Bastó que se publicara el masivo respaldo a Duque para que el país creyera que el riesgo de una aventura populista, como la que encarna Gustavo Petro, se alejaba. Inmediatamente el tono del discurso se volcó a saber si era posible un triunfo en la primera vuelta lo que le ahorraría al país mucho dinero pero sobretodo tiempo en la escogencia de su nuevo mandatario. No importa lo que haga el Banco de la República o el Ministro de Hacienda. Tampoco es determinante la política de los Estados Unidos, la Unión Europea, la China o Rusia. De nada sirven las proyecciones y elucubraciones de los expertos que se rompen la cabeza con modelos sofisticados llenos de fórmulas y estadísticas. En una país local y provinciano como Colombia basta que se aleje el espectro de un triunfo de la izquierda para que el optimismo regrese y la economía respire con mucho más oxígeno. Puede ser que esto sea interpretado como una fortaleza de nuestra forma de ser. Nos quedamos en lo evidente sin entrar en los detalles. Nadie parece consciente que, sea quien sea que resulte electo a la primera magistratura del Estado, las condiciones de la economía son muy delicadas y requerirán tomas decisiones muy delicadas. Todas las proyecciones confirman que será necesario un programa de ajuste en el gasto público que se traducirá en un peor desempeño de la economía. Tampoco salta a la vista que esas decisiones deberán ser tomadas en medio de una difícil coyuntura relacionada con el enfoque de la política económica de Trump. Los nubarrones de la guerra comercial y de una explosión del déficit de las finanzas públicas como resultado del recorte de impuestos puede enviar olas muy preocupantes para el comportamiento de la economía mundial. Por lo pronto lo único que parece importar es que Duque lleva en viento de cola, inspira el relevo generacional y trae un aire fresco a la política después de los decepcionantes y tristes años de Santos. Publicado en Kienyke.com Marzo 27 de 2018