El General Jorge Enrique Mora Rangel, en discurso ante las tropas militares de Tolemaida, dijo este 1 de abril que “tras la paz, el objetivo es que las Farc hagan política, sin armas”. Y agregó: “Cuando entreguen las armas [las Farc] deberán ser reconocidas como un grupo políticoen el país”. No sé si esas fueron exactamente las expresiones del General. Eso fue, al menos, lo que la prensa escribió sobre su discurso. El análisis del General habría sido confuso sin otra frase que él tuvo el acierto de pronunciar. Dijo que a partir del momento de su desmovilización “las Farc tendrán que dejar por sí su famosa teoría y su forma de actuar, sus formas de lucha”. Al lanzar esa fórmula, el General Mora se apartó del presidente Santos quien no es muy preciso en sus declaraciones sobre el papel que tendrán que desempeñar las Farc en periodo del llamado “postconflicto”. De hecho, Santos nunca ha definido bien qué es, para él, el tal “postconflicto”. El jefe de Estado habla mucho de “recursos”, “fondos”, “países donantes” y de los billones que le darán en Europa para el postconflicto. Habla de los 10 años que va a durar, según él, el postconflicto, pero no ha definido con precisión qué será realmente ese asunto, ni cuáles serán sus contornos políticos principales, ni cual deberá ser la conducta de los narco-terroristas. El Gobierno de Santos no sabe siquiera cuándo costará el postconflicto. Sergio Jaramillo habla de $40 billones, pero Fedesarrollo y la Comisión de Paz del Senado estiman que costará más del doble: $90 billones. Semejante diferencia indica que en la cúspide del poder hay división o hay poca claridad sobre lo que está en juego. O que hay particularismos del “proceso de paz” que son ocultados a la opinión pública. En todo caso, la montaña de dinero que todos evocan servirá (y en eso no hay disputa) para pagarle salarios a 18 mil guerrilleros (¿realmente desmovilizados?). Lo que sí dan por sentado los señores Santos, De la Calle, Barreras y Montealegre es que la banda armada Farc “se convertirá” en partido político y que así comenzará el postconflicto. Esa visión es engañosa pues es reduccionista e insuficiente. Timochenko y los otros jefes criminales que dialogan con Santos en La Habana repiten que no entregarán las armas, ni su dinero, y que no pagarán un solo día de cárcel. Y exigen, al mismo tiempo, que Colombia, entre otras cosas, los instale en el Congreso sin pasar por una elección, y que los habiliten para ser elegibles a todos los puestos del Estado, pues se han convertido en partido, o habrán sido, como dice el General Mora, “reconocidos como grupo político”. ¿Cuál será el programa de ese nuevo partido? Como van las cosas, las Farc, una vez bajo el disfraz de partido, seguirán con su mismo programa y con su misma ideología. Pues nadie en La Habana les pide lo contrario, aunque les deberían exigir que se reorienten en ese sentido. Unas Farc con armas escondidas en alguna parte, y con un programa de asalto al poder para imponer el colectivismo, no será visto nunca como un partido legal, sino como un tumor maligno incrustado en el corazón del sistema. Por ahora solo el General Mora Rangel ha pedido que “dejen su famosa teoría y su forma de actuar”. ¿El General Mora fue sacado de esas conversaciones por exigir ese punto importante? ¿Por eso él creyó que debía mencionarlo en Tolemaida? El programa del nuevo partido no podrá ser el mismo que tienen las Farc. Sin embargo, ni Santos ni sus negociadores piden que el programa Farc sea abolido definitivamente. ¿No lo dicen pues creen que el postconflicto podrá funcionar con un partido que aspira a la hegemonía y que no renuncia en su fuero interior a la violencia para construir el socialismo? Ese punto es esencial. El programa de las Farc y de su partido es la lucha armada y la combinación de todas las formas de violencia para apoderarse del poder. Si las Farc dejan las armas y siguen pensando en que esa combinación de violencias es algo legítimo, la paz del país no durará una semana y las libertades no existirán sino en el papel. Deberíamos preguntarlos por qué los propagandistas del “proceso de paz” hablan de “postconflicto” y por qué no apelaron nunca a la palabra “postguerra”, concepto este que sí tiene un substrato real, que jurídica, histórica, política y diplomáticamente sí ha jugado un papel constructivo en Colombia y en el resto del mundo. Santos y sus asesores impulsan el término de postconflicto pues saben que tras esa fase puede haber más guerra, y guerra de la peor, la guerra civil, o una guerra asimétrica pero aumentada y respaldada por los poderes “bolivarianos” de la vecindad. Por eso no hablan de postguerra sino de postconflicto, cuyos rasgos son dejados sin definición. En una fase de postguerra en una sociedad de libertades no puede haber partidos con programas que invoquen el derrumbe violento de las instituciones. ¿En un postconflicto ello sí es posible? Ningún partido tiene como meta tomarse el poder por cualquier medio. Todos tienen una plataforma de respeto a las reglas de la democracia. ¿Santos quiere meter al país en un corsé donde habría un partido que preconiza la combinación de las violencias (lo que las Farc llaman “formas de lucha”) y que amenaza con usar las armas si el sistema no se le entrega? Incluso en las mejores condiciones, un postconflicto así equivale a tener una paz de quinta categoría. En la que el alto poder se ufana de gobernar con la Constitución “más moderna del mundo” y en el que los ciudadanos son sometidos a las tropelías y caprichos de los feudos de hecho. ¿Vamos pues hacia un sistema político “sin conflictos” o a un “postconflicto”, pero sin moral, sin derecho, sin justicia, sin humanismo?
El obscuro concepto de postconflicto
Por - 08 de Abril 2015
El General Jorge Enrique Mora Rangel, en discurso ante las tropas militares de Tolemaida, dijo este 1 de abril que “tras la paz, el objetivo es que las Farc hagan política, sin armas”.