Como Al Capone, Jesús Santrich, ha sido encarcelado por el menos terrible de sus procederes. Comparado con el terrorismo, los secuestros, asesinatos de niños, ancianos y mujeres inocentes, las pescas milagrosas, los collares bomba, el aniquilamiento sistemático de miembros de la Fuerza Pública y la explotación sexual de miles de menores en las filas de las Farc, el narcotráfico podría considerarse una bagatela. No estoy justificando esa actuación; ni más faltaba: simplemente no deja de ser una paradoja que un bandido de la talla de Santrich caiga por un alijo de “perico”, teniendo a cuestas varios cementerios propios. Los bárbaros que hablan de complot y falta de competencia de la justicia ordinaria deberían aceptar de una buena vez que la norma es irrefutablemente clara, tal como resultó aprobada por el Congreso y revisada por la Corte Constitucional: “En delitos de ejecución permanente como el narcotráfico, cualquier acto de continuidad del mismo, que haya sido ejecutado después del 1 de diciembre de 2016, dará lugar a la pérdida de los beneficios de la JEP”. Si se atiende lo que manda la ley, la solicitud de extradición de Santrich, debe ser resuelta por la Corte Suprema de Justicia. Cualquier decisión en contrario, en cabeza de la JEP, será un descarado y politizado prevaricado. Se trata de la prueba de fuego para ese tribunal de la venganza. Tal como están las cosas, debo concluir que: las Farc persisten en el negocio de las drogas porque, hasta el día de hoy, no han entregado las rutas, los nombres de sus socios y compradores, el dinero fruto del ilícito ni mucho menos los canales a través de los cuales lavan esa plata maldita. Es obvio que, por las relaciones probadas e históricas de las Farc, con el cartel de Sinaloa y la colosal cantidad de droga que se negociaba, el “venerable” invidente de las Farc no actuaba solo: en esa colada están inmiscuidos otros jefes de la guerrilla, que también caerán, si es que no se evaden hacía Venezuela o Cuba. No olviden que el sobrino de Iván Márquez es otro de los capturados en la operación. Blanco es y gallina lo pone. Si la DEA no interviene, no pasa nada: el gobierno Santos tenía información que daba cuenta de los vínculos de la cúpula de las Farc, con las “disidencias” dedicadas al “traqueteo”. Sin embargo, del presidente para abajo, se hicieron los de la vista gorda. Aquí viene la parte sórdida y escabrosa del asunto: el asesinato aleve de tres indefensos periodistas ecuatorianos, a manos de las “disidencias” de las Farc, no puede ser una simple coincidencia. Las Farc dejaron una retaguardia armada y con control territorial, (bautizada eufemísticamente para despistar) que cumple órdenes directas de la dirigencia guerrillera. El mensaje salta a la vista: “Si extraditan a uno de nosotros o si no cumplen lo acordado, vamos a volver a bañar de sangre a Colombia”. Pensar que semejantes degenerados, acostumbrados a violentar y desgraciar todo lo que a su paso encuentran, cambiarán la visión retorcida que sobre el mundo tienen es poco menos que cándido. A la luz de lo ocurrido, es evidente que Santos negoció el proceso de paz, con un peligroso cartel del narcotráfico capaz de todo. La única manera de contenerlos es a través de la acción contundente del Estado; pero para eso necesitamos otro presidente, porque el que tenemos hace rato se le arrodilló a las Farc. La ñapa: Celebro la incursión militar de EE.UU en Siria. Muerte al tirano Al Asad. Tanto daño no puede quedar impune. Abelardo De La Espriella: Es Abogado, Doctor Honoris Causa en Derecho, Máster en Derecho, Especialista en Derecho Penal y Especialista en Derecho Administrativo. En 2002 fundó la firma, DE LA ESPRIELLA Lawyers Enterprise Consultorías y Servicios Legales Especializados, de la que es su Director General. Es árbitro de la lista A de la Cámara de Comercio de Bogotá. Ha sido apoderado de los procesos jurídicos más importante de la última década. abdelaespriella@lawyersenterprise.com