Creer que el conflicto ruso-ucraniano es un sofisticado diseño urdido por un agudo ajedrecista que maneja todos los hilos del Kremlin sería concederle a Vladimir Putin una portentosa inteligencia capaz de poner en jaque todo el orden mundial que hoy conocemos.
Y, aunque la antigua Unión soviética y la actual Rusia hayan sido cuna de extraordinarios ajedrecistas, lo que resulta más preocupante para el orden liberal que hemos construido es que el autócrata de la Duma rusa ha cambiado el tablero de ajedrez por una baraja de póker.
Y esto que afirmo no es una banalización cualquiera del problema sino la constatación de la enorme dificultad de las soluciones cuando la racionalidad de un alivio o un desenlace tropieza con las ensoñaciones y delirios de un esquizoide megalómano supranacionalista.
Porque muchos se preguntan si Putin es todavía un comunista o si su partido, Rusia Unida, simpatiza con el existente Partido Comunista ruso y apoya sus propuestas en política exterior en las votaciones de La Duma.
La calculada ambigüedad de Putin nos vuelve a confirmar al político lacónico, parco y frío, pero intencionadamente calibrado del astuto jugador de póker.
Se equivoca quien crea que Putin es un viejo militante de la KGB, desde la que diseñó su ascenso político, porque el personaje no es más que un brillante pícaro poliédrico que supo empatizar con la canciller Merkel, cantar en una fiesta con las estrellas de Hollywood o configurar un equipo de multimillonarios oligarcas corruptos que se pasean por el distrito financiero de Londres, compran equipos de Fútbol y participan de los mayores Fondos de inversión. (Existen publicaciones que estiman que la fortuna de Putin es superior a la de Elon Musk o Jeff Bezos)
Pero, Vladimir, no es un encubierto y agazapado adicto al dinero que puedan diagnosticar las penurias y la indigencia de su infancia en San Petersburgo. Sabe que el mundo occidental es un inmenso casino y que para sentarse en la misma mesa de los más poderosos tiene que jugar con sus mismas fichas.
Y la partida que quiere ganar no es la del dinero, o solamente la del dinero.
Vladimir Putin es un nacionalista, un fervoroso nacionalista que sumerge sus más peligrosas ensoñaciones en un perdido orgullo eslavo que siempre ha desconfiado de Occidente, desde los ancestrales horizontes históricos del “Rus de Kiev” de la Alta Edad Media o los Pedro el Grande y Catalina la Grande.
No existe ningún interés en recuperar las aspiraciones imperialistas de Stalin ni restaurar una dictadura del proletariado de la mano de Xi Jinping.
La nueva dialéctica de bloques no se puede jugar más que desde la dialéctica de los tahúres.
Vladimir Putin anunció ayer la activación de su “consejo nuclear”, nos ha intimidado con múltiples ejercicios militares a gran escala, ha desplegado tropas y luego las ha retirado, ha agotado a su ministro de exteriores, Lavrov, en infinidad de reuniones diplomáticas y mesas de distracción. Ha llegado a crear un relato hilarante como el de “desnazificar” Ucrania que ha elegido a un presidente judío.
Cuando se decidió a invadir, en realidad, no ha invadido. El despliegue de fuerzas ha sido, sorprendentemente, muy contenido. Bombardea algún objetivo militar, dispara a algún edificio y pasea algunos tanques. Todo parece una escaramuza contenida para debilitar al presidente Zelenski o amedrentar a los civiles y forzar a una negociación:
¿Creen, Uds., que Putin quiere convertir a Ucrania en un patio de escombros?
¿Creen que Putin va a convertir una guerra impopular, en el mundo y en su propio país, en un enloquecido derramamiento de sangre?
¿Creen que Putin no sabe que una escalada nuclear es insostenible y la sentencia de muerte de Rusia como país? (…salvo que, de verdad, estemos convencidos que Putin está realmente loco)
Les invito a una leve y superficial lectura en su buscador preferido sobre los conflictos con Georgia y sus provincias pro-rusas en el año 2008. Miren lo que sucedió con Transnitria en Moldavia, lo que ha sucedido con el Donbás en Ucrania y la anexión de Crimea.
Observen el curioso paralelismo que invita a pensar en la misma partida de póker y a convertir Ucrania en una “Georgia 2.0”.
Para reforzar mis pretensiones de nigromante les recuerdo que el poderío nuclear ruso no se corresponde, en absoluto, con sus evidentes limitaciones económicas (Rusia tiene el mismo PIB que Italia o España)
Las sanciones económicas y financieras a Rusia, la congelación de sus reservas, el alto coste de una invasión prolongada y un ejército permanentemente acosado por milicias urbanas y una población desafecta no es el plan de Putin.
De igual manera que el peor error de Putin sería entregarse en manos de Xi Jinping que se frota las manos para comprarle el petróleo, el gas, sus minerales y reservas de oro al precio que le imponga, y tener que comprar sus chips, sus canales financieros y su crédito al antojo y voracidad de los chinos.
Putin es un tahúr y ya hemos descubierto sus cartas: Alimentando los nacionalismos regionales quiere dinamitar y polarizar Ucrania en la Ucrania pro-rusa al este del río Dniéper, impedir la anexión a la OTAN de la Ucrania pro-occidental, al oeste del Dniéper y, si fuera posible, descabezar al actual gobierno por un gobierno títere que pudiera manipular desde Moscú.
El tahúr ha adivinado nuestra debilidad cuando hemos abandonado a su suerte a Afganistán, cuando no reaccionamos para defender un pueblo libre que está siendo pisoteado y humillado.
“El que se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y tendrá también la guerra”
(Churchill)