Hacia dentro, frente a los demás sectores, el agropecuario es la cenicienta del crédito con apenas un 4,2 % de participación según cifras oficiales, es decir, sin descontar las fugas hacia el comercio y la industria principalmente, que rebajarían esa cifra al 2 % o menos. Y si nos comparamos hacia afuera, entendemos las dificultades de una exitosa inserción en los mercados internacionales, que solo será posible, entre otras cosas, cuando el sector disponga de crédito en cantidades y condiciones siquiera similares a las de sus competidores. (Columna: El crédito agropecuario II: Las tasas)
Así pues, comparémonos primero hacia dentro. Nuestro sector agropecuario genera el 6,1 % del PIB, pero solo recibe, oficialmente, el 4,2 % –realmente cerca del 2 %– del crédito total y el 1,2 % de la inversión extranjera directa. Como consecuencia, su Formación Bruta de Capital Fijo (FBKF), que en palabras sencillas son las maquinarias, equipos y todo tipo de instalaciones para la producción, solo alcanza el 1,5% del total de la economía. En términos coloquiales, se podría decir que todavía trabajamos con azadón y yunta de bueyes.
La construcción, que aporta al PIB el 7,3 %, apenas 1,2 puntos por encima del sector agropecuario, es apalancada por el crédito con el 15,6 %, casi 4 veces más que el agro, y la inversión extranjera con el 4,1 % del total. Y claro, por su rentabilidad y bajo riesgo, atrae una parte sustantiva de la inversión privada nacional, lo que le permite una FBKF del 23,4 %, ¡20 veces superior a la del sector rural!
La industria manufacturera participa con el 11,1 % del PIB, pero el crédito la apalanca con el 21,1 % del total, casi el doble de su aporte, y recibe el 18,2 % de la inversión extranjera, lo cual le permite contar con el 33,3 % del equipamiento productivo del país. (Columna: El crédito agropecuario I: Las fugas)
Ahora comparémonos hacia afuera. Mientras en Colombia solo un menguado 4,2 % del crédito llega al sector agropecuario, en Ecuador recibe el 5,8 % del total, en Chile el 6,2 %, en Brasil el 8,9 %, en Argentina el 13,4 % y en Paraguay el ¡32,1 %! El promedio de participación del sector en el PIB en América Latina es nuestro guarismo –el 6,1 %– pero el de participación del crédito agropecuario en el total es de 8,5 %, y nosotros no alcanzamos siquiera la mitad de esa cifra.
Y si comparamos tasas del crédito agropecuario la cosa es de física envidia. En Colombia, un pequeño productor paga tasas “de fomento” de hasta 11,5 % e.a. y 14,5 % si el Gobierno le ayuda con las garantías. En México, un productor cualquiera paga el 7 % e.a., en Brasil el 6,3 %, en Nicaragua el 6,1 % y el 5,2 % en Chile. En Costa Rica y Panamá hay tasas de 0 %, en las que el Estado, para proteger a su sector agropecuario, sacrifica inclusive la inflación, es decir, el productor paga menos de lo que recibe.
Ni para qué mirar el mundo desarrollado, que tiene muy claro que la producción agropecuaria y la vida rural son estratégicas, pero vulnerables frente a la naturaleza y los mercados, y por eso hay que protegerlas sin miramientos ni discursos economicistas. Los inventores del libre comercio sin proteccionismos, no han dejado de proteger, ¡y de qué manera!, a sus sectores agropecuarios. Por eso el crédito suficiente y en condiciones de verdadero fomento es un imperativo que se justifica plenamente. ¿Por qué es tan difícil entenderlo?