Investigadores de la Universidad del Valle, la del Quindío, el Instituto Nacional de Salud y el ICA encontraron Lambda Cihalotrina (un compuesto químico) en tomates provenientes de parcelas muestreadas en 2011. Los niveles residuales de este químico, usado para proteger el cultivo de algunos de sus depredadores, se encontraron en niveles muy superiores a los recomendados por la Unión Europea. Si los datos del estudio fueran representativos a nivel nacional, indicarían un riesgo significativo para la salud de los consumidores si se tiene en cuenta el consumo promedio de tomate en el país.
Los resultados de muestreos de residuos de agroquímicos hechos en 2013 por Corpoica en berenjena y ají dulce evidenciaron que entre el 20 y el 40 % de las muestras superaban los límites máximos de residuos establecidos en el Codex Alimentarius (que regula estos temas bajo la FAO) en compuestos como Dimethoate en las berenjenas, y Carbendazim, Cipermethrin y Tetradifon en el ají.
Este tipo de riesgos en nuestros alimentos no se limita a las hortalizas mencionadas; el abuso y el mal manejo de los plaguicidas afectan buena parte de nuestra canasta alimentaria agrícola. En lo pecuario también podemos encontrar residuos de medicamentos nocivos para la salud humana, tales como los antibióticos.
Adicionalmente, elementos como mercurio y cadmio, que también pueden ser nocivos para la salud, se acumulan en algunas especies que los absorben de suelos y aguas contaminadas. Súmele a este panorama –ya de por sí complejo– riesgos biológicos de bichos peligrosos que se pueden transmitir en alimentos como la Samonella o E. Coli.
Con esto, ¿no será que al tema de la inocuidad habría que darle un rol más preponderante en la definición de políticas y programas en el país? En la medida en que las sociedades avanzan y sus ingresos aumentan, la tolerancia de los consumidores frente a este tipo de riesgos es menor. Es por esto que niveles de residuos de agroquímicos u otras sustancias que se presenten con alguna frecuencia en productos agropecuarios nacionales, pueden llevar a que estos no sean admitidos en mercados como el de Estados Unidos o la Unión Europea, que no los admiten al superar los límites máximos establecidos en sus normas.
¿Cómo aceleramos el paso hacia una cadena agroalimentaria más inocua?
Mejorando las prácticas productivas. Colombia tiene normas recientes como la NTC 5400 sobre Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) o la Resolución ICA 4174 de 2009, y se avanza en el registro y procesos de certificación de estas prácticas. Sin embargo, los esfuerzos todavía son marginales y poco efectivos. Solo un modelo de asistencia técnica masivo (y acreditado) que le aporte a los productores herramientas para manejar mejor sus cultivos va a tener efectos significativos.
Luego viene un sano balance entre zanahoria y garrote. Incentivos temporales del bolsillo de los consumidores para aquellos alimentos “certificados”, combinados con ir elevando los requisitos de inocuidad de los alimentos y su control efectivo, para que, en un plazo prudente, quien no cumpla no pueda vender.
Finalmente, pero no menos importante, exigirle soluciones a la investigación: mejoramiento genético que produzca nuevas plantas y animales que toleren o resistan mejor las plagas y enfermedades. Bio-plaguicidas que reemplacen eficientemente los agroquímicos más tóxicos. Y modelos agroecológicos que combinen elementos de la naturaleza para resolver por esta vía lo que hoy se resuelve con un baño de químicos. Publicado en Portafolio el jueves 25 de junio.