Las élites gubernamentales colombianas, tan conformistas siempre ante el fenómeno criminal comunista --pues fueron descerebradas al respecto en los años 1930 y 1940 por varios líderes exaltados del partido liberal--, nunca entendieron qué idioma hablaba esa gente, ni qué barbaridades podían lanzar empleando frases de alto valor positivo, emocional y consensual. No es sino leer lo que dijo hace 3 días Pastor Alape y ver cómo ese discurso escalofriante suscitó un cierto entusiasmo y hasta el optimismo en la periodista que habló con él “en un apacible sitio de La Habana”. Si hubiera entendido el sentido real de lo que el jefe terrorista le decía, ella habría salido consternada. Y no hubiera titulado “Las Farc no descartan reclusión especial”. Alape dijo, en realidad, lo contrario. “¿Por qué iríamos a la cárcel si estamos construyendo la paz?”, le preguntó Alape. La periodista dejó pasar eso sin replicar, convencida quizás que no había en esa fórmula nada que objetar. Alape, ante esa ventana abierta, pudo insistir en que las Farc son inocentes y que los crímenes que su banda comete no son crímenes: son, según él, actos de paz y, a lo sumo, “fallas”, “errores” y “temas”. Lo de la famosa “reclusión especial” del engañoso titular resultó ser algo que no tiene nada que ver con reclusión alguna. Alape explicó que la única sanción que ellos podrían recibir es “trabajar para la comunidad” como improvisar puentes de madera en algunos pueblitos. Para mostrar su sinceridad, Alape llegó al extremo de admitir que “hay hechos de guerra con los que hemos afectado a la gente”, pero enseguida se auto absolvió al concluir: “pero no son una política de las Farc.” Las Farc no tienen, pues, como política, matar civiles en atentados, ni en emboscadas. Nunca los han secuestrado para sacarles dinero o para presionar al gobierno a que “despeje” ciertas zonas. Las Farc no extorsionan a nadie, ni mutilan civiles, ni los matan con sus minas antipersona, ni con sus morterazos. Lo que vemos a diario en ese sentido son fantasmas inventados por la prensa, por esos “medios [donde] hay gente que no contribuye” a los designios de las Farc, advirtió Alape. El jefe negociador “de paz” en Cuba aprovechó esa entrevista para lanzar amenazas a los periodistas críticos, para advertir que las Farc “van a dar respuestas” sangrientas, que para ellas la reparación a las víctimas son “sueños”, que las Farc no han querido sacar a los niños de la guerra porque eso “necesita un protocolo”, y que, finalmente, para que nadie se haga ilusiones, “aquí no va a haber paz” pues “63 años de conflicto no pueden resolverse en 2 meses” y porque la paz “no es llevando a la cárcel” a los jefes farianos. Todo eso dijo Alape sin que su interlocutora saliera de la hipnosis. Pastor Alape no dijo nada nuevo, en realidad, en esa entrevista. Se limitó a repetir los clichés mamertos de siempre: que la guerra fue “incitada” por “unos sectores poderosos”, que el proceso de paz de Santos “no es un proceso de sometimiento a la justicia”, que la justicia no debe ser impartida por el poder judicial sino por la llamada “comisión de la verdad”. Es ella la que debe definir que las Farc no son los malos y que nunca lo fueron y que ellas son las víctimas de los “poderosos”. Finalmente, Alape no pudo ocultar su odio feroz contra el expresidente Álvaro Uribe. El espera que las Farc logren llevarlo a la cárcel. Como todas las formaciones dependientes de una ideología totalitaria, las Farc y el PCC adoptaron un lenguaje particular desde el comienzo. Adoptaron, en realidad, la retórica inventada desde 1905 por Lenin y los bolcheviques y por la Internacional Comunista después, en los años 1930. La labia mamerta de hoy no ha cambiado una sílaba a esas viejas recetas. La clave de todo eso es que el mamerto, armado o desarmado, comprende las cosas al revés. Para interpretar cada frase de esa gente hay que ver el reverso de su sentido primero, de su sentido aparente. La comunicación para ellos, como lo fue también para los hitlerianos, es una técnica, un arma ideológica para legitimar su guerra contra la democracia liberal. El comunista, educado en un verdadero culto de la mentira, es un verdugo que se presenta como víctima, que alega y cree firmemente que lucha por la justicia. El ensayista francés Pascal Bruckner explicó cómo esa técnica comunicacional no ha caído en desuso. Fue empleada en 1991 por el excomunista Milosevic, quien mientras planificaba y realizaba la bárbara “limpieza étnica” contra bosniacos, cróatas, albaneses de Kosovo, en la exYugoslavia de Tito, proclamaba alto y fuerte que él era un apóstol de la paz. Milosevic presentaba “su voluntad belicosa como amor por la paz y su limpieza étnica como ardiente deseo de preservar la federación yugoslava”. Bruckner resume: “Con la retórica gran serbia (…) hay que habituarse a que la violencia hable el lenguaje de la paz, a que el fanatismo emplee el de la razón, hay que acostumbrarse a que el rechazo del genocidio sea el vehículo de un nuevo crimen contra la humanidad”. Si los periodistas colombianos supieran estas cosas podrían descifrar los discursos de sus interlocutores más violentos y podrían cumplir con la ética de su profesión la cual no es solo informar sino develar al mismo tiempo las trampas comunicacionales que acompañan ciertos episodios y procesos como, por ejemplo, las mal llamadas negociaciones de paz en La Habana. La información a secas acerca de lo que ocurre y de lo que dicen los violentos, la llamada “información objetiva”, engendra confusión, indiferencia y vacilación. Es lo que buscan los matones angélicos.