Quien haya leído esta tragedia, una de las obras más grandes de la literatura universal, recordará a ese Fausto desengañado y frustrado con su entrega al conocimiento, la ciencia y la búsqueda de la verdad, (¿un confinamiento voluntario al estudio y la investigación?), que llegando a pensar en el suicidio, casualmente, escucha los ecos en la calle de las celebraciones de la Pascua y decide salir a dar un paseo, pero al regresar a su casa observa que le acompaña un caniche, que, una vez dentro, resulta ser Mefistófeles que una vez transformado le convence de vender su alma para conocer todos los misterios del mundo que desconoce y los grandes placeres que ha despreciado.
La enorme tentación “fáustica” de las sociedades del sudeste asiático y de occidente fue una gran seducción por la supervivencia que superaba las realidades epidemiológicas por un sugestivo cálculo del corto plazo en términos de prosperidad y sostenibilidad. La manzana de la economía causaba más insomnio que las camas de los hospitales y los contagios. La “razón práctica” nos decía que una vez que el confinamiento aburría al virus por las calles desiertas ya era hora de recuperar la vida, y, entonces, Mefistófeles supo que era hora de pactar para volverle a vender el alma (…el 19 de abril dije que “La nueva normalidad será de lo más normal”, por culpa de esa fascinante desmemoria con la que creemos blindarnos ante las equivocaciones y el dolor y solo nos hace más vulnerables a la reincidencia y la obstinación)
Y la “esencia del caniche” volvió a entrar en nuestras casas, la memoria es expugnable e inconsistente, y aquel Mefisto que cautivó a Fausto le ha robado el alma a millares de jóvenes que con el júbilo del verano y la temeridad de la sangre caliente han vuelto a saltar a las discotecas, a las playas, a los bares, a las fiestas multitudinarias con un afán exaltado por recuperar lo que la prudencia les parecía haber arrebatado.
Desde los extremos más orientales, como Corea del Sur, hasta el extremo occidental de la Lisboa portuguesa, todos los rebrotes se están produciendo en la gente más joven que desde sus farras callejeras están trayendo un caniche a sus familias (la trazabilidad de los contagios está indicando que la mayoría está viniendo de reuniones familiares)
¿Cómo podemos controlar a los jóvenes, que en su mayoría son asintomáticos, y en su desbordado entusiasmo vital son el campo de cultivo de la propagación, eso que ya llamamos “la transmisión silenciosa”?
¿Cómo podemos evitar que esos jubilosos besos y abrazos que nuestros jóvenes se prodigan entre sí no se conviertan en peligrosos caniches fáusticos que amenacen la salud de nuestros abuelos y gente más vulnerable cuando vuelven a sus casas?
Cuando vuelva el otoño, cuando vuelva el frío, las cifras del COVID se van a esconder y escamotear con las cifras de los resfriados comunes y lo más probable es que volvamos a estar atrapados en un nuevo colapso hospitalario que obligue a los gobiernos a nuevos confinamientos, que no son más que nuevas hibernaciones de la actividad económica, a catastróficas necrosis de la economía. ¿Lo podremos superar?
La crisis financiera del 2.008 se remontó con políticas de austeridad, de reducción del gasto público, de salarios y de estado de bienestar.
En la crisis actual se está apostando por todo lo contrario: Por un desorbitado gasto público, por un endeudamiento ilimitado, por un esfuerzo desmedido por reactivar el consumo con prórrogas, incentivos, subvenciones, ERTES, y mil fórmulas artificiosas y efectistas de un gigantesco incremento de la deuda pública de los países.
No sé si terminará siendo un enorme lastre en las piernas de un nadador que quiere llegar a la orilla.
Anexo:
“Des pudels kern” (la esencia del caniche), tomado del Fausto, me ha dejado un cierto paladar trágico y decimonónico que quizás podríamos desdramatizar con la ayuda de Hollywood, aunque nos supusiera un amargo cinismo o una ironía inapropiada, pero, piensa uno, sobre todo esto del COVID que igual que el Darth Vader de George Lucas, en “Star Wars”, o el Freddy Krueger de Wes Craven, en “Pesadilla en Elm Street”, los malos siempre ganan.
Y en un esfuerzo por una carcajada ingenua e ilusionante no puedo más que recordar al niño que fui y que tanto quería que el coyote alcanzara al “road runner” (correcaminos) de los Looney Tunes de la Warner. Igual que en “Tom y Jerry” el gato nunca atrapaba al ratón, sigo esperando que la ACME nos termine por proporcionar la vacuna para atrapar al virus “correcaminos”.
He visto ganar al Real Madrid muchas Copas de Europa y creo que me moriré sin ver al Coyote atrapar al Road runner. No me queda más que esperar que “Alf” regrese con la vacuna.
“Beep, Beep”.
Luis León.
(…desde algún rincón de Madrid)