Eso genera naturalmente gran preocupación. Por una parte, por el mayor riesgo al que será sometido el capital acumulado en 22 años de miles de ganaderos para conseguir y mantener un estatus sanitario de país libre de aftosa con vacunación –cerca de un billón de pesos-; y por otra, por la destrucción de una institucionalidad que les generó credibilidad, oportunidades de crecimiento y seguridad en momentos críticos, para hoy versen expelidos a un ocaso en un escenario digno de Collodi.
De ese paso dado por el Gobierno surgen muchos interrogantes, pero hay 2 que adquieren gran relevancia. ¿Si bajo la tutela de estas entidades ocurre un desafortunado incidente relacionado con la pérdida de la certificación de país libre sin vacunación, quién le pagará al país y a los ganaderos las pérdidas que se generen? ¿El Ministerio de Agricultura, la fiduciaria contratada o el Gobierno nacional?, o simplemente pasará, como todos los descalabros nacionales, como un evento mediático que es borrado a los pocos días por otra trágica noticia.
¿Ha valorado el Gobierno la pérdida de credibilidad, no solo la de él mismo sino la de la institucionalidad del FNG?
Los cambios de posición del Gobierno y la descalificación que hace a quien no esté de acuerdo con sus determinaciones, fortalece polarizaciones y destruye riqueza. Produce realmente pena ajena el “un día que sí y al otro día que no”. El efecto que ello genera en el caso del FNG no es despreciable, y muy seguramente el recaudo de las cuotas parafiscales se reducirá. Es la reacción natural que tendría cualquier contribuyente frente al limbo institucional que esa toma del Fondo dejó.
A este respecto cabe como anillo al dedo lo expresado por el presidente Obama en el discurso sobre el Estado de la Unión ante su Congreso.
Señala Obama, al referirse al futuro que queremos (oportunidad y seguridad para nuestras familias, un nivel de vida cada vez mayor y un planeta sustentable y en paz para nuestros hijos), que solo ocurrirá si trabajamos juntos, si podemos mantener debates racionales y constructivos, si arreglamos nuestra política. Señala que “Una política mejor no significa que tengamos que estar de acuerdo en todo” y recalca sobre el significado de la libertad y los imperativos de la seguridad.
“Pero la democracia sí necesita unos lazos básicos de confianza entre sus ciudadanos. No funciona si creemos que la gente que no está de acuerdo con nosotros está motivada por la malicia, o que nuestros oponentes políticos son antipatriotas. La democracia deja de funcionar si no estamos dispuestos a llegar a un compromiso; o incluso cuando se debatan hechos básicos escuchamos solo a quienes están de acuerdo con nosotros. Nuestra vida pública se marchita cuando solo reciben atención las opiniones más extremas. Ante todo, la democracia deja de funcionar cuando las personas sienten que sus opiniones no son importantes; que el sistema está amañado a favor de los ricos y poderosos o de algún interés específico”.
No hay que llamarnos a engaños. La democracia se nos está marchitando. No será posible soportarla a garrotazos ni a punta de prensa. El golpe dado a los ganaderos es parte de ese marchitamiento.