El presidente Juan Manuel Santos lanzó antier en Neiva un nuevo ataque verbal, bastante violento, contra la oposición. La acusó de lo que la viene acusando desde hace más de un año cuando comenzaron los contactos visibles con las Farc en Cuba.
“Los enemigos del proceso están diciendo mentiras sobre lo que se está discutiendo en la Habana”, lanzó el mandatario ante un auditorio que esperaba de él otra cosa, en respuesta a los problemas urgentes del departamento, como el colapso de la justicia por la falta de nuevos jueces y juzgados y como la lentitud de las obras públicas por él prometidas (los trayectos Neiva–Girardot y Neiva–Mocoa–Santana) y el pago de un subsidio prometido a los caficultores. (Lea: El cinismo de las Farc desde La Habana no se detiene)
En lugar de tratar esa temática, Santos se embarcó en una diatriba incendiaria al decir, según Radio Caracol, que el expresidente Álvaro Uribe “se está oponiendo a todo, a su reelección [la de Santos] y al proceso de paz”. Enseguida, reiteró contra Uribe su epíteto preferido: “Uribe es uno de los enemigos de los diálogos con la guerrilla”. Según Santos, los colombianos también somos culpables. Dijo: “Los colombianos se están dejando llenar la cabeza de cucarachas y (…) por eso hay más incrédulos en el país que en el extranjero sobre la paz que se está negociando”. El jefe de Estado remató así: “Yo estoy negociando con la guerrilla, no con Uribe”.
Esas alegaciones insinúan algo que es a la vez cierto y falso. Es cierto que los colombianos –y por muy buenas razones-- ya no creemos en el llamado “proceso de paz”. Las encuestas lo dicen: el 78% está contra la participación de los jefes de las Farc en elecciones; el 80% está contra la no entrega de las armas de estas y solo la pretendida “dejación”; el 80% está contra la entrega a las Farc de las zonas de reserva campesina; el 87% está contra el no pago de un solo día de cárcel por los crímenes de las Farc; el 89% está en contra de que las Farc tengan una representación parlamentaria a dedo, es decir sin pasar por el voto de los ciudadanos.
Aunque Santos esté muy molesto con la opinión, debería admitir la verdad: las Farc y él mismo fracasaron en hacernos creer a los colombianos que esas aberraciones, esa capitulación en regla del Estado y de la sociedad ante las Farc, era lo mejor para el país. Por otra parte, no es exacto que “en el extranjero” estén muy felices de ver a las Farc convertidas en alegres borregos que nunca cometieron crímenes de guerra ni crímenes contra la humanidad.
Pensemos en lo que ha dicho al respecto, con gran autoridad, la fiscal de la Corte Penal Internacional, de La Haya. (Columna: El tiempo perdido de La Habana)
El otro punto, aún más importante es este: ¿Con quién está negociando Santos? Si él cree que está negociando con una guerrilla, el presidente se equivoca.
Las negociaciones en La Habana, en su estado actual, no son entre el Gobierno colombiano y una guerrilla. En esas negociaciones las Farc están negociando no con el Estado colombiano en su conjunto, sino con una fracción del Estado colombiano que insiste en ese capricho, contra el desespero, aunque sea silencioso, de otra parte de ese mismo Estado. Por otra parte: las Farc están batallando allí, en La Habana, no para aplastar, en particular y de manera aislada, la democracia colombiana, sino que están batallando para hacerlo pero en nombre de los intereses globales del castro-comunismo en el continente americano y en el mundo.
Los que creen que las Farc son el “secretariado” de Timochenko y las bandas errantes que subsisten bajo su mando, se equivocan. Las Farc son mucho más que eso, son un animal mucho más letal, imprevisible y tentacular de lo que algunos creen. Las Farc nunca fueron un proyecto insurreccional anticapitalista en un sólo país. Esa organización era y es un eslabón de una cadena. Era y es un instrumento subversivo que depende de unos poderes extranjeros con ambiciones continentales.
