El 10% de diferencia que obtuvo Zuluaga sobre el candidato presidente en las primarias presidenciales precipitó al candidato a la reelección a plantear la alternativa: Guerra o Paz, en la que él supuestamente representa la última. Pero los términos empleados, me reeligen o hay guerra, contienen el amargo sabor de la coerción. La verdad es que nadie, distinto a los negociadores de La Habana y al candidato Santos, sabe a qué punto han llegado las conversaciones para concluir que conducen a la paz. Y como nada está acordado hasta que todo esté acordado, esa paz resulta ser una entelequia. La paz de Santos es solo un sofisma en el que han involucrado ingenuamente a más de uno y la utiliza de gancho ciego para ser reelegido.
Sin meternos en honduras por lo variopinto de la mezcolanza y los intereses inmersos detrás del acompañamiento de la reelección, es necesario analizar la personalidad de Juan Manuel para deducir a donde nos puede llevar un acuerdo dirigido por él.
Después de posar para distintas tendencias políticas, liberal, independiente, pastranista, tercera vía y conspirador contra el Gobierno de Samper, aterrizó en el Uribismo puro para terminar declarando sin ambages en su discurso de posesión: “Las próximas generaciones de colombianos mirarán hacia atrás y descubrirán, con admiración, que fue el liderazgo del presidente Uribe un colombiano genial e irrepetible, el que sentó las bases del país próspero y en paz que vivirán” además, calificó a Uribe como “el mejor presidente de la historia”. Al día siguiente abandonó el programa de Gobierno con el que se había hecho elegir, se acercó a las Farc, a las que la Seguridad Democrática había reducido considerablemente, para darles respiración boca a boca, denostó de Uribe y de su Gobierno y se embarcó en la aventura de La Habana que nadie sabe a dónde habrá de llegar.
En lo interno, muy pronto dejó de lado su propuesta de las locomotoras de la prosperidad que enmohecidas se quedaron sin arrancar. Propuso una reforma a la educación superior, necesaria e importante, que echó para atrás cuando los estudiantes le mostraron los dientes; con la Reforma a la Justicia ocurrió otro tanto: después de aprobada por el Congreso la trancó mediante una acción abiertamente inconstitucional. Ni que hablar de los paros cafetero y agrario, ni de la reforma a la salud, ni de la restitución de tierras. Con razón algún irreverente comentarista expresó que tenía más criterio un pollo al horno.
¿Con este presupuesto que se puede esperar de las conversaciones de La Habana, alternando con una cáfila de bandidos mañosos y experienzudos con más de medio siglo de trayectoria?
En su desespero por el resultado electoral adverso, además de su grito de combate: o soy yo o hay guerra, pasó factura por la mermelada vertida a rodos, desmanteló el Gobierno, alineó a Mokus, Petro, Piedad, etc.
Y lo peor: su mensaje publicitario que parece haber sido elaborado por sus enemigos: ¿Usted mandaría a su hijo a la guerra? Aquí se le fueron las luces, desconoció que la guerra no es un capricho sino una opción Constitucional, por eso el presidente de la República es el comandante en jefe de Las Fuerzas Militares. Esto no pudo ocurrir por ignorancia en alguien que lleva 4 años al frente del ejecutivo, en consecuencia está incurso en una conducta típica que puede conllevar a la Traición a la Patria. Desde otra óptica ¿qué puede pensar sobre esto un soldado que al pasar mil dificultades está exponiendo su vida porque juró preservar a la Patria de sus enemigos aún a costa de su existencia? Los miembros de las fuerzas militares, a quienes se les pude exigir obediencia pero no obcecación, deben estar dolidos y humillados por su comandante supremo.
No todo es malo en el candidato presidente quién en un acto de magia que envidiaría Houdini, alineó a su lado a quienes derrotó hace 4 años por una relación de 3 a 1 y se hizo abandonar de quienes lo elegimos. Por eso lo vemos rodeado de los Gaviria, Petro, Navarro, Piedad Córdoba, el inefable Cepeda, los cronistas de oficio y hasta de las mismas Farc que en su torpeza no entienden que hace mucho rato les pasó su cuarto de hora.
Con su estrategia de gancho ciego, Santos ha polarizado el país. Nos queda esperar que se imponga la razón sobre la ambición de poder y el país retome el rumbo de la seguridad y la fe en su mejor destino.