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Fidel

Por Fernando Londoño - 28 de Noviembre 2016

No hay muerto malo ni novia fea, reza el viejísimo adagio. Pero con un personaje como el que nos acaba de dejar no podemos andarnos con adagios. Lo que procede es la Historia y la parte más apasionante de ella, en el decir de Ortega y Gasset, que es anticiparla.

No hay muerto malo ni novia fea, reza el viejísimo adagio. Pero con un personaje como el que nos acaba de dejar no podemos andarnos con adagios. Lo que procede es la Historia y la parte más apasionante de ella, en el decir de Ortega y Gasset, que es anticiparla.

Fidel demostró su vocación de gangster desde su época universitaria. Su primer asesinato viene de entonces. Pero su grande acción de matón, ambicioso y perverso comunista la padecimos los colombianos. Fidel fue personaje central del trágico 9 de abril de 1948.   Dice la leyenda idiota, que andaba por Bogotá financiado por Perón para organizar un Congreso Estudiantil que le hiciera réplica a la Reunión de Cancilleres, convocada para celebrar en Tratado el nacimiento de la OEA. Un fascista, pro Nazi, financiando estudiantes comunistas, es la torpe invención de los majaderos o torcidos historiadores.   Claro que no. Como está bien probado, el paso por Bogotá de Castro, Del Pino, Ovares y Guevara, el cuarteto de bandidos que venía supuestamente a una reunión estudiantil que nunca se hizo, que no tenía lugar ni asistentes ni agenda, lo explica una conspiración comunista, ejecutada a través de miembros de la policía secreta de la Europa estaliniana. Era preciso sabotear la conferencia, darle golpe mortal a la democracia colombiana y sustituirla por un enclave comunista que respondiera al acoso Occidental contra el que ya Churchill había bautizado Telón de Acero. En bolos se llama moñona: arruinar la reunión que organizaban los Estados Unidos y hacer de Colombia el primer país comunista de América.   La ocasión no podía ser más propicia porque la ingenuidad de Colombia resultaba conmovedora. El Gobierno no tenía siquiera un ministro de Guerra en propiedad y Bogotá estaba completamente desguarnecida. Levantar la revolución en muchas ciudades a la vez, darle al pueblo un motivo de ira y lo demás dependía de la capacidad de intriga de los rusos para formar uno de esos “gobiernos de transición” en los que son tan hábiles e insistentes.   Así se produjo el asesinato de Gaitán, en la cúspide de su poder sobre las masas, en la cumbre de su capacidad de movilizarlas en un proyecto populista obvio, que jamás podrá conocerse en su sentido último. En todo caso, nunca en un proyecto comunista. Gaitán no lo era y Stalin y los suyos lo sabían de sobra.   En reportaje radial que misteriosamente se perdió, concedido a Yamid Amat con motivo de los 50 años del 9 de abril, Castro recuerda que tenía cita con Gaitán a las 2 de la tarde en su oficina y que con sus amigos iba por “la 7”, pasaron hacia la Plaza por una calle sin número –la Jiménez- y a pocos pasos oyeron unos disparos. Castro estaba en el sitio del asesinato.   Lo que siguió lo cuenta Fidel con mucho orgullo. Su recorrido por las calles de Bogotá fusil en mano, sus intentos por levantar la policía, su acompañamiento en los incendios, su desesperación ante la falta de orden, de propósitos bien compartidos, de ideas claras de la turba que por poco acaba con la ciudad, todo lo narró en detalle.   La revolución, levantada al tiempo en tantas ciudades de Colombia, salvo en Barranquilla, donde se adelantaron una hora al reloj de la Historia, fracasó. Un presidente heroico, con el que no se contaba, aguaceros furiosos, licor a raudales, sorpresiva ayuda al Gobierno desde Tunja, nos salvaron de haber tenido régimen comunista, con Castro y todo, desde aquella fecha.   Lo que siguió en Colombia, la violencia de los partidos, el Golpe de 1.953, el Frente Nacional, no son asunto de ahora. Pero sí lo que pasó a la toma del poder por Castro. Los barcos cargados de armas que salían de Cuba para matar colombianos. El refugio, el entrenamiento, la dirección ideológica para todos los grupos que intentaron repetir en Colombia las hazañas de Castro en Cuba, vienen con la misma obsesión con que el joven estudiante asesinó a Gaitán en aquella tarde inicial de 1948. Hacer de Colombia una Patria Comunista.   Los bandoleros, primero, las Farc, el ELN, el EPL, el M 19, todos tienen que agradecerle a Castro su partida de bautismo. Probablemente nadie haga el balance de los muertos colombianos asesinados desde Cuba. Porque coincidiría con la violencia que padecimos en casi 70 años de tragedia. Y esa contabilidad no existe.   Santos acaba de decir que Castro comprendió inútil el camino de las armas para tomarse el poder. Tiene razón. Mucho más fácil encontrar un traidor que haga el milagro en una mesa de conversaciones, sin disparar un tiro. Entre el asesinato de Gaitán y la paz con Timochenko hay un hilo conductor evidente. Es Castro, el que acaba de morir. ¿Será posible la entrega de Colombia al comunismo sin Castro? Es el próximo capítulo de nuestra Historia.