Recordemos un detalle reciente que deja al descubierto ese fenómeno: cuando las Fuerzas Militares y de Policía de Colombia dieron de baja a Raúl Reyes, el jefe de hecho de las Farc en ese momento, en su campamento en territorio ecuatoriano, el 1 de marzo de 2008, tres países rompieron inmediatamente relaciones diplomáticas con Colombia: Ecuador, Venezuela y Nicaragua. (Lea: La imagen de Santos sigue lejos de recuperarse, según encuesta)
Esos gobiernos inflaron el incidente, que era susceptible, en condiciones normales, de ser arreglado por la vía diplomática, y lo transformaron en un casus belli: Venezuela envió ruidosamente tropas a la frontera con Colombia. Ecuador hizo otro tanto, con menos ruido. Nicaragua redobló sus intrigas para sacar a Colombia del Mar Caribe. ¿Por qué? Porque entre las Farc y esos regímenes había y hay una alianza política-militar, no solo una simpatía ideológica.
Es a la luz de hechos como ese, que algunos parecen haber olvidado, que se deben analizar las pretendidas negociaciones de paz en La Habana.
¿Santos pretende que está negociando con una guerrilla? Está negociando, en realidad, con una narco-guerrilla y con entramado de poderes y de ambiciones internacionales, es decir con un bloque totalmente anticolombiano. Yo creo que Santos sabe todo eso. ¿Por qué no lo dice a los colombianos?
¿Quién puede creer que de esa aventura en La Habana saldrán unas Farc sin narcotráfico y dispuestas a respetar, e incluso dispuestas a “ampliar” como ellas prometen, la democracia, la soberanía, las libertades, la separación de poderes, la libertad de prensa y la economía de mercado en Colombia? (Lea: "El acuerdo alcanzado con las Farc es desafortunado": Lafaurie)
Lo que buscan en La Habana es abolir la Colombia que hoy conocemos y amamos. Si los colombianos son “incrédulos”, como dice Santos, es porque saben eso, pues han escuchado lo que dicen las Farc desde La Habana, mientras ven a un Gobierno mudo y acomplejado ante las vociferaciones y amenazas de los jefes de las Farc en Cuba. Y porque ven y sufren en carne propia los actos de terrorismo, infames y diarios, contra civiles, militares, policías y contra las infraestructuras del país, estimulados, precisamente, por esas “negociaciones de paz”.
No, el problema no es la “lentitud de los diálogos” en La Habana, como estima el presidente Santos. Tampoco es que las negociaciones estén “atascadas”, como cree saber la agencia Reuters. Es porque esas negociaciones son imposibles, pues buscan algo inadmisible: llegar a una situación de paz (relativa) en detrimento de la democracia. A una paz como la que existe en Cuba, o en Venezuela, o en Nicaragua. Pero no una paz en un contexto de libertades reales.
Es decir, la salida que preconizan las Farc no conduciría sino a un solo escenario: a la verdadera guerra civil en Colombia. No hay en el continente una entidad más militarista que las Farc. (Columna: A los senadores de la Comisión Quinta)
Los diálogos en La Habana son un peligro para el país. Por eso las Farc y sus acólitos, Piedad Córdoba, Iván Cepeda y otros, después de hacer la pantomima de rechazar los regalos de Santos, como el “marco jurídico para la paz” y el referendo, entre otros, regalos que ellos valoran, en realidad, como trampolines para alcanzar sus objetivos, no tienen en estos días sino un discurso: las negociaciones deben continuar, es la oportunidad de llegar a una “salida política” (la paz sin democracia), hay que negociar también con el Eln, etc.
¿Por qué esa insistencia? Porque las Farc y sus aliados, y la galaxia internacional que gira en torno de la dictadura cubana, el Foro de Sao Paulo, donde las Farc y el Eln tienen puestos fijos desde 1990, ven que la aventura en La Habana entre Santos y Timochenko abre una brecha, la única, para desbaratar el sistema político colombiano desde dentro y poder arrastrar un país clave del continente a la órbita de los cubanos.
Santos sabe perfectamente esto y, sin embargo, dice que está “negociando la paz” para Colombia.