En Colombia sobra política y falta gobierno. Nada es más triste que hacerse ilusiones y luego tener que enfrentar la decepción. Juan Manuel Santos hizo una larga parte de su carrera política hablando del “buen gobierno”. Creó una fundación donde se estudiaban esos casos exitosos y se analizaban las características de los gobiernos que encarnaban esa buena capacidad de administrar lo público.
Muchos creímos en su compromiso y lo apoyamos con entusiasmo. Porque somos muchos los que creemos que en Colombia sobra política y falta gobierno. La mayoría de nuestros problemas pueden ser resueltos si, a todos los niveles de la administración, ponemos personas que gobiernen bien. Con buenos gobernantes las cosas mejoran y el ciudadano vuelve a creer en el Estado. Ya sabemos cuán grande fue la decepción de los que creíamos en Santos el buen gobernante. Ha sido una inmensa decepción pues ha utilizado el poder para perseguir a quienes no piensan como él. Se ha dedicado a utilizar los medios, que se han prestado para ello, para tapar sus inmensas falencias. Ha tolerado y favorecido la corrupción en escalas que este país no conocía, desde Reficar, Isagen hasta los torrentes de mermelada repartida para comprar apoyos políticos. Pero tal vez lo más triste es que su egolatría lo ha llevado al extremo de poner el riesgo la democracia. Embarcado en una negociación de paz que no terminaba, accedió a todo tipo de concesiones absurdas que ponían en riesgo el futuro de nuestro país. Sigue convencido que es “el mejor acuerdo posible” como lo catalogaron pomposamente. Confiado desde su inmenso ego en el resultado del plebiscito, se anticipó a firmar el acuerdo en un show internacional. Una semana más tarde recibía su peor derrota electoral cuando los colombianos rechazaron el acuerdo que era el logro de su mandato. Pero lo más triste es que ha decidido desconocer la voz del pueblo. Habla mal de la oposición en el extranjero y quiere que los cambios aportados al acuerdo sean mínimos para imponer su visión por encima de la de los ciudadanos. Mientras tanto el país está en un desbarajuste inmenso, con una crisis fiscal que obliga a una dura reforma tributaria, la justicia en ruinas, sin ministro de educación desde hace un mes, con una peligrosa polarización de la opinión pública y sin derrotero nacional. Del buen gobierno ya ni siquiera se habla porque lo único que se percibe es el desgobierno. Kienyke.com, 8 de noviembre de 2016.