A lo largo de la historia, el estudio científico-forense de las conductas criminales ha demostrado hasta la saciedad que una persona que se encuentra bajo una presión o angustia incontenible, producto de una ambición sin límites, es muy probable que en un momento determinado incurra en la comisión de toda suerte de delitos. El agudo desespero y la ansiedad pueden incluso provocar, en quien los padece, sentimientos suicidas que lo llevan a pensar en autodestruirse.
Cuando la razón se nubla por el deseo de la ambición, el ser humano suele cometer las más terribles y abominables equivocaciones. La frontera entre lo apropiado y lo incorrecto, entre lo que se ajusta a derecho y lo ilegal, entre lo ético y lo inmoral, desaparecen para extender sus límites y ajustarlos a la medida del querer de quien persigue un fin determinado, sin importar los medios que utilice para llegar a él.
En la campaña de Juan Manuel Santos, él y muchos de sus colaboradores, patrocinadores y políticos que lo apoyan, están a punto de cruzar la delgada línea que divide la actividad proselitista del Código Penal. Ya empezaron a repartir plata para comprar votos. En el departamento de Sucre, por ejemplo, están negociándolos por familias: censan las casas y, dependiendo del número de miembros, la tarifa se gradúa. Como quien dice: “El combo completo”.
Pero no están satisfechos con corromper a los electores de la Costa, aprovechándose de la miseria que no han sabido erradicar: ya se sabe de varios ministros sin escrúpulos que han llamado a gobernadores y alcaldes de todas las regiones del país, para presionarlos a votar por el presidente, so pena de reducir presupuestos y no girar partidas. Como si lo anterior fuera poco, el Gobierno de Santos promueve la salida de sus mismos funcionarios que dejan tiradas importantes responsabilidades para irse a “politiquear” a favor de su jefe. Para completar el retorcido panorama, las Farc, en las zonas bajo su control, están obligando a la gente a votar por Santos.
La desesperación es tan grande que no solo han aprovechado el infinito poder del Estado en beneficio propio, de la manera más burda y grotesca, feriando puestos, contratos y cuadrando a todos con billete, sino que, además, han recurrido a personajes de ingrata recordación en el país, para defender unas banderas teñidas de ineptitud y mentiras. Son tan torpes y desconectados de la realidad que no comprenden que a Samper, Gaviria, Gina Parody, Roy Barreras, Juan Mesa y otros de su especie nos los quiere nadie.
Un recorderis para los políticos y empleados públicos que apoyan a Santos: en el accidentado trámite de la Reforma a la Justicia, el presidente les pidió
a los congresistas que impulsaran la mentada propuesta. Cuando la sociedad en pleno y los medios de comunicación se percataron de que la tal reforma era un parapeto, producto de un arreglo entre Santos y las Altas Cortes que solo beneficiaba a unos cuantos, Santos dio un paso al costado, se lavó las manos como Pilato y, sin sonrojarse, acusó a los parlamentarios del estropicio, a sabiendas de que la reforma era de su propia cosecha. Moraleja: todos aquellos que piensan violar la ley para favorecer la elección de Santos deben tener claro que, cuando se sepa toda la verdad, el presidente los lanzará a los lobos para que los devoren.
La derrota de Santos no la ataja nadie (ni siquiera las sistemáticas violaciones a la ley). Siguen buscando el muerto río arriba: el problema no es la publicidad, la estrategia, ni siquiera los políticos que lo rodean. La tragedia de la campaña de Santos es él mismo, pues se trata de un mal producto, difícil de vender, porque, simple y llanamente, todos tenemos en nuestras vidas un Juan Manuel Santos que nos recuerda la bajeza de la traición.
Como diría Mockus, a quien ya le dieron su buena dosis de “mermelada”: No todo vale, presidente Santos.
La ñapa: se fue uno de los más grandes artistas de la fotografía contemporánea: Samuel Tcherassi, maestro de maestros, ser humano excepcional. Todo mi cariño y solidaridad para sus padres Alfredo y Rosita, para su esposa, hijos y hermanos.