Claro, una vez en el partidor por un nuevo mandato, todo vale.
Desde encumbrar los escasos avances del proceso de paz y usar este anhelo para ganar réditos políticos, hasta obviar la crisis rural e industrial y los cotidianos problemas de inseguridad e inconformismo en todas las regiones. O, incluso, ignorar el peligroso vecindario latinoamericano, de regímenes extremistas y antidemocráticos. Todo, al parecer, a espaldas de un presidente que gobierna con un centralismo asfixiante. (Columna: De elecciones y reelecciones)
En materia de Política Exterior la cosa es peor. Nos convertimos en observadores de la reconfiguración geopolítica y la penetración militar de China, Rusia e Irán en Latinoamérica. Así, el “candidato-presidente” omitió decir que su administración ha permanecido imperturbable ante el recalentamiento belicista en la región, al amparo de una izquierda radical bien articulada en el continente.
Preocupa su falta de contundencia para pedir explicaciones por el sobrevuelo ilegal de aviones de guerra rusos en la ruta Nicaragua-Venezuela o sobre las armas cubanas fletadas en un buque norcoreano con destino a la frontera ecuatoriana. Para no ahondar en la vergonzosa “diplomacia sumisa” con el régimen bolivariano, que oculta sus vínculos con narcoterroristas. Y, ahora, con el Gobierno de Ortega, al punto de dejar en el limbo el lesivo fallo de la Corte de la Haya en el diferendo limítrofe. (Lea: Las Farc creen que juegan ajedrez)
Claro, no fueron las únicas omisiones. En el frente socio-económico el “candidato-presidente” eludió los malestares que propiciaron los paros en el sector rural, que de hecho no están conjurados. Así como sus promesas de campaña sobre esquemas de salud y educación que no llegaron. La “prosperidad para todos” fue un privilegio de algunos pudientes sectores urbanos orientados a la especulación.
Hoy la producción industrial cae aparatosamente y el sector agropecuario respira incertidumbre, con más de 47% de sus habitantes en condición de pobreza. El desempleo, la mayor preocupación de los ciudadanos de a pie, se oculta en las cifras de formalización más que en la creación real de puestos. La falta de gestión frente a los TLC, el desestímulo a la inversión, el precario manejo de la ola invernal y la deficiente ejecución presupuestal, son otras perlas de la falta de gerencia y buen gobierno.
Pero, como quien barre la basura bajo el tapete, el Gobierno prefirió elogiar el tema más rentable políticamente, que marcará la carrera por la Casa de Nariño: la paz. Aunque intentó vender la idea sobre los “avances” en los dos primeros puntos de la agenda, él sabe que la verdad es otra. No hay acuerdos, solo documentos inacabados y ambiguos. Es más, lo que resta por negociar pone al Gobierno y a los narcoterroristas, frente a las obligaciones de los tratados internacionales y ante encrucijadas jurídicas y éticas, de las que dependerán los tiempos y la paciencia de los colombianos. (Columna: Paliativos para un delito mayor)
En el estrecho timing político hasta mayo de 2014, los colombianos no le perdonarán al “candidato-presidente”, ser rehén de La Habana para enfrentar las urnas. Una realidad que llevó al país a perder el rumbo de la seguridad y a fallas institucionales que hicieron inoperantes tantas y tan urgentes decisiones del Gobierno. En el semestre que resta para las elecciones, tendrá que gobernar señor presidente, para los colombianos y no para los acuerdos con la guerrilla. Con una premisa: la “mermelada” no será suficiente acicate para aceitar la burocracia y las maquinarias electorales. Tendrá que cambiar la percepción de la opinión sobre su falta para honrar las promesas de campañas, cuya máxima demostración es la misma negociación con las Farc.