Me explico: antes que todo, no estoy defendiendo a la Merlano, pues se trata de una delincuente condenada de la peor condición. Los que la conocen dicen que es “el diablo encuero”. Por lo visto, terminó enredada, al mejor estilo de Al Capone, por algunos de sus crímenes menos complicados, desde el punto de vista penal: concierto para delinquir agravado, corrupción al sufragante y tenencia ilegal de armas. La cuantía de la pena: 15 años.
Y digo que le fue bien porque, si hubiese justicia verdadera en este país, esa señora debería estar condenada a 60 años, y ella sabrá por qué lo digo: en el mundo del derecho penal es poco lo que pasa desapercibido. En todo caso, no deja de ser “exótico” que la única política de cierto nivel castigada por el tipo penal que protege el voto libre en Colombia sea precisamente doña Aída. Para nadie es un secreto, menos para las autoridades, que la compra de votos es un mal endémico de la política criolla; pero, claro, necesitaban un chivo expiatorio para lavar las culpas de una clase política históricamente corrupta y deshonesta, y ahí estaba la Merlano a la mano.
Contra Jesús Santrich pesaba una orden de extradición, por el delito de conspiración para importar cocaína a los Estados Unidos. Ese bandido estaba (por lo menos en apariencia) en un proceso de paz, y, en consecuencia, al salir corriendo como la rata que es, no solo defraudó un mecanismo de cooperación internacional, sino que, además, se burló de la buena fe de un Estado que mal que bien seguía implementando un acuerdo, que a todas luces es una farsa.
A Santrich ya le habían indultado y perdonado todos sus abominables crímenes de guerra. Para acabar de completar el horror, estaba en posesión de una curul en el Congreso al momento de poner los pies en polvorosa.
Lo más complejo es esto: el hecho de que Santrich se diera a la fuga significaba, de suyo, que volvería al monte a hacer lo que más le gusta: matar y traquetear. Esto quiere decir que el deber de cuidado frente a este sujeto era superior. Mientras que Aída Merlano estaba liquidada con la condena impuesta por la Corte Suprema, pues no volvería jamás a la arena política, Santrich era potencialmente mucho más nocivo y peligroso para la sociedad, estando por fuera del establecimiento.
En otras palabras: la Merlano tratará de pasar inadvertida el resto de sus días, mientras Santrich se hará notar, y nada mejor para ese propósito que la sevicia y el sadismo propio de los métodos ya conocidos de ese sujeto. Por eso, era absolutamente necesario tenerlo a buen recaudo.
Ya quisiera yo que los mamertos, encabezados por Iván Cepeda, Aída Abella, y otros políticos de igual calaña, reconocidos periodistas de izquierda (que se han regodeado y revolcado de lujuria con el caso Merlano), seudo-opinadores y ciertas hierbas del pantano de ese lado del espectro ideológico se hubiesen rasgado las vestiduras con la volada de Santrich, con la misma beligerancia que ahora piden justicia implacable para Aída Merlano. O que armaran la misma alharaca con Gina Parody y Cecilia Álvarez, que están escondidas en New York, disfrutando de los “honorarios” mal habidos de la carretera Ocaña-Gamarra, y, ¿por qué no?, que hicieran lo propio ante el latrocinio monumental cometido por el tartufo Santos que dejó quebradas las finanzas públicas porque se robó hasta el oxígeno.
Contrario a lo que indican la lógica y la sana crítica, le echan la culpa al presidente Uribe por la fuga del “cieguito inocente”. ¡Sean serios, carajo! La impresentable de Aída Abella, bastante menos agraciada que Aída Merlano, tuvo el descaro de decir en un programa de radio que Santrich no se fugó, porque no estaba detenido. En fin, la mamertería es a la razón lo que el dolor a la alegría.
Si en la fuga de Merlano hubo cómplices, en la de Santrich no se quedaron atrás. El país en pleno fue testigo de excepción del entramado que se armó para que el narcoterrorista se saliera con la suya. Entonces, deberían aplicar el mismo rasero para unos y otros; de eso se trata la justicia. Pero nada que hacer: la mermelada sigue haciendo de las suyas y es la hora que todavía hipoteca conciencias y compra silencios.
Si hay que liquidar el Inpec por la “novela” de Merlano, es necesario cerrar también la JEP, la corte Suprema y el Consejo de Estado, por la liberación de Santrich.
Si quieren aplicarle el “diente por diente” a la “intrépida” Merlano, que también le impongan el “ojo por ojo” al “visionario” Santrich.
La ñapa I: Ya que andan capturando a los hijos de los bandidos, ¿por qué no le caminan a Martin Santos? Ese sí sabe cómo se utilizó la Fundación Buen Gobierno para lavar la plata de Odebrecht y de otros torcidos.
La ñapa II: El que Carlos Galán lidere las encuestas para la alcaldía de Bogotá es un disparate digno del teatro del absurdo.
La ñapa III: Anthony Zambrano, subcampeón mundial de la prueba de 400 metros planos, en el mundial de atletismo. ¡Tremenda hazaña!
Abelardo De La Espriella: Es Abogado, Doctor Honoris Causa en Derecho, Máster en Derecho, Especialista en Derecho Penal y Especialista en Derecho Administrativo. En 2002 fundó la firma, DE LA ESPRIELLA Lawyers Enterprise Consultorías y Servicios Legales Especializados, de la que es su Director General. Es árbitro de la lista A de la Cámara de Comercio de Bogotá. Ha sido apoderado de los procesos jurídicos más importante de la última década. abdelaespriella@lawyersenterprise.com