En la obra, dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon, se sientan en un camino y debajo de un árbol a esperar a un tal Godot (aunque los lectores o espectadores de esta comedia nunca sabrán quién es Godot o cuál es el asunto que tendrán que hablar con él). Lo que sí sabemos es que cada día, de los dos actos de la comedia, llegaba un niño con el mensaje de que Godot no vendría hoy, “…pero mañana seguro que sí”.
Es como si este teatro del absurdo o esta tragicomedia del COVID nos hubiera atrapado en un bucle sin solución de quedarnos en casa para poder volver a salir a la calle y de volver al confinamiento para volver después a contagiarnos de nuevo.
Lo que parece que no entendemos es que ya todo se nos ha escapado de las manos y que los confinamientos son casi inútiles para controlar la “segunda ola” porque, sencillamente, después de la primera ola el virus ya se vino con nosotros a nuestras casas y por muchos estrictos confinamientos que nos impongamos ya no existen puertas ni ventanas que le impidan circular entre nosotros. El huésped es un hijo, tu marido o tu esposa que son asintomáticos y le convierten en indetectable. Los índices y la escala logarítmica de contagiados reflejan una situación incontrolable y es entonces cuando todos somos Vladimir y Estragon que esperamos a un tal Godot que ni conocemos ni sabemos cuándo vendrá.
Algunos críticos sugieren que Beckett se refería a Dios (God), más el sufijo diminutivo en francés ot, (en el que escribió el texto original), y quería decir “Diosito” (God-ot), y como buen irlandés católico que había experimentado las fatalidades de la II Guerra mundial, filtraba las inclemencias de Vladimir y Estragon, como refugiados o soldados desplazados de aquel conflicto, en esa esperanza del “Deus caritas est”.
Pero podría ser más estremecedor porque Godot podría hacer referencia a la palabra francesa godillot (bota), y, entonces, ese Dios que esperaban en el camino y debajo de un árbol no era el Deus caritas sino la aceptación de esa terrible condena de “quedarse en un mismo lugar”, sin poder huir, y esperar, como insectos, la posible pisada de la bota de Dios: la muerte.
Siendo más prosaicos y sin esperar la parusía de un salvador para Vladimir y Estragon, me temo que todos reescribiríamos a Beckett con un “Esperando a Oxford”, pero quiero recordar que en 1.984 se identificó el virus del VIH y que la Secretaría de salud y servicios humanos de Estados Unidos aseguró que en menos de dos años estaría disponible la vacuna. Hoy, 36 años después, ¡todavía no existe vacuna contra el VIH!
Demos, entonces, un giro en lo que todo parecen sombrías especulaciones. Demos un paso más de esa sensación de “¡Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es terrible!” que insinúa la tragicomedia de Beckett, esa absurda carencia de significado que a veces transmite la vida humana. Pasemos de un existencialismo perturbador a lo que puede estar ocurriendo en la calle. ¡La percepción de la sociedad civil, …la política!
El titular podría ser otro: “Ira y Pandemia”.
Más o menos, los sociólogos y en las facultades de Ciencias políticas conocerán una ecuación infalible que podría ser amenaza-miedo-inseguridad-decepción-incertidumbre-violencia.
En situaciones excepcionales y de máximas tensiones sociales se generan factores desestabilizadores, ya sean de orden ideológico o material.
Y lo que observamos con irrebatible procacidad e insolencia es como algunos cuervos aprovechan las situaciones de mayor dolor y desesperanza para utilizar las palabras como verdaderos puñales que siembran el odio y la polarización.
Todos sabemos que las palabras no son inocentes y que, sobre todo, en la política son auténticas armas para estigmatizar y radicalizar, para deslegitimar y deshumanizar al otro.
¿Cómo es posible, entonces, que los partidos de izquierdas que se llaman progresistas y que no se sonrojan exhibiendo una supuesta superioridad moral en favor de los más desfavorecidos, no tengan la coherencia y la elegancia dialéctica que nos exige a todos la convivencia y la solución de los problemas comunes, para no estar vociferando mensajes de inquina y de rabia contra parte de un pueblo, que, aunque pueda no pensar como ellos es parte del mismo pueblo? - ¿Cómo se puede compartir la casa con alguien al que solo se le puede odiar?
Vladimir y Estragon, Estragon y Vladimir esperaban debajo de un árbol la llegada de Godot. No sabían quién podía ser Godot, quizás, tampoco de qué tenían que hablar o si llegaría hoy o mañana. A uno le aprietan las botas y otro tiene las piernas agarrotadas por una dolencia en la vejiga, pero ninguno de los dos pensó en exterminar al otro para ganarse la sombra del árbol o transitar solo por el camino.
La izquierda radical cree que el camino y el árbol solo pueden generar discordia y que la aporofobia, el hambre y el sufrimiento no son más que oportunidades.
Han decidido no esperar a Godot.
Luis León
(…desde algún rincón de Madrid)