A pesar de los evidentes errores que el presidente Santos cometió en sus conversaciones con ‘Timochenko’, todo indica que esas lecciones poco importan. Nada diferente puede concluirse, a juzgar por lo que se conoce públicamente. En lugar de insistir en el cese unilateral de acciones criminales por parte del Eln, como condición para conversar, siguió apegado a la idea de las negociaciones en medio de la guerra, de la violencia, o de las balas, como se quiera denominarlas. Una de las enseñanzas del proceso con las Farc es que, si aquello se hubiera logrado más temprano, habría sido posible edificar un clima de opinión en el país con mayor confianza en el posible éxito del esfuerzo. Infortunadamente, no se planteó. Esa decisión condujo a que, durante las distintas etapas de la mesa de La Habana, reinara la desconfianza en las verdaderas intenciones de los herederos de ‘Tirofijo’.
Y como fueron muchos los reparos a distintos puntos del acuerdo que se suscribió, la mayoría votó a favor del ‘No’ en el plebiscito. Con posterioridad, el gobierno, el Congreso y la Corte Constitucional, en decisiones que sientan malos precedentes para la institucionalidad democrática, resolvieron darle vida a lo inexistente. Haciendo caso omiso de la soberanía popular, que es la fuente de su existencia y de las competencias que tienen, resolvieron navegar sobre humo constitucional y darle vida, artificialmente, a procedimientos espurios. No contemplaron que la soberanía popular es la esencia del régimen de libertades políticas, por lo cual sus pronunciamientos posteriores tendrán una jerarquía política y legal superior a las determinaciones transitorias que tomaron, contraviniendo el poder del soberano. Eso es lo que tendrá lugar el próximo año. Lo que resuelva el pueblo definirá la suerte futura del acuerdo que sigue con vida, en virtud de un ‘conejo’ histórico gigantesco. El mismo camino es el que está transitando el Gobierno con los alumnos del padre Pérez. Además de no haber exigido la cesación de acciones criminales, negoció, coincidiendo con la visita del papa Francisco, un cese bilateral. Gravísimo error. En realidad, así lo nieguen sus delegados, se trata de una parálisis, en la práctica, de las fuerzas legítimas del Estado, que tienen muy claros deberes constitucionales. El jefe del Estado aceptó, en esta etapa, poner en vigencia lo que debe ser un punto de llegada. Esa no es una equivocación menor. Sobre todo, si se tiene en cuenta que es imposible creer en la voluntad auténtica del Eln, toda vez que las negociaciones las adelanta un gobierno que está terminando su periodo, el respaldo político que tiene ahora será cada vez más débil, en la medida en que avance la campaña presidencial, y el apoyo de opinión que lo acompaña es débil, por decir lo menos. En estas condiciones, todo lo que se haga carece de futuro. Y, muy especialmente, porque en lugar de hacer exigencias que puedan conducir a edificar mejores condiciones para una futura posible negociación, el Presidente se ha dado a la tarea de seguir haciendo concesiones inconvenientes. En resumen, iguales errores con el Eln. Portafolio, Bogotá, 11 de septiembre de 2017