El verdadero tema es que en Colombia existe ya, en estos momentos y desde hace 20 meses, una guerra civil híbrida, de carácter especial. Es una guerra brutal contra Colombia y los colombianos en la que el gobierno de Petro está usando todo tipo de armas.
El tema que monopoliza, o casi, la atención de la opinión pública en estos días es el de la Constituyente que el presidente Gustavo Petro pretende instalar. Sin embargo, esa no es, en mi opinión, la cuestión que está, de hecho, sobre la mesa. Pues hay un tema de mayor jerarquía que explica el tono cada vez más desesperado y desinformador que emplea Gustavo Petro contra sus conciudadanos.
En una semana, Petro vendió su idea de la Constituyente en arengas en cuatro departamentos y ocho municipios (Tolú, Montería, San Antonio del Palmito, La Mojana, Tierralta, San Onofre, Apartadó y Ayapel). Fueron arengas disparatadas e incendiarias, no discursos de un presidente de Colombia. Petro eructó exageraciones y mentiras sin freno alguno.
El presidente regañó al Ejército en Tierralta y le ordenó “desbloquear la vía” porque, según él, el Clan del Golfo estaba saboteando su mitin. Falso. Jesús David Contreras, el joven alcalde, le exigió respeto: “No somos paramilitares”, “es el pueblo que protesta por la falta de vías”. Es evidente que Petro no tiene el menor respeto por las personas que salen a oírlo.
En Tierralta gritó: “la oligarquía nos está cercando”, “quieren acabar las funciones constitucionales del presidente”, “Nos quieren arrinconar”, “No quieren que nos constituyamos como pueblo”. Y terminó así: “Vamos a mover a millones de personas”.
Diseñada para insinuar que una Constituyente solucionará todas sus dificultades del mandatario, en esa gira hubo de todo. En San Onofre, Petro se refirió a las consecuencias del cambio climático y confundió Agamenón, el general de la Ilíada que sitió a Troya, con Armagedón, el lugar bíblico del combate entre el bien y el mal al fin del mundo.
Días antes, en un barrio de Cali, donde se reunió con la “minga” indígena, Petro lanzó: “Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente” y remató con un estribillo de sabor mussoliniano: “Este presidente llegará hasta donde ustedes digan”. Sin embargo, el tema de la Constituyente y el del “poder constituyente campesino” -nueva fórmula aún más disolvente empleada en la propaganda del gobierno-, es un elemento de distracción, de clara desviación del debate público.
El verdadero tema es que en Colombia existe ya, en estos momentos y desde hace 20 meses, una guerra civil híbrida, de carácter especial. Es una guerra brutal contra Colombia y los colombianos en la que el poder está usando todo tipo de armas. Los anuncios de Petro sobre reunir una asamblea Constituyente si no le aprueban sus pretendidas “reformas” son el capítulo psicológico de esa guerra híbrida que vive Colombia.
Petro, en realidad, no pretende reunir una asamblea constituyente, la cual debe, en todo sistema democrático, integrar todas las vertientes políticas y de opinión. Petro, en cambio, quiere montar un tinglado excluyente, una reunión o una especie de soviet con las facciones políticas que le quedan, pues las otras se alejan más y más del jefe de Estado. Tendremos un remedo de soviet como substituto del Congreso actual.
Los signos más graves y visibles de esa guerra híbrida son:
- La desmovilización oficial de las Fuerzas Armadas y de Policía, con la excusa de que hay en curso una “negociación de paz” con las bandas narco-comunistas.
- El inquietante aumento del protagonismo de las organizaciones criminales en muchos departamentos y municipios, donde el gobierno trata de imponerlos como una especie de nueva fuerza pública. El ELN y las facciones de las Farc y el Clan del Golfo, tienen, según datos de la prensa, 16.770 miembros armados desde el año pasado, lo que marca un aumento del 11%, en comparación con 2022. Esa escalada de la actividad de los grupos armados designa no tanto un fracaso del plan de “paz total” de Petro sino una política deliberada de volcar en manos ilegales el papel de la fuerza pública y de la seguridad de la población.
- El despilfarro demencial del presupuesto nacional en gastos y privilegios para la burocracia petrista.
- El sabotaje estructural, deliberado, de la macroeconomía del país.
- El intento grotesco y fallido hasta hoy de subordinar la justicia y el poder legislativo al poder ejecutivo petrista.
- El desmantelamiento del sistema de salud y de pensiones de jubilación colombiano.
- Alejar diplomáticamente a Colombia de Estados Unidos, Israel, Argentina y debilitar nuestras alianzas internacionales.
- Imponer, finalmente, un nuevo sistema electoral basado en los artefactos Smartmatic de recepción de votos y entrega de resultados de los escrutinios nacionales sin control técnico estricto. Ese sistema ha sido denunciado por estar involucrado en fraudes electorales en Venezuela y otros países.
Si no ubicamos la Constituyente de Petro en ese marco no entenderemos nada, y seguiremos discutiendo y, sobre todo, actuando de manera ineficaz. Es decir, haciendo fatalismo, derrotismo y resignándonos ante un fantasma que nos parece muy sólido e invencible. Cuando, en realidad, deberíamos ver los reveses, desgastes y grietas enormes del régimen petrista y los avances tan positivos del país en su lucha contra la política destructiva del jefe de Estado.
¿Estamos en Colombia ante la necesidad imperiosa de cambiar de Constitución, es decir de sistema jurídico-político? No. No hay señales de eso. Quien plantea esa demolición es un solo individuo. Las mayorías quieren preservar el Estado de derecho (que tiene defectos y es perfectible, claro), y mejorarlo. Pero ese avance no será el resultado de las visiones de Petro.
Nadie quiere el caos y la miseria socialista, aunque Petro encubra eso con imaginarios ríos de leche y miel para todos, como prometió en estos días en sus correrías. Nadie quiere un régimen de partido único militarizado, sin libertades, sin elecciones, sin derecho, sin iniciativa privada, plagado de corrupción y sangre y con una justicia revolucionaria execrable.
La Constituyente de Petro tumbaría el Congreso y sería el resultado de componendas con el ELN y las otras estructuras subversivas que siguen ensangrentando el país: las Farc, los carteles de las drogas, los paramilitares, las milicias de las “primeras líneas” etc.
Esa horrible perspectiva, por fortuna, es rechazada. Las instituciones de control –las cuales no son los edificios sino los funcionarios que están al frente de ellas, como la Fiscalía General, la Procuraduría, el Senado y la Cámara de Representantes, no han dado su brazo a torcer. Ellas y la sociedad civil y una buena parte del paisaje audiovisual nacional y local están resistiendo y mejorando sus dispositivos de resistencias contra la agenda destructiva. Las manifestaciones de protesta pacífica muestran que las mayorías del país no están dormidas. Y que Petro está debilitado.
La fracción que ha subido al poder no tiene cuadros políticos para manejar el aparato de Estado, y ha entrado en conflicto con las facciones que ayudaron y que ahora están o espantadas o frías por el talante difícil del presidente, por su incapacidad administrativa, por los índices tan elevados de corrupción de su equipo, por la inseguridad, violencia y coerción que se expanden en las ciudades y campos de Colombia.
Distraernos durante meses, hasta la próxima elección presidencial, parece ser el objetivo del petrismo. La hora del pueblo es, en cambio, la de intensificar el combate político contra la propaganda del régimen, mejorar los canales de difusión de las tesis e informaciones de la oposición, y, sobre todo, abrir y sostener el proceso de destitución del jefe de Estado y no solo de pérdida de la investidura por la violación de los topes máximos de financiación de la campaña electoral en 2021-2022, que prescribe el artículo 109 de la Constitución vigente, sino por otros graves delitos, como su intento de desmantelar la seguridad nacional, arruinar la diplomacia y la política exterior colombiana, querer jugar con la salud pública, ocultar el fraude electoral de 2021-2022, y sobre todo por sus esfuerzos para abolir la Constitución de 1991 e instalar de hecho nuevas reglas de juego institucionales.
¿Agamenón o Armagedón? El lapsus calami en San Onofre es interesante. ¿Quiere decir que Petro se cree un Agamenón despótico? Quiera Dios que no. Agamenón, según Homero, saqueó a Troya y estuvo a punto de sacrificar a Ifigenia, su propia hija, y le arrebató la amante a Aquiles. Sus brutales abusos desataron el odio de Clitemnestra, su esposa y ella, con su amante Egisto, terminaron asesinando al rey aqueo cuando retornó a Micenas.