La gente no necesita que le cuenten cómo es el país en el que vive, sufre y espera. Lo sabe demasiado bien, con el saber insuperable de las vivencias.
Aprobada la palabreja por la Real Academia, el viejo proyectil de madera de origen australiano se convirtió en el “acto hostil que se vuelve contra el que lo hace”, como lo define Seco en su Diccionario del Español Actual. Pues Santos, es decir, el prócer venezolano JJRendón, se inventó las encuestas como la forma más eficaz de golpear a sus adversarios y ahora no sabe que hacer, porque las encuestas doblaron el curso y se le vinieron encima. (Columna: Santos en su laberinto)
Que tiene Santos encuestadores de cabecera, hasta el más inocente lo sabe; que las encuestas impresionan, es regla universalmente conocida; y que las encuestas se pueden preparar a gusto del consumidor, es cosa que por sabida a veces se calla. Pues empezaron a funcionar las encuestas como arma letal, para demostrar que el presidente ganaría las elecciones y que nadie se mostraba capaz de estorbar ese designio. Los demás no despegaban, según las encuestas y lo repetían los caricaturistas, para impulsar las encuestas.
Con el correr de los días, hasta los encuestadores de cabecera descubrieron dos cosas: que Santos se estancaba definitivamente, y que en ningún caso podría ganar en la primera vuelta. El estancamiento venía de la mano de otra cifra, tan pertinaz como peligrosa, a saber, que la oposición de los encuestados a la reelección presidencial llegaba de la mala imagen del presidente y del rechazo visceral de los colombianos a la impunidad de los bandidos de las Farc y a la idea de traerlos al Congreso sin la molestia de sacar votos en las elecciones, banderas mayores y únicas de Santos.
Siguieron lloviendo encuestas, hasta las del origen que sabemos, y las cosas empeoraron. El bumerán se devolvió, implacablemente. Se hicieron todos los esfuerzos, se usaron todos los recursos, especialmente los ilícitos e indecentes que son los que a Rendón fascinan, y se desplegaron todas las formas conocidas de la comunicación, y todas las argucias del convencimiento. En vano y peor. Nada que hacer. Hasta que a don Felipe López, descompuesto y confuso, se le ocurrió los que dicen siempre los derrotados en las encuestas: que el que se equivoca es el encuestado. La realidad anda torcida, la realidad es descomedida e injusta.
La tesis de “Semana” es que resulta inaudito que andando tan bien el país camine tan mal la reelección. Nuevo error que dicta el despecho y comete la desesperación. Porque los encuestados no creen en el país de fantasía que monta el Gobierno. El país verdadero es el que cada uno vive, sin necesidad de que se lo cuenten. Y ahí radica la tragedia de esa derrotada campaña.
No hay colombiano que ignore la inseguridad que lo rodea. Desde el más importante petrolero, que se sabe acosado de terroristas por todas partes,
hasta el más humilde campesino o el más elemental habitante de ciudad, que se ve rodeado de extorsionistas, asesinos, reclutadores de sus hijos, sembradores de bombas. (Columna: Presidente, ¿y sus promesas?)
No hay colombiano que no se sienta aterrado por la forma como lo tratarán en el hospital, cuando tenga la mala fortuna de enfermar. No hay colombiano que le crea a las cifras del doctor Perfetti sobre empleo. No hay colombiano que piense en que un juez le resolverá su conflicto o le atenderá el más justo reclamo por sus derechos.
No hay colombiano que quiera a su país parecido a Venezuela. Luego no hay colombiano que vea impasible la receta chavista de Santos. No es asunto de complejos conceptos. Es que a nadie le gusta que le rompan la crisma si protesta en un país donde no hay una botella de leche para los niños.
No hay colombiano que admire a Santos y que lo crea buen presidente. Como a ninguno le parece que sea bailador de salsa o saltador de lazo. En todo se raja. Lo dice el bumerán que se le vino encima y nadie ataja. El bumerán de las encuestas.