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David contra Goliat

Por Oscar Cubillos Pedraza - 05 de Junio 2024


La ganadería tiene muchos malquerientes, no solo en Colombia, sino en general en el mundo. De hecho, las falsas narrativas que se han creado para acusarla de lo que no es, no son espontaneas; al contrario, son estrategias mediáticas, políticas y de poder, sistemáticas, definidas y financiadas con grandes chequeras corporativas.

Lo primero es que a la ganadería se le ha acusado de ser el mayor generador de Gases Efectos Invernadero – GEI; cuando en realidad lo que ha contribuido más a este tipo de emisiones es el mismo crecimiento de la población humana y específicamente sus nuevos hábitos de consumo.

El Banco Mundial dice que en 1961 el número de habitantes del planeta era de 3.072 millones y en 2023 llegó a 8.045 millones —un crecimiento de 162%—. En el mismo horizonte, y de acuerdo con las cifras de la FAO, en 1961 el mundo contaba con 957 millones de bovinos y en 2023 la cifra alcanzó 1.613 millones de cabezas, es decir un crecimiento de 69% en 62 años.

Evidentemente la población humana es la que más presión ha colocado al uso de la tierra, y ha demandado más agua y recursos, además de haber aumentado el uso de plásticos, automóviles, aviones, explotado las modas en todas sus expresiones y, en general, incrementado la huella de carbono. Claro, tampoco pueden desconocerse las emisiones de metano de los bovinos, pero menos debe olvidarse el esfuerzo y la transformación de implementar prácticas sostenibles como los sistemas silvopastoriles y agroforestales con el ánimo de articular eficientemente la producción agropecuaria, la seguridad alimentaria y el cuidado del medio ambiente.

Pero precisamente con mayor eficiencia de una ganadería sostenible, más incómodo resulta el sector frente a los intereses de otras grandes industrias mundiales, empezando por las de “alimentos” procesados y azucarados. Existe una notable diferencia entre alimentarse más natural, con carnes, lácteos, frutas y verduras, frente a hacerlo con sus productos llenos de aditivos, conservantes, estabilizantes, emulsionantes, disolventes, aglutinantes, aumentadores de volumen, edulcorantes, con resaltadores sensoriales, sabores y colores, y además azúcar; sustancias y químicos encargados de generar más hambre y menor saciedad; a diferencia de las carnes y productos naturales.

Claro, en la medida en que puedan comerse más carnes, especialmente rojas, las mejoras en la salud serán más notables. Por ejemplo, el promedio de consumo de carne de res en Argentina, por habitante es de 55kg al año y su esperanza de vida en 2023 fue de 78 años: evidentemente comer carne no fue malo. Lo mismo ocurre en Uruguay en donde al año un habitante come 48 kilos de carne de bovino y 94 kilos de todas las carnes, y su esperanza de vida es cercana a los 80 años.

De allí que a muchas industrias farmacéuticas no les interese precisamente que las personas se encuentren lo más sanas posibles, pues requerirán menos medicamentos afectando su rentabilidad empresarial. Y evidentemente comer carnes, tomar leche, consumir verduras y legumbres y por supuesto tener hábitos saludables va en contra de la industria médica y farmacéutica.

Vale recordar que en el mundo las grandes empresas de alimentos procesados no son más de diez, mientras que los laboratorios farmacéuticos de mayor dominio mundial no superan los veinte, eso sí, con inmensos capitales que además tiene relación con los grandes poderes económicos y políticos del mundo.

Así las cosas, el sector ganadero, que en la mayoría de los casos del mundo corresponde a pequeñas granjas, deberá seguir luchando contra grandes presupuestos de marketing que le quieren desprestigiar. Por eso infórmese bien, y no coma cuento que también lleva bastantes químicos.