Poco tardó la revista británica The Economist en responder a las afirmaciones del presidente ruso al Financial Times según las cuales “el liberalismo es obsoleto”. Habiéndole dedicado hace unas semanas (edición de julio 2) mi columna al análisis de esas controversiales declaraciones, resulta complementario referirse a la posición del prestigioso medio sobre el estado actual del conservatismo a nivel mundial.
The Economist sostiene que el conservatismo, cuyo origen moderno se encuentra en las ideas del inglés Edmund Burke, es menos una ideología que una disposición del ser humano. Los conservadores desconfiamos del cambio que se hace sobre la destrucción de lo existente. Preferimos la evolución normal porque sabemos lo difícil que es construir y lo fácil que resulta acabar con lo que a la sociedad le ha llevado siglos desarrollar. Como bien lo señala el editorialista, los conservadores somos pragmáticos, partidarios del orden que es indispensable para garantizar las libertades reales y desconfiamos del Estado que cree poder definir un ideal abstracto de felicidad colectiva.
El conservatismo es un partido con vocación natural de poder. A diferencia de las otras ideologías que se construyen alrededor del discurso y la teoría, la nuestra nos hace idóneos para las realidades del gobierno. Sabemos que los problemas no se resuelven de la noche a la mañana y que muchas de las intervenciones públicas corrigen problemas pero tienen costos y consecuencias que deben ser valoradas ex -ante y nunca pueden ser ignoradas. Nada más ajeno a esta visión del mundo que la ingeniería social o los experimentos políticos angelicales. Un conservador rechaza el “buenismo” porque entiende que las cosas son como son y no como uno quiere verlas detrás del lente deformado de la ideología.
Tiene razón The Economist al afirmar que el conservatismo ha sido desplazado por un populismo que niega muchos de sus principios fundamentales. Por ejemplo, hay en los populistas de derecha un profundo desconocimiento de los hechos, superados por ideas simplistas que reducen el análisis al mínimo. También es contrario al conservatismo el cambio brusco en las reglas de juego que tanto daño le hace a la economía. Nada menos conservador que haber embarcado a Gran Bretaña en el proceso del Brexit o las continuas tensiones generadas por el gobierno de Trump, que afectan el equilibrio económico mundial. El verdadero conservador no es reaccionario porque entiende que, sin cambios, ningún sistema es sostenible.
En medio de la crisis real del modelo democrático, los extremos se han apoderado de la derecha y la izquierda. En la izquierda están acostumbrados a ser desbordados por los elementos más radicales. En la derecha, por su definición existencial, el exceso es visto con desconfianza y repudio. Por eso los populistas no nos gustan. Nos generan ansiedad por su incultura y su falta de visión histórica.
Al responderle a Vladimir Putin, The Economist ha hecho un magistral llamado a recuperar el verdadero conservatismo. A los liberales les gusta el cambio por el cambio. Menos mal han existido conservadores para recordar que nada se hace de la noche a la mañana y que aquello que ha perdurado debe tener virtudes que no deberíamos desconocer. Puede ser que el liberalismo sea más atractivo. Pero sin el contrapeso del verdadero conservatismo, esas ideas conducen al desorden y la anarquía.
Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
Portafolio, julio 15 de 2019