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Dos operetas

Por José Félix Lafaurie Rivera - 12 de Febrero 2021

La opereta, un género menor de la ópera, es también sinónimo de lo absurdo o lo “tragicómico”, una característica de nuestra realidad. Hoy, en medio de las tragedias de la pandemia y la violencia, el país asiste pasivo a dos de ellas.

La opereta del ELN no es de ahora. Los “violentólogos” caracterizan esta banda de delincuentes, como “doctrinaria” porque su ideología, marcada por el cura Torres y los españoles Pérez y Laín, es una mescolanza de marxismo–leninismo y teología de la liberación. La tal dispersión de su estructura, otro lugar común, es más una narrativa con la que han engañado a los gobiernos desde Belisario. Mientras unos son terroristas, narcotraficantes y apoyan a Maduro, otros hablan de paz, culpan al gobierno y movilizan a su favor la opinión nacional e internacional.

Otros actos de la opereta: una carta de alta seguridad filtrada a los medios como confesión de su falta de unidad; una alerta del embajador cubano sobre un grave atentado del que sus huéspedes del COCE, supuestamente, nada saben –pobrecitos, están divididos–, y para completar, aparecen financiando en Ecuador al candidato del Socialismo Bolivariano, que ya recuperó a Bolivia y ahora vuelve por Ecuador.

¿Qué se traen los elenos? Ablandar al gobierno para poder regresar a la selva, cerquita de Venezuela, donde tienen sucursal, para seguir delinquiendo, llevándole coca a Maduro para consolidar el SB del Siglo XXI y, mientras tanto…, seguir negociando. 

La opereta de las Farc no es diferente. Tres años sin reconocer nada, sin devolver nada y sin reparar nada, mientras unos se salieron a fundar la Nueva Marquetalia, a cuidar sus negocios ilícitos, también con sucursal venezolana, y seguir incendiando de violencia al país; y otros –“los comunes”– se quedaron en el Congreso, descarados incumplidores atacando a un Gobierno que no ha hecho sino cumplir lo que se le puede cumplir al Acuerdo del Nobel.

Actos siguientes: de pronto, empiezan a cantar, por donde nadie esperaba. Se adjudican el asesinato de Álvaro Gómez y otros magnicidios, y días después son imputados por la JEP por “crímenes de guerra”, aunque sin consecuencias –se sabía–, pues ni a renunciar a sus curules se ven obligados. ¡Criminales de guerra haciéndonos las leyes!

Otro buen día, con una emotividad que nunca tuvo cuando ordenaba asesinar y secuestrar, Timochenko le escribe a su socio y, casi con lágrimas en las letras, le ruega a Santos reunirse con Duque para salvar el Acuerdo. Dos días después, reconoce ante la JEP que planearon atentar contra Santos, quien le responde con una carta llena de mezquindades.

Empieza declarándose “conmovido” con Timo y le ayuda a calmar su conciencia afirmando que no le parece “antiético” asesinar a un presidente. ¡Vaya! Desconociendo las afugias de la pandemia y su pecado frente al narcotráfico, se despacha contra Duque y, con el apoyo de Vivanco y el senador Leahy, izquierdista gringo disfrazado de demócrata, lo culpa de todos los males heredados, acusándolo de falta de liderazgo, de incumplir el Acuerdo y… de ignorarlo en sus esfuerzos de paz ¡Pobrecito!

¿Qué se trae? Desacreditar al gobierno y montar a la centro-izquierda, que ya se tomó la foto, en la campaña electoral con De la Calle y Cristo mostrando ganas, para gobernar cuatro años en cuerpo ajeno y terminarles el mandado a “los comunes”, mientras anda por el mundo defendiendo ¡la legalización de la droga!

Es la opereta al lado de la tragedia, con Buenaventura sufriendo su desventura, como Tumaco, Chocó, Cauca, Nariño, Catatumbo y el país infestado de narcotráfico y violencia que nos dejó el adalid de la paz.

@jflafaurie