Cuando se iniciaba la campaña presidencial de 1986 un editorial de El Tiempo registró, con respeto y consideración, la candidatura de Álvaro Gómez Hurtado. Llamé al co-Director, Enrique Santos Calderón, para agradecerle su gallardía. Me respondió: “tenemos que alejar para siempre el fantasma del sectarismo”. Ese es un propósito que no debemos descuidar.
El sectarismo, el fanatismo, la intolerancia, son males recurrentes en el devenir de las naciones latinoamericanas que socaban sus columnas esenciales y cuando se desbocan conducen a la intransigencia colectiva.
Es deber de los gobernantes dar ejemplo con su comportamiento. Están ellos en la mira de la ciudadanía y su conducta tiende a ser seguida irreflexivamente por las masas.
En Colombia se han deteriorado, entre otras causas, por la reelección presidencial, la mesura y la imparcialidad de nuestros mandatarios. Consideran que la disputa política es patente que les permite olvidarse de sus obligaciones como Jefes del Estado. La “elegancia juris” ha perdido vigencia. Y se ha resquebrajado el régimen democrático. (Lea: Buscan evitar impunidad en crimen de Gómez Hurtado)
Las recientes expresiones del señor Presidente de la República, señalando a sus contradictores de “buitres” y de “señores del miedo y de la muerte”, deben ser recogidas con humildad de demócrata. La natural refriega por el primer puesto de la nación y los duros ataques de los contendores no deberían alterar a Juan Manuel Santos, quien ha sido siempre un hombre decente.
Él es Presidente de todos los colombianos, con las altas obligaciones que tamaña investidura implica. Su clarísimo derecho a jugarse por otro mandato de cuatro años, debe ser ejercido limpiamente, con comportamientos nobles y proceros.
Por otra parte, cuando los gobernantes pretenden desconocer las instancias superiores que los vigilan; cuando recurren a sofismas jurídicos para no rendir cuentas; cuando la egolatría los induce a postular: “yo o la subversión”; cuando intentan evitar el pronunciamiento popular que califique su mandato, entonces, Alcalde Gustavo Petro, está apareciendo el gen nada oculto de la autocracia.
EL sistema democrático, a cuyo alero se ha acogido usted con lealtad, inteligencia y éxito, a la par que concede libertades y garantías para el ejercicio de la política, da esas mismas garantías y concede las mismas libertades, tanto al pueblo como a los funcionarios, para que ejerzan plenamente control sobre los elegidos en las urnas. Las instituciones son para respetarlas, no para cabalgar en ellas.
Finalmente, en la senda del editorial inicialmente mencionado, procede afirmar que la libertad no debiera usarse para la intolerancia. (Lea: "La paz no se alcanzará firmando el fin del conflicto": Lafaurie)
La autorregulación evitaría la obcecación que ha conducido a una preocupante dosis diaria de fanatismo. La filosofía de la izquierda liberal se ha trocado en simple ideologismo altanero, con el cual niegan todas las ideas contrarias. Los Volterianos ya no recuerdan al Voltaire que exclamó: “no comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”.