Me preguntan mis amigos, y tal vez por un poco de morbo los que no lo son, en qué va la investigación por el atentado que sufrí el 15 de mayo de 2012, hace ya más de ocho meses, del que escapé con heridas que sanaron, y con dolores del alma que no sanarán nunca. Las que me causaron con la muerte de dos de mis escoltas, entrañables compañeros de tantos viajes, y con las heridas a cincuenta personas que nada tenían que ver con quienes quisieron matarme.
Tengo que contestar, invariablemente, como ahora lo revelo ante quienes quieran leerme, que la investigación no va en nada, y que en la nada absoluta se perderá. Y no porque sea difícil que termine en el descubrimiento judicial de sus autores, lo que sería harto sencillo, sino porque descubrirlos no es políticamente correcto. Como andan en La Habana, discutiendo con los enviados del presidente Santos la suerte de todos nosotros, no es conveniente que se sepa y se repita que fueron ellos los autores de este atentado atroz.
El primero en absolver a las Farc de este delito fue el presidente Santos, cuando apenas salió de visitarme en mi lecho de moribundo. Unos segundos después, o unos segundos antes, la secuencia se me puede perder, ya los había limpiado de cualquier culpa el inefable general Naranjo. Para los dos personajes, la bomba la mandaron poner seres anónimos, tiburones, o perros, o miembros de una mano negra, quién sabe, pero en todo caso no las Farc. Santos y Naranjo ya tomaban precauciones para no contaminar la escena de La Habana, que a las espaldas de todos tenían bien preparada.
El Fiscal empezó una investigación de buena ley. Pero alguien lo convenció de la incorrección de sus afanes, y se volvió a sus cuarteles de invierno.
Así que tiene preso un muchachito corrompido, protegido por nuestro Código del Menor, y un bandido consumado, el que hizo la inteligencia, autor de muchos crímenes y que muy pronto volverá a la calle. Los enlaces, los que pagaron, los que dieron la orden de matarme, se quedarán para siempre impunes. Como los que mandaron matar a Luis Carlos Galán; como los que mataron a Álvaro Gómez; como los que asesinaron a la hermana del presidente Gaviria; como los autores verdaderos de los crímenes cometidos en el Palacio de Justicia. No es correcto descubrirlos, ni procesarlos, ni condenarlos. (Nido de víboras)
Esa justicia de lo correcto tiene sus mártires y también sus verdugos. Como no es correcto investigar al cura Giraldo y a Gloria Cuartas, vale tener condenado al general Rito Alejo del Río, el héroe de la paz en Urabá; como no es correcto recordar las hazañas de Simón Trinidad en el Cesar y La Guajira, sigue preso el coronel Hernán Mejía Gutiérrez, pacificador honrado de esas tierras; como no es correcto admitir que al M19 se le dio una amnistía monstruosamente inconstitucional, están presos el General Arias Cabrales y el Coronel Luis Alfonso Plazas; como no hay que descubrir las atrocidades de las Farc en alianza con conocidos políticos de izquierda, se armó el tinglado de la parapolítica, a punta de "pitirris" bien protegidos y mejor pagos.
La justicia de lo correcto ha invadido esferas sagradas para una justicia bien ejercida. La fiscal Ángela María Buitrago se inventó como testigo contra el coronel Plazas al sargento Villamizar, y fue descubierta. Pero esa investigación es incorrecta y jamás prosperará. El juez Suárez Vacca fue sorprendido en horrendas maquinaciones con presos de Cómbita, pero la investigación en su contra, con pruebas de culpabilidad estremecedoras, jamás prosperará, porque no es correcta. Y volviendo a mi caso, el sujeto que sirvió en Cali de enlace con las Farc para ejecutar el crimen, había sido puesto en libertad por otro juez de penas y medidas de seguridad, al que tampoco nada le pasó, ni le pasará. Estamos perdidos.