La verdad monda y lironda es esta: todos los medios, sin excepción, tienen intereses particulares, entre otras cosas porque la mayoría de ellos en el mundo pertenece a conglomerados económicos, y, además, está manejada por personas tan humanas como cualquiera, que, al final del día, terminan por ceder ante la vanidad, la ambición y el orgullo propio (esto es muy común entre los periodistas: no hay otro oficio que, como este, tienda a endiosar tanto a alguien).
Dicho de otra forma: todos los medios ocultan información, la tergiversan, omiten y hasta la maquillan, sin pudor alguno. La mentira ya no es monopolio de unos cuantos porque la era digital ha permitido que otros “pájaros” entren en la jaula de la información. Es eso precisamente lo que disgusta y ofende a los medios tradicionales: ya hay otros que pueden mentir y también, al igual que aquellos, decir la verdad cuando les apetece o convenga.
Prefiero un medio con una ideología definida y pública, defendiendo unos postulados de frente, a uno que posa de objetivo, pero que subrepticiamente tiene una agenda política, cuyo fin último es defender la privilegiada posición de aquellos mercaderes de la información que se han erigido como atalayas morales de la sociedad y el universo. El New York Times (NYT) no es ajeno a la situación puesta de presente aquí: al igual que medios locales colombianos, el diario norteamericano tiene una bitácora de vuelo propia, que no obedece precisamente al interés general.
En el país del Sagrado Corazón de Jesús, sufrimos de una mentalidad provinciana y pueblerina aterradora (¡pilas: no es malo ser de pueblo; lo malo es seguir siendo de pueblo en la cabeza!), pues tendemos a creer que lo que diga un medio internacional es “palabra de Dios”, al tiempo que llueven rayos y centellas contra quienes se atrevan a criticarlo.
Hay un claro sesgo en la información publicada por el NYT, en lo atinente a la Fuerza Pública y el proceso de paz con las Farc, y no se trata de una coincidencia; todo lo contrario: asistimos a la ejecución de una estrategia burda de desprestigio sistemático contra el gobierno Duque, auspiciada por la mamertería foránea y local, léase: George Soros, Santos y compañía ilimitada.
Si no es una conspiración, ¿cómo se explica entonces que el autor del artículo miserable en contra de nuestras fuerzas militares, Nick Casey, sea respaldado sin restricciones por el NYT, a sabiendas de que ese reportero fue seriamente cuestionado en el pasado, por hacer un análisis “especulativo” sobre Hamas y el estado de Israel, sin que la información fuera cierta?
En gracia de discusión, digamos que lo de Casey es un hecho aislado; pero no se puede predicar lo mismo de un reciente editorial del medio de marras, en el que justifica el regreso del bandido de Iván Márquez al monte, señalando irresponsablemente que ese terrorista no se ha presentado a la justicia por presiones del gobierno. El NYT hace una mezcla de datos sesgados y arriba a conclusiones pueriles, para responsabilizar al presidente por el fracaso de un falso proceso de paz que fue mal estructurado e implementado por una administración distinta.
El NYT está tan descontextualizado y pifiado que da por sentado que los colombianos logramos la paz; pero no sabe (más bien se la tira de Gil) que el país está literalmente incendiado en las regiones, y que la tranquilidad que tanto pregona solo existe en la mente del mitómano del tartufo Santos y en la de los zoquetes que lo secundan. Seguramente, las “fuentes” del NYT son los mamertos del “periodismo” cachaco, especialistas en teorizar sobre lo divino y lo humano desde la zona T o el parque de la 93.
¡Qué “casualidad” que el NYT no dijo esta boca es mía, cuando Santos se robó el plebiscito y cuando, a través de un Golpe de Estado disfrazado de Fast Track (figura jurídica inexistente en la constitución), hizo de las suyas en el Congreso para articular el bodrio de la JEP, entre otros esperpentos! Hicieron mutis por el foro en el NYT cuando los jefes guerrilleros salieron del monte al legislativo, sin reparar a las víctimas, y, lo que es peor aún, sin mostrar un ápice de arrepentimiento.
Ni que decir del silencio cómplice ante el “secuestro” del establecimiento a manos de Juan Manuel Santos: cortes, medios, periodistas, ONG, fundaciones y hasta la reelección comprados con la plata del erario y los sobornos de Odebrecht. La alianza funesta Santos-Farc, que fue el ariete con el que se fracturó la institucionalidad, no mereció una línea del NYT.
¿Y de las más de 250.000 hectáreas sembradas de coca qué? Lindo así: el NYT mira por un solo ojo: el izquierdo. En Estados Unidos atacan por todo al presidente Trump; son tan obsesivos como algunos de los peores especímenes de la fauna periodística criolla.
Vayan sabiendo esto: los periodistas completamente ponderados y ecuánimes son como los dragones de Game of Thrones: no existen.
La ñapa I: Para la izquierda está mal que los gringos cancelen visas, haciendo uso de su poder discrecional; pero está bien que un senador demócrata fustigue al gobierno Duque a punta de falacias. La incoherencia mamerta es proverbial.
La ñapa II: Hay que tener consideración con Martincito Santos, un pobre tipo con crisis de identidad, consumidor habitual de sustancias nocivas para la salud y bueno para nada: de verdad, es digno de lástima
La ñapa III: La pelea entre Timochenko e Iván Márquez es un parapeto: el viejo truco de mostrarse divididos y distanciados, para que el ala dura respalde militar y económicamente al ala “suave”, desde la clandestinidad. La combinación de todas las formas de lucha en su esplendor. ¡Tras de terroristas, farsantes!
Abelardo De La Espriella: Es Abogado, Doctor Honoris Causa en Derecho, Máster en Derecho, Especialista en Derecho Penal y Especialista en Derecho Administrativo. En 2002 fundó la firma, DE LA ESPRIELLA Lawyers Enterprise Consultorías y Servicios Legales Especializados, de la que es su Director General. Es árbitro de la lista A de la Cámara de Comercio de Bogotá. Ha sido apoderado de los procesos jurídicos más importante de la última década. [email protected]