantos soles, se prestaron gustosos a la triste tarea de desmoralizar el Ejército, crear la leyenda de los falsos positivos, encarcelar sus hombres mejores, convencerlos de que su esperanza es conseguir que los traten con la benignidad con que serán tratados los bandidos.   Para la segunda se valió de todas las tretas a su alcance. Para empezar, se negó a que los Estados Unidos dispusieran de bases para mantener los aviones que salían de Manta, Ecuador, de donde los sacó otro comunista, Correa, y que no tenían la misión de bombardear, sino de vigilar los cielos. Era preciso entregarlos a las naves piratas, para traer las armas y sacar la droga. ¿Que estorbaba el radar de Santa Ana? Pues para eso estaba el inefable general Naranjo, que lo puso en falsa custodia en manos de unos pobres reclutas de la Policía, que no habían disparado un tiro y no lo dispararon durante el asedio de los guerrilleros. El control aéreo era pleno.   Preciso resultaba garantizarles su negocio, para hacerlos muy ricos, por supuesto. Por donde aparecía necesario prohibir los temibles bombardeos sobre sus campamentos. Dicho y hecho. Abran paso, señores. Los aviones de guerra a los hangares para que florezca la cocaína.   Pero no bastaba. Porque las fumigaciones aéreas dañaban la coca a gran escala. También valía prohibirlas y nada mejor que otra trampa, la que tendió el zoquete ministro de Salud alegando que el glifosato era dañino para la salud. Pues nada de glifosato, nada de erradicaciones, nada que perturbe la diligente tarea de los cocaleros.   No era suficiente. Los bandidos necesitaban la garantía de no ser extraditados a los Estados Unidos. Los atormentaba el recuerdo de Sonia, de Simón Trinidad y de otros cuantos compañeros de empresa. Pues que todo sea por la paz: prohibidas las extradiciones.   Y prohibida cualquier actividad del Estado encaminada a buscar sus fortunas y quitárselas. Pues a olvidar la extinción de dominio, a echar al asfalto al Directos de la UIAF, que tuvo el atrevimiento de mencionar sus fortunas.   Ni para qué hablar de la explotación de oro en los ríos. Esta es la única Fuerza Aérea del mundo que no localiza legiones de retroexcavadoras apostadas en las riveras de los ríos. La única Policía que no localiza las toneladas de mercurio que se requieren para la faena. Por la paz, bien vale cambiar ríos por lodazales. ¿No es cierto?   Ya quedó establecido el más prospero negocio de Colombia y tal vez el único. El de las Farc.   Ahora había que inventar a los interlocutores para los diálogos salvadores de la República. Porque casi todos los jefes de estos bandidos andaban en Venezuela o en el Ecuador, huyendo de nuestro Ejército y nuestra Fuerza Aérea. Pues hicimos amistad muy tierna con los tiranos de ambas naciones, con tal de que nos garantizaran el cuidado de los jefes y la tranquilidad de los conmilitones. Así que hizo Juanpa nuevos mejores amigos, que lo siguen siendo a estas alturas. Si París valió una misa, la paz de Santos bien vale estos amores.   Listas estas precauciones, el enriquecimiento y el respaldo internacional de los asesinos, siguieron las conversaciones. Se necesitaba un marxista de esos irreductibles,  mimetizados por años, pero conservados en su salsa. ¿Quién mejor que el Big Brother? Pues Enriquito a Cuba, a conversar con sus compañeros de causa de toda la vida.   Centenares de horas invertidas en clases de glamour revolucionario, en preparar lo que tenían que hacer y tenían que pedir, mientras el hermanito negaba todos los días que los contactos existieran. El “Marco Jurídico para la Paz” era por si acaso y el asesinato del periodista que estorbara una medida elemental de precaución. Una bomba lapa no se le niega a nadie.   Es por este tortuoso sendero por el que se llega a la paz, para ponerle fin a la guerra que nunca existió. Lo que falta es el acta final de rendición. Es en lo que andan los bandidos, los marxistas y los idiotas. Habrá que admitir que al menos para eso tenemos un Gobierno diligente.