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(I can´t get no) Satisfaction

Por Luis León - 27 de Marzo 2021

En 1965 Jagger y Richards componían para los Rolling Stones, en los estudios de RCA de Hollywood, un sencillo con un título que —¿quién nos iba a decir?— se convertiría en un sintagma que casi podría definir a todas las generaciones que estaban por llegar.

En 1965 Jagger y Richards componían para los Rolling Stones, en los estudios de RCA de Hollywood, un sencillo con un título que —¿quién nos iba a decir?— se convertiría en un sintagma que casi podría definir a todas las generaciones que estaban por llegar.

“Baby boomers” de la Guerra Fría. Generación X, también llamados Generación Peter Pan o generación MTV, aquellos afortunados “workaholic” que se hacían ricos escuchando a los Beatles, los Stones, viendo a Pelé y Maradona o asistiendo a la caída del Muro de Berlín. Los nativos digitales o Generación Y, nuestros consentidos, perezosos y narcisistas Millennials (aquellos que la revista Time catalogó como la generación del Yo-Yo-Yo) Y los últimos serían esa Generación Z, postmillennials o “centenials” que han nacido con un smartphone y una Tablet debajo del brazo, muy independientes, consumidores compulsivos y que ocuparán puestos de trabajo que, posiblemente, todavía no existen.

Para este dilatado catálogo generacional queda, todavía, la Generación Alpha para nuestros nietos y pequeños retoños de menos de siete años a los que no podemos más que imaginar un mundo hiperespecializado, dirigido por algoritmos e Inteligencia Artificial, que ya no conocerán vehículos térmicos y a los que los nuevos rectores ideológicos del “New Order” es probable que ya les obliguen a comer carne sintética y a tener un decorado ambiental sin chimeneas pero con enormes granjas de placas solares, palas eólicas de gigantes aerogeneradores o una nueva generación de centrales nucleares.

¿Qué subyace a todas estas generaciones que parecen tan caracterizadas y diferenciadas en su particular momento histórico?

Sencillamente que los marcos temporales entre una generación y otra cada vez parecen más cortos, más inestables, menos perdurables, con súbitas transformaciones que dinamitan todas las referencias culturales y económicas que teníamos. Nuestros abuelos y bisabuelos tenían un suelo referencial de principios y de valores que les hacía creer que existía algo definitivo en el centro de la vida y que podían mirar con cierta seguridad y tranquilidad todos sus proyectos de futuro.

Para todos nosotros, en cambio, el mundo se empezó a acelerar, a tornarse precario, transitorio y volátil. Es como si viviéramos bajo el imperio de la caducidad, de la hipervelocidad, de la hiperconectividad en la que la memoria se hace pequeña y la duración del mundo y los objetos apenas permanece. Las relaciones humanas van dejando de ser relaciones para convertirse en “conexiones”.

Zygmunt Bauman acuñó esa “modernidad líquida” para definir esa profunda inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes en la que ya no podemos anclar nuestras certezas.

Hemos conseguido ser más libres pero a cambio de ser más vulnerables y frágiles. De un individualismo cada vez más hedonista y bulímico. La racionalidad instrumental de la Ciencia nos ha permitido un mundo técnico y pragmático de grandes seguridades y avances de confort y salud en burbujas cada vez más individualizadas en medio de enormes ciudades hiperpobladas.

¿Puede alguien sentirse “satisfecho” en un mundo en el que el vértigo de la economía y la competitividad nos digitaliza para seguir siendo más competitivos y más eficientes mientras las relaciones personales se convierten en conectividad algorítmica, mientras la biopolítica nos recomienda los gimnasios para satisfacer la inútil libido de los espejos o acariciar un niño en la calle casi nos exige unas disculpas para no parecer sospechoso de un desorden sexual?

Intuyo que es fácil adivinar que todo mi desencanto no se debe a ningún miedo o desengaño en el ser humano puesto que soy de los que afirman que ningún tiempo pasado fue mejor.

Preferiría creer que voy cumpliendo unos cuantos años y se me hace obligado desmarcarme del vértigo de lo tecnológico y lo pragmático para concederle más valor a esos tiempos largos y de respiración pausada con los que mi abuelo me hablaba de las personas, del mundo y de las cosas sin tener que escribirme un whatsapp.

¿Es el mundo más incierto que el de nuestros abuelos? - ¿Nos aleja la multiplicidad y la agitación de un mundo ondulante, espumoso y resbaladizo de una felicidad más sencilla y próxima?

La palabra esperanza nunca pierde vigencia como asidero, pero queda un poso de desencanto para seguir cantando aquella canción del ’65: (I can’t get no) Satisfaction.

(https://youtu.be/nrIPxlFzDi0)

Luis León

(desde algún rincón de Madrid)