Hace unos días vi una caricatura en la que unos cavernícolas le reclamaban airadamente a otro por haber inventado la rueda. Las invenciones y descubrimientos tienden a hacer eso; sacuden la sociedad ya que cambian sus órdenes pre-establecidos y tocan fibras económicas y morales. Hoy en día la velocidad a la que avanza el desarrollo científico es vertiginosa. Si en el pasado asimilar las innovaciones ha sido un proceso social lento, hoy estamos llegando a un punto en el que cada vez es más difícil que se tenga la capacidad de regular las nuevas tecnologías de manera oportuna. El panorama se complica aún más en el ámbito de la biotecnología con las nuevas herramientas de edición genética tales como el CRISPR, y otros cuyas aplicaciones funcionan en cualquier ser vivo, incluyendo los humanos. Un artículo del Washington Post de la semana pasada plantea una serie de preguntas que la sociedad debe hacerse antes de que la ingeniería genética en humanos se convierta en algo convencional, y parte del hecho de que en este momento hay unos 2.000 ensayos de terapias de este tipo en el mundo presionando para poder ser aprovechadas. Buena parte de las terapias que se plantean hoy en día buscan curar enfermedades en embriones humanos. Y en esto surgen preguntas como la falta de consentimiento previo del “paciente”, o por qué no evitarle a alguien que va a iniciar su vida enfermedades terribles, y cómo se podrían alterar los patrones evolutivos de la población humana a futuro al resolverle genéticamente problemas a individuos particulares. También hay terapias que buscan disminuir la pérdida cognitiva en adultos mayores, pero que, utilizada en individuos jóvenes, podrían crear poblaciones con ciertas habilidades superiores en cuestión de meses y no de generaciones. En esto hay riesgos de profundizar las inequidades, a menos de que se trate de tecnologías que solucionen los problemas de salud que afectan a los más pobres y limitan su movilidad social. Un gran riesgo frente al uso de este nuevo conocimiento es que se regule en términos de que cada categoría tecnológica se defina como buena o mala, aceptable o prohibida, y no se aborden más los debates en términos de aquellas aplicaciones donde los beneficios para la sociedad sean más obvios y los riesgos (que siempre los hay) sean mínimos. Los más “sencillos” cultivos transgénicos se tienden a regular como aceptables o no sin importar las aplicaciones particulares, sus beneficios y sus riesgos. Probablemente sea más fácil regular una terapia genética que resuelva el dolor de cabeza que una muy compleja que exija varios ajustes en nuestro genoma y no decir simplemente sí o no a la ingeniería genética en humanos. A lo mejor en este punto se preguntará si todo esto que está sucediendo va a llevar a diseñar el humano perfecto. Por un lado seguramente estos desarrollos sí van a mejorar muchos elementos de la calidad de vida de nuestra población, pero también es cierto que solo somos viables y resilientes a largo plazo en función de nuestra maravillosa diversidad, que hay que proteger a toda costa. El debate apenas comienza. En agricultura probablemente las nuevas tecnologías que introduzcan mejoras a plantas y animales sin tener que acudir a genes de otras especies, faciliten la aceptación de las mismas frente a los transgénicos. Ya veremos. Juan Lucas Restrepo Director Ejecutivo Corpoica @jlucasrestrepo * Publicado originalmente en Portafolio el jueves 3 de marzo de 2016.
El humano perfecto
Por Juan Lucas Restrepo - 07 de Marzo 2016
Hace unos días vi una caricatura en la que unos cavernícolas le reclamaban airadamente a otro por haber inventado la rueda. Las invenciones y descubrimientos tienden a hacer eso; sacuden la sociedad ya que cambian sus órdenes pre-establecidos y tocan fibras económicas y morales.