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columna

Cien días desastrosos

por: Eduardo Mackenzie- 31 de Diciembre 1969

La absurda acción de gobierno de Gustavo Petro es el resultado de dos factores: la ignorancia y la ideología. Sobre todo de la ideología marxista como tapadera de la ignorancia..

Petro entró a la Casa de Nariño sin poder frenar sus ímpetus de agitador. No entendió que, en el nuevo contexto, sus declaraciones de cuatro líneas, telegrafiadas por twitter, o sus escuetas consignas sobre el decrecimiento, aprendidas a última hora y sin justificación racional, tendrían repercusiones negativas e inmediatas contra Colombia en los mercados.     Fue así como, en menos de 100 días, Petro pudo arrastrar por los suelos la moneda nacional, el peso, desestabilizar la primera empresa del país, Ecopetrol, diabolizar el carbón y el gas, desorganizar las Fuerzas Armadas, encarecer la canasta familiar, ahuyentar la inversión extranjera, anunciar que jugaría no solo con la agricultura y la ganadería y las relaciones con Estados Unidos, sino además con la libertad de la prensa, el sistema de pensiones y el sistema de salud que sin ser perfecto es plebiscitado por los colombianos.     Petro se ganó la animadversión del país desde el primer día, aunque creía que su colección de políticas necias sería saludada por un electorado ignorante y borrego.     Petro se equivocó también en eso: no había tal país. Las masiva cantidad de críticas y denuncias en la prensa y en las redes sociales, de especialistas y no especialistas, contra esa gestión lunática y las tres jornadas nacionales de protestas pacíficas en numerosas ciudades, donde confluyeron representantes de todas las clases y categorías sociales, bajo el grito de “No a las Petro-reformas” y “¡Petro fuera!”, mostró que el país era más lúcido y temerario de lo que calculó el cabecilla de la mal denominada “Colombia Humana”.     Petro descubrió que los colombianos no están dispuestos a dejarse suicidar, ni a esperar a que todo esté consumado y a que todos estemos maniatados en una jaula tan física como psicológica por las emanaciones letales de una propaganda que los pueblos del mundo libre rechazan.     En esta fase, Petro imita, sin decirlo, a Ernesto Guevara quien tomó, en febrero de 1961, las riendas del nuevo ministerio “de Industrias” de Cuba, por orden de Fidel Castro. La ignorancia y crueldad del argentino desembocó en una proeza: sembrar la ruina de la producción azucarera, el recurso emblemático y esencial de la isla. Hoy Petro obedece al mismo reflejo de obcecación obtusa cuando ataca a Ecopetrol, la principal fuente de divisas del país, a la banca, a la agricultura y ganadería, entre otros sectores. Guevara creía que en cinco años él convertiría a Cuba en un país industrial, con una tasa de crecimiento elevada, con los salarios obreros más altos de América Latina, gracias a la implementación del triple mito stalinista de la industria pesada, la planificación socialista y la ayuda soviética.     El argentino propuso disminuir una parte del azúcar en la producción agrícola y lanzó un programa de cultivos poco conocidos allá: soya, maíz, ricino, girasol. Fidel Castro y él llegaron hasta ordenar la destrucción de casi la mitad de los cañaverales para sembrar cítricos y legumbres. Todo eso fracasó, antes de que el embargo comercial americano tomara fuerza. El culto de la personalidad, los fusilamientos y detenciones masivas, las confiscaciones, el burocratismo, la huida de técnicos e ingenieros, el desorden, el ausentismo laboral, las consignas contradictorias, la mala calidad de los productos importados de Rusia, minaron el sistema productivo. El resultado más visible fue que la zafra de 1961, de 6 millones de toneladas, bajó a 4.8 en 1962 y a 3.8 millones de toneladas en 1963 y las 150 “fábricas de azúcar” que Guevara tenía bajo su bota nunca pudieron levantar cabeza (1).     Gustavo Petro es de la misma escuela: destruir irresponsablemente y odiar para ocultar la barbarie con ideología (Guevara fue partidario de que los misiles atómicos soviéticos fueran enviados contra Estados Unidos aún si eso significara la destrucción total de la isla), y construir el “hombre nuevo” mediante la demagogia y la fuerza.     Podríamos decir que, de Castro a Petro, los planes no han cambiado, que solo cambia el lenguaje. Lo inadmisible es que ese esquema de subversión de la economía y de las libertades, con los pretextos anticapitalistas más diversos (el de hoy es el “decrecimiento”), fue practicado en los cinco continentes con los resultados que todos conocemos. Esa dinámica infernal comienza a devorar a Colombia mientras los partidos que dicen defender las libertades y la economía de mercado no quieren verlo y colaboran y le hacen venias al instigador de eso. Unos le sugieren ajustes, otros proponen recetas, otros sueñan con jugar a la “oposición constructiva”. Otros esperan que, a largo plazo, algo bueno salga de la irrealizable “economía socialista”, tipo Castro, Chávez y Ortega.     Empero, los sindicatos comienzan a zafarse de la hegemonía comunista, los partidos obedientes pierden terreno y las acciones callejeras se intensifican y piden un cambio de gobierno. La heroica lucha de los brasileños contra la recaída en el socialismo es un ejemplo. Es hora de que despertemos y nos unamos para impedir la devastación de Colombia.       (1).- Pierre Kalfon, Ernesto Guevara, une légende du siècle (Editions du Seuil, Paris, 2007, páginas 394-396)