Hoy nuestro pedazo de América se mueve con fuerza, queriendo desembarazarse de la avalancha socialista que germinó en Venezuela hace casi dos décadas, con semilla cubana y abono narcoterrorista; un socialismo dizque renovado -del siglo XXI- y dizque revolucionario, mal amarrado a la figura de un conservador por antonomasia -Simón Bolívar-; un sistema que pareció funcionar mientras tuvo plata, pero terminó sumido en sus propias confusiones, atropellando las instituciones democráticas, destruyendo la libre empresa y el aparato productivo, silenciando la libre expresión, vulnerando los derechos fundamentales y untado hasta el cogote de la corrupción que dijo combatir como bandera para encaramarse al poder que, definitivamente, le quedó grande.
Hoy América Latina vuelve por sus fueros de recuperación de la libertad y de todos sus derechos, de estatismo moderado y reivindicación de la iniciativa privada. Hasta Cuba se cansó de rabietas antiimperialistas y hace las paces con su enemigo de siempre, abriendo, así sea muy lentamente, las puertas y ventanas de su comunismo añejo.
Hay gran expectativa por las consecuencias de la contundente victoria de la oposición venezolana, que dependerán de su propia sindéresis para entender y aprovechar el momento, verdaderamente de “efervescencia y calor”, como pregonaba nuestro tribuno del pueblo. 112 se volvió un número icónico en Venezuela, como los 300 de las Termópilas. De su capacidad para encontrar factores comunes que permitan una posición verdaderamente ganadora en la Asamblea, depende el futuro inmediato de Venezuela, que tiene otra pata en la posición del Ejército, el mismo que llevó al poder a Chávez y se lo quita a Maduro al impedir el fraude electoral. Quiera Dios también, que los perdedores no echen mano de acciones desesperadas, un riesgo latente en medio de la calma pos-electoral.
Y si por Venezuela llueve, en Argentina no escampa; un país que se sacude con Macri de 12 años de la resurrección del peronismo populista en el cuerpo ajeno de los Kirchner, con Evita incluida, y también con destrucción económica, antiimperialismo, abrazo chavista, admiración castrista y corrupción a la lata, como dice hoy la muchachada.
Han sido la corrupción y la destrucción del aparato productivo la mecha que está haciendo caer por su base al Socialismo del siglo XXI, y el gigante brasilero no es la excepción. El mundo admiró a Lula -el Lech Walesa latinoamericano-, el obrero, el sindicalista fabril; pero esa imagen idealizada está siendo deslucida por la corrupción, que hoy tiene a Dilma Roussef -su heredera- enfrentada a un juicio político que, seguramente, llevará a Brasil al otro lado del péndulo.
¿Y Colombia? López Pumarejo afirmaba que “al país le gusta estar a la penúltima moda”, y hoy, efectivamente, pareciera que mientras todos vuelven, nosotros vamos, porque el precio de la paz es cada día más alto, empoderando políticamente a un grupo terrorista que hace la guerra mientras habla de paz; que denuncia a las clases dominantes corruptas, mientras negocia droga con mafias internacionales; que destruyó el aparato productivo rural y le permitimos reconstruirlo a su amaño; los ahijados de Chávez y Maduro, los compadres de alias “Teodora”, los abanderados del Socialismo del siglo XXI entrando gratis al Congreso colombiano, mientras salen apabullados de la Asamblea venezolana. Colombia del otro lado del péndulo.
Nota bene: por su posición durante la campaña electoral venezolana, Andrés Pastrana merece nuestro respeto; Piedad Córdoba nuestro repudio.