En efecto, el candidato-presidente tenía bajo su control lo más granado e influyente de los grandes medios, con El Tiempo a la cabeza, la revista SEMANA, los dos canales privados y sus cadenas radiales gemelas. No recuerdo en los últimos tiempos tan pronunciado y ostentoso desequilibrio informativo y de opinión en una campaña, pues no fue armado solamente desde la línea editorial de los medios y desde sus secciones informativas, sino también desde la posición, que se presume autónoma, de sus columnistas, sumados en gavilla de tinte plebiscitario a la candidatura de Santos y a las mal llamadas negociaciones de paz.
Cobrada la cabeza de Fernando Londoño, quedamos apenas unos pocos mosqueteros blandiendo en solitario la espada en defensa de la campaña de Óscar Iván Zuluaga, en el centro de la encerrona, espalda con espalda para responder al ataque masivo y atrabiliario contra todo lo que sonara a Centro Democrático, a Uribe o a Zuluaga. No en vano, uno de los decanos del periodismo colombiano, Juan Gossaín, habría de calificar de “sencillamente asqueroso” el manejo que los medios dieron a la campaña.
La prensa bajó de su olimpo y ensució los pies en el cieno de la manipulación descarada de información para hacerle daño a Zuluaga, llegando inclusive a la peligrosa estigmatización. La última columna de María Jimena Duzán -en SEMANA por supuesto- es paradigmática. En ella la periodista advierte que no tendría la desfachatez de comparar a Uribe con Hitler, pero con más desfachatez de la que niega, no solo lo acusa de envolver al país en “grandes mentiras” como las que llevaron a la Alemania nazi a la infamia del holocausto, sino que no se reserva prudencia alguna para tildarlo irresponsablemente de ser “el líder de una ultraderecha peligrosa”, atributo que se suma a otros como los de ‘fascista’ y ‘enemigo de la paz’, que desde el Gobierno se vienen lanzando, amplificados por los medios, contra quienes planteamos diferencias frente a las negociaciones con las Farc y a la media verdad -¿mentira?- de una paz que se avecina, pero condicionada a la reelección.
La semana anterior rematé afirmando que “los votantes pondrán las cosas en su lugar”, y así fue. La primera puesta en su lugar por los resultados electorales fue la gran prensa, que construyó con intencionalidad de explosivista el imaginario -que terminó creyéndose- de un Zuluaga sin autonomía, sin ideas propias, sin carácter ni fundamentos éticos y hasta sin ‘ángel’; y pretendió vendérselo a la opinión a partir de un bombardeo mediático sin precedentes. Pero los colombianos no lo compraron en las urnas. El triunfo de Zuluaga fue rutilante.
Quedó en evidencia la distancia entre las posiciones comprometidas de la prensa -asquerosas para Gossaín- y el sentir espontáneo de la ciudadanía, que le dijo NO al matoneo mediático al estilo Duzán, rechazó fastidiada la absorbente propaganda gubernamental y le dijo SÍ a un candidato con propuestas serias y contundentes. Una opinión que perdió su “fe de carbonero” frente a una prensa aferrada a su arrogancia dogmática de otros tiempos.
Hay otro mundo afuera del que leemos en periódicos, vemos en noticieros y escuchamos por radio, que hoy está siendo develado por las redes sociales principalmente. Ese descubrimiento fue la ganancia de los colombianos y la gran pérdida de la prensa derrotada.