El buen comportamiento que ha mantenido la economía colombiana frente al espectro sombrío de la crisis económica global ha dejado como resultado que nuestra moneda se aprecie con respecto a aquellas del primer mundo.
Este fenómeno es una espada de doble filo: al principio un consumo de bienes importados es favorecido y el acceso a tecnologías de avanzada es fácil. Este panorama simultáneamente viene con el perjuicio a los renglones productivos nacionales que destinan su producción a la exportación, puesto que nuestros productos se encarecen en otros países con la fortaleza del peso.
La gravedad de la situación se acentúa frente a la facilidad implícita de importación que traen los Tratados de Libre Comercio que nuestro país ha firmado. Para ejemplificar sus efectos adversos tomemos como ejemplo a las importaciones disparadas de leche en polvo provenientes de Argentina, Uruguay o Chile, que se vuelven muy perjudiciales para el negocio lechero por una doble condición: mantenemos un trato preferencial con estos países muy fuertes en la industria lechera y la situación cambiaria favorece claramente al producto lácteo extranjero.
Lo anteriormente mencionado afecta al pequeño productor primario, a la familia recolectora minifundista que cada vez tiene más complicado el panorama al no poder competir con leche de tan bajo costo. Familias enteras están en una posición vulnerable ante estas importaciones y su actividad productora está en entredicho por no tener en cuenta estos efectos del comercio.
Dejando de lado este caso particular, existe entonces una relación evidente que mantiene la política cambiaria con la competitividad exportadora y el comercio mundial, con consecuencias inmediatas a los sectores productivos nacionales. Sin embargo esta relación no está incluida dentro de la normativa que regula y promueve un comercio internacional justo y “libre” desde su institución máxima a nivel internacional: la Organización Mundial del Comercio, OMC. (Lea: Restrepo pide compra de dólares más ‘agresiva’ para detener la revaluación)
La apreciación o depreciación de una moneda hace a la actividad exportadora de un país más o menos competitiva dependiendo de varios factores, entre ellos la coyuntura cambiaria o el efecto de modelos de política económica de los países, volcados generalmente a las exportaciones.
Si el sistema regulatorio del comercio mundial no tiene en cuenta dichos efectos dentro del comercio “justo”, queda entonces en las políticas públicas nacionales hacer frente a los embates cambiarios, específicamente a la debilidad del dólar frente al peso y sus efectos en el sector exportador. (Lea: Gobierno busca frenar la entrada masiva de leche en polvo al país)
Esta política pública debe posibilitar la competitividad. Para hacerlo debe ser integral: debe totalizar y mantener entre muchos aspectos, una
regulación del comercio internacional, con un componente cambiario que haga que el dólar se mantenga en niveles óptimos para que exportar sea rentable, pero además debe mantener una política fiscal impulsadora de la actividad exportadora en términos de impuestos, exenciones o incentivos tributarios.
Algo que está en contravía directa a este empeño en sacar adelante las exportaciones es la nueva tarifa impuesta a los frigoríficos de exportación, que persiguiendo la sanidad e inocuidad en los procesos, sobrecarga los costos de producción de las empresas y termina por disminuir la competitividad en precios. Ya tenemos efectos adversos desde el renglón internacional, no podemos permitir que nuestro panorama económico interno nos dificulte más nuestra vocación exportadora. (Lea: Cifras de Santos sobre exportaciones de leche: ¿alejadas de la realidad?)
No queremos ser más víctimas de los efectos de un comercio mundial imperfecto que dejó de ser dolarizado y ahora sufrimos por su carácter *dolorizado.* La política pública nacional del comercio internacional debe tener en cuenta estos y muchos otros detalles: debe responder a la falta una estrategia-país exportadora que desde el sector agropecuario y nuestro gremio necesitamos traer al debate.