Hay una gran contradicción de Petro en el tema de las armas del Cantón Norte; y lo cierto es que esto es más preocupante que unas simples mentiras anecdóticas
En mi columna de la semana pasada (El libro de Petro muestra que está padeciendo serios problemas de personalidad) me referí a lo injusto y lo absurdo del resentimiento de Petro hacia Carlos Pizarro, además de que desmentí que alguna vez hubiera habido, entre ellos dos, alguna “rivalidad”, tal cual se afirma en su libro.
De hecho, les mostraba a los lectores que no conocen la historia del M-19, y que pueden ser engañados, cómo no pudo haber dicha rivalidad en la medida en que Pizarro era el jefe máximo del movimiento y uno de sus hombres históricos más destacados al tiempo que Petro nunca fue una persona con la entidad y la significación suficientes como para decirse que “rivalizaba” con Pizarro.
No obstante, leyendo el libro de corrido me encuentro con otras afirmaciones tan falaces y contradictorias que solo dan para pensar que es muy posible que Petro puede estar adoleciendo de algún mal que afecta su estructura de pensamiento y su estado de ánimo.
Hay una contradicción en Petro que se hace muy evidente en su libro y que consiste en que, según el auditorio en que se encuentre y según la imagen que quiera proyectar en ese momento, algunas veces se presenta como el gran comandante del M-19 que fue capaz de convencer a Carlos Pizarro, “el guerrerista”, de que hiciera la paz y otras veces se muestra como el intelectual pacifista extraviado que nunca tuvo que ver con las armas del M-19. Contradicción casi que imposible de resolver por la sencilla razón de que ninguna de las dos afirmaciones es cierta.
Voy a referirme, por ejemplo, a una contradicción de Petro en relación con el tratamiento que le da al tema de las armas del Cantón Norte.
Cuando trae a cuento sus recuerdos sobre el robo de las armas del Cantón Norte que realizó el M-19 en diciembre de 1978, Petro da tres versiones distintas de su participación en esos hechos:
—En las páginas 42 y 43 dice: “Parte de esas armas llegaron a Zipaquirá. La gran mayoría de los integrantes del M-19 no sabía cómo usarlas, ni siquiera cómo portarlas. Antes del operativo, los comandantes habían ordenado hacer unas caletas para esconderlas y una se hizo en Zipaquirá. Yo nunca conocí su ubicación, porque entre menos supiera, mejor, pero sí me enteré de que llegaron”.
—En la página 52 retoma el tema y dice: “El 30 de diciembre de ese año, el M-19 realizó la operación Ballena Azul (robo de las armas del Cantón Norte) y parte de las armas se guardaron en una caleta en Zipaquirá que nosotros ayudamos a construir sin saber con qué fin la estábamos haciendo. Como se recordará, fue una fue una operación que causó una gran conmoción en el ejército y en la sociedad, pues se recuperaron 5.000 armas del Cantón Norte”.
—Y en la página 57 Petro retoma el tema y dice: “Un ejemplo al que me referí atrás fue cuando se recuperaron las armas del Cantón Norte y debimos construir las caletas en las cuales se guardaron las armas que llevamos después hacia una vereda cercana a San Cayetano, Cundinamarca”.
Como se observa en las tres versiones, en la primera dice que se construyó una caleta que él nunca conoció pero que sí se enteró de que unas armas habían llegado. En la segunda afirma que participó de la construcción de la caleta pero que nunca supo que era para guardar las armas del Cantón Norte. Y en la tercera cuenta que participó de la construcción de la caleta y que también ayudó a mover las armas hasta la vereda San Cayetano.
Evidentemente ninguna versión coincide con las otras.
Como me llamó la atención que se contradijera tanto, a sí mismo, tan burdamente, en algo tan delicado como su libro autobiográfico, a tan pocas hojas las unas de las otras, decidí llamar a la persona del M-19 que tuvo la responsabilidad de las armas del Cantón Norte que fueron destinadas a Zipaquirá.
Le pregunté por esa historia y esto fue lo que me contó:
—Recogí solo, absolutamente solo, 756 armas que tenía la tarea de guardarlas en Zipaquirá. Las recogí en Bogotá a las 10:15 de la noche del 31 de diciembre de 1978. Me demoré casi una hora en llegar al sitio que tenía preparado en Zipaquirá, en una casa dentro del casco urbano del municipio. La cosa era bien particular porque, por las exigencias de seguridad y compartimentación, no acudí a nadie de la organización. La casa en la que escondí esas armas pertenecía a un amigo personal que era un funcionario público que no conocía a nadie de la organización ni nadie de la organización lo conocía a él. Es más, tan solo tres días antes llevamos a un par de campesinos contratados para que removieran con azadones unas capas de tierra del jardín interno y lo que les dijimos a los campesinos era que allí sembraríamos unos árboles de unas especies muy especiales y exóticas. Luego los campesinos nunca tuvieron ni idea de nada. El terreno quedó listo ese 31 de diciembre al mediodía y los campesinos se fueron a su vereda que quedaba bien lejos, como a 100 kilómetros de Zipaquirá. Cuando llegué con las cajas llenas de armas las bajamos de la camioneta mi amigo y yo solos y les echamos tierra encima. Al otro día fundimos sobre ellas una placa de cemento y nadie volvió a saber de ellas hasta más de un año después.
—¿De manera que Petro nunca supo de eso? —Le pregunté.
—¡De ninguna manera!, —me respondió. Tanto así que yo me reuní con Jaime Bateman en Unicentro como el 14 de enero siguiente, en medio de la persecución más berraca, y lo único que me dijo Jaime era que a mí ya me estaban buscando y que tenía que perderme, que no podía dejarme coger porque tenía mucha información y porque ya habían caído muchas de las armas y esas de Zipaquirá había que conservarlas a como diera lugar. Fue así como después de esa cita abandoné el país y estuve varios meses por fuera.
—¿Entonces nunca hubo caletas de la organización ni hubo armas en San Cayetano?
—Todo eso es mentira. Nunca hubo caletas de la organización ni nunca esas armas fueron a ningún San Cayetano. Esas armas fueron sacadas a finales de enero de 1980. Yo mismo rompí la placa de cemento y las saqué y las entregué directamente para enviarlas a Bogotá. Una parte de esas armas fueron las que se utilizaron en la toma de la Embajada de la República Dominicana en febrero de ese año.
Me quedé callado un rato. Estaba sorprendido, sin entender qué sentido puede tener inventarse ese sartal de mentiras tan pendejas.
—¿Ya te leíste el libro de Petro?, —le pregunté.
—No, aún no, —me respondió.
—Es que él allí narra varias cosas de su vida y su militancia en Zipaquirá que tú debes conocer.
—¿Como cuáles?
—Te voy a leer algunas. Allí habla de Andrés Almarales, de quien dice que admiró mucho y de quien aprendió su oratoria. En la página 54 dice: “De hecho, Almarales fue una de las figuras de la jefatura del M-19, que pude conocer personalmente. Él llegó a Zipaquirá porque se movía en el Movimiento Obrero Nacional. Había sido el gran fundador de Utrasan y Usitras en Santander. Era abogado laboralista, hijo de un obrero de las bananeras que había vivido la época de las masacres. Se movía muy bien dentro de los obreros de los astilleros y los puertos de Colombia, que lo querían muchísimo, y por esa vía había llegado al movimiento sindical de Zipaquirá. Y allí, en una reunión clandestina, le reuní varios dirigentes obreros en una noche. Recuerdo que él llegó con una pareja joven, muy elegante, y dictó una conferencia sobre el mundo obrero y los trabajadores por la democracia. A mí me encantó la figura de Almarales, porque era un caribeño que llegaba a Zipaquirá, de mí misma organización. Al poco tiempo lo cogieron también preso”.
—Carlos Alonso, eso es otra mentira. La última vez que Almarales visitó Zipaquirá fue quince días antes del paro cívico del 14 septiembre de 1977. Yo lo llevé. Para esa época Petro estaba lejos de entrar al M-19, es decir no lo vio ni en las curvas. En aquel entonces Almarales no estaba en la clandestinidad y andaba en la legalidad que aún le proporcionaba la Anapo. Esa vez dictó unos cursos de sindicalismo, totalmente legales, en la sede pública del sindicato, sin tener que esconderse de nadie. Fue en el 79 que tuvo que pasar a la clandestinidad por todo lo que se desató con el robo de las armas del Cantón Norte. Efectivamente, recuerda que él cayó preso con el grupo de Pizarro en septiembre de 1979 en Santander, un grupo grande entre quienes también cayó preso Ramiro Lucio.
—Claro que eso sí lo recuerdo.
—Es que Petro ha dicho muchas mentiras sobre su vida en Zipaquirá. Por ejemplo, lo que ha dicho de García Márquez. Lo he oído decir que los dos costeños importantes que estudiaron en el mismo colegio de Zipaquirá fueron él y García Márquez.
—Déjame te muestro que aquí en el libro hay algo sobre eso. En la página 37 dice: “Además de eso, el mejor estudiante del colegio había resultado comunista -hablando de él-, y esa fue la gota que colmó la copa para esas familias, que no querían que sus hijos se volvieran amigos con ese peladito inteligente de apellido Petro. Poco a poco me hice consciente de ese tipo de exclusión, pero nunca pasó de ser una anécdota para mí, pues al salir del colegio entré inmediatamente a la universidad. Pero antes de eso hubo un hecho que jamás nos perdonaron. Sabedores de que Gabriel García Márquez había estudiado en ese colegio, pero que los curas lo ocultaban, decidimos buscar el mosaico, ese retablo de fotos del último año, de García Márquez. Nos subimos al último piso, donde reposaban mosaicos llenos de polvo, tirados por doquier en el piso, y lo encontramos; Isidro Forero se quedó con la foto, tiempo después me dijo que la había entregado a una fundación. El colegio estaba ocultando la figura más destacada de sus estudiantes. Los curas nunca nos perdonaron la operación que hicimos de manera clandestina, con estudiantes campaneros que nos daban las “zonas” para que no nos descubrieran. Ese fue casi mi primer operativo. Un operativo cultural”.
—Hermano, no puedo creer que haya escrito eso. Todo es pura mentira. Fíjate que el colegio en que García Márquez estudió los cuatro años que estudió en Zipaquirá, por allá por los años 40, desapareció en los 50. Al final del gobierno de Rojas Pinilla, ese colegio lo convirtieron en un colegio femenino. De hecho, cuando yo era muchacho íbamos a la salida a vernos con las niñas. Mi primera novia fue de ese colegio. Unos años después, fue que llegaron los curas de La Salle y fundaron un nuevo colegio. Allí fue que estudió Petro. Ese no fue el colegio de García Márquez.
—No puedo creer lo que me dices, —le riposté. ¿Estás seguro?
—Cómo no si yo estudié en el mismo colegio de Petro, unos años antes que él. Yo me conozco la historia de mi colegio.
Otra vez esta columna se me fue muy larga y no alcancé a escribir sobre lo que Petro dice en el libro sobre mí.
Lo que sí es cierto es que esto parece ser algo más preocupante que unas simples mentiras anecdóticas.
Continuará